El león del escudo
llegan señales. Y son muy esperanzadoras. Hablan de que Osasuna va enderezando su presente y construyendo recios pilares de futuro. Lo hace, como siempre ha sido en los momentos complicados, tirando de la gente de casa, de los que sienten un dolor personal en las derrotas y la satisfacción colectiva en las victorias. Como la de ayer, necesaria para una permanencia que ya se palpa un poco más cerca y gratificante también para esa hinchada fiel que se siente recompensada cuando hace un montón de kilómetros detrás de su equipo y le premian con un triunfo. Llegan señales alentadoras que entran por la vista. Es ver a Oier salir al campo, observar cómo anima a sus compañeros, su rostro de tensión, cómo le recibe su afición y piensas que va a cambiar algo. Que ese Osasuna adormecido en la defensa y sin chispa en ataque, vivo gracias una vez más a su portero, tiene otra cara, otra sangre. El equipo necesitaba una transfusión urgente después de una primera parte que abrió regalando un gol en propia puerta y que cerró regalando otro en la del adversario. Así era imposible. Mendilibar también lo sabía; miró al banquillo y no tuvo dudas sobre cuál era el revulsivo. Primero Oier, el chico para todo, ayer lateral izquierdo; a continuación, Puñal, el capitán, alguien a quien no hay que explicarle lo que se jugaba Osasuna. El primero cerró la banda por la que habían campeado Rukavina y Ebert (que terminó siendo retirado) y a cada disputa de balón le metió la energía que levanta al compañero y la que achica al contrincante. El veterano, por su parte, asentó el medio campo, dio aire a Silva y, de rebote, con Lolo retrasado a la posición de central se acabaron los fallos, no hubo ni una sola concesión y desde esa seguridad defensiva que dio el onubense era más fácil hacer el resto. La grada rojilla, conforme caían los goles, no dejó de corear a Oier y Puñal; básicamente porque hacen lo que harían ellos (los aficionados) si estuvieran en el campo: darlo todo por un escudo. Y porque era raro ese equipo del arranque, con un solo navarro en el campo; y aunque Armenteros y De las Cuevas (y los ya citados Lolo y Andrés) tiraron del equipo con su aportación extra de calidad, Osasuna no puede olvidar lo que ha sido y lo que es, ni el valor de los futbolistas de la cantera. Si hasta a Kike Sola ese número 7 sumado al brazalete de capitán (como antes Cruchaga, como mucho antes Rípodas y Echeverría) le hace mejor. En este domingo importante, de resurrección, llegan también señales que narran el triunfo del cadete de segundo año frente a los chicos escogidos por el Athletic; con Barja, la perla de la cantera, marcando los goles y dando los pases, y con Jose García (el chico por el que Osasuna está haciendo una enorme apuesta deportiva y humana) señalado como el mejor en el torneo; ese chaval que, desde niño, cuando marca besa el escudo con devoción. Dos leones en ciernes. A imagen de Puñal y de Oier. Hay futuro y tiene color rojo.