El 10 pesa más que otros números. En el fútbol, vestir la camiseta con ese dorsal señala a quien lo lleva. Es necesario tener mucha confianza en uno mismo para exponerse al juego de las comparaciones. No hablo de Pelé o de Maradona. Cada equipo tiene una galería de futbolistas legendarios que terminaron por llevar el número impreso en su piel, tatuado en la espalda, grabado en el corazón. En Osasuna, Clemente Iriarte y Patxi Puñal respondieron a ese papel de jugador de referencia, de líder en el campo y de deportista idolatrado por la afición. Cuando Roberto Torres decidió preservar la herencia de Puñal quizá no estaba preparado ni para las comparaciones ni para las respuestas. El equipo tampoco. Ese 10 era una cifra errante en una confusa hoja de cálculo. Aquel Torres de hace un año quizá llegara a lamentar su decisión y se preguntara por qué no prefirió esconderse detrás del 17 o del 21 o del 18... El 10 era en Osasuna una diana para las críticas (casi todas merecidas y justificadas). No sabría decir hoy si fue primero el renacer de Osasuna o el de Roberto Torres; es más probable que uno y otro vinieran de la mano. El 10 se hizo presente desde el primer partido de Liga en Palamós (marcó de penalti) y ayer, un ciclo después, ese chico apareció en el campo como el alma del nuevo Osasuna, como una conjunción necesaria e inseparable de dos elementos en crecimiento que buscan metas más altas. Torres se multiplicó por diez: en la estrategia, en el posicionamiento, en el pase, en la llegada a zona de remate, en la presión, en pinchar balones que le caen de la estratosfera, en la apertura a los espacios y en la aceleración de los contragolpes. Si el juez de línea de la banda de grada lateral tuviera un poco de gusto por el fútbol hubiera dejado seguir la acción que terminó el 10 con vaselina y gol. Era lo que se merecía en un día como el de ayer. No me atrevo a decir que Torres sea el mejor jugador de Segunda, como proclama su entrenador, pero es uno de los más talentosos. Y para Osasuna, hoy por hoy imprescindible. Puñal ya puede dormir tranquilo: el 10 está en buenas manos.
Y el 8.- Torres está rodeado de jugadores que ganan peso por partidos. El crecimiento de Merino es imparable e impagable (o carísimo). El 10 buscó al 8 en un saque de esquina en una conexión de talentos que no fue premiada con el gol, como tantas oportunidades que desaprovechó Osasuna en la primera mitad. Hay pocas dudas sobre la firmeza defensiva de Osasuna; construyendo Martín el equipo desde atrás, el medio campo ya saca el músculo con Merino y Torres y no aparece como la línea quebradiza de otros encuentros. Queda poco para armar la delantera con dinamita; mientras tanto, Berenguer va resolviendo con su guerra de guerrillas.
Y el 6.- Oier no será el colmo de la exquisitez; ayer entregó muchos pases a la defensa rival, empeñado en sacar el balón en largo por su lateral. Sufre defendiendo a rivales más rápidos o cuando su demarcación le exige centrar con precisión. ¿Pero qué crítica se sostiene ante un futbolista que en el minuto 91 acompaña un contragolpe, puede lanzar a gol porque no arriesga nada con el resultado resuelto y, sin embargo, en un rasgo de generosidad le regala la pequeña gloria a un compañero que no juega casi nunca...? El 10 es muy importante; el 8, también; pero gestos como el de Oier recuerdan que el éxito de Osasuna está en la generosidad en el esfuerzo de todo el equipo.