C ualquier entrenador estaría hoy encantado de ocupar el puesto de Caparrós. Cualquier entrenador con ganas de aportar algo al fútbol, de dejar su sello en un equipo, de ayudar en el crecimiento de futbolistas, de abrir la puerta en el fútbol profesional a chavales que apuntan cualidades; cualquier entrenador con vocación de dar cuerpo, forma y estilo a un equipo vendería su alma al diablo por estar al frente de este Osasuna. Hay tanto por hacer, tanto que descubrir en el camino, que el reto pondría los dientes largos a los posibles candidatos. Ahora bien, hay que dar unos pasos hacia atrás y asumir que Osasuna está ahora mismo en Primera división para aprovechar el tiempo, con el único de objetivo de mejorar un poquito cada domingo, de encontrar los hombres adecuados para cada puesto y dar un puesto a los futbolistas adecuados. La triste imagen ofrecida ayer en Leganés solo viene a ratificar, para los más despistados, por qué el anterior entrenador tomaba las decisiones que tomaba en cuanto a dibujo, elección de jugadores y puesta en escena; por qué arropaba a sus dos centrales más noveles y por qué trataba de poner por la vía directa el balón en el campo del rival sin intentar jugarlo desde atrás. Esto, entre muchas otras cosas. Pero, bueno, eso es agua pasada y hay que mirar para adelante.

Decía que muchos entrenadores envidian hoy a Caparrós porque el nivel de exigencia se ha hecho añicos después de lo visto ayer en Butarque. Por decirlo de una vez: Osasuna ya no juega pensando en la permanencia sino que debe hacerlo levantando en un proyecto de futuro. No digo que la plantilla y el cuerpo técnico no alimenten la ilusión por salvar una diferencia de puntos que todavía hoy es reducida, pero ya ha quedado demostrado que las prisas, los plazos y los ultimátum son malos compañeros de viaje. Que confunden las cabezas. Esa presión añadida hace peores a jugadores que, como David y Unai García tienen mucho que decir en Osasuna. Y no es menos cierto que deben mejorar para competir en Primera, pero les aguardan meses y rivales importantes por delante para hacerlo sin que les censuremos con acritud una mala cobertura o una equívoca salida de balón. Ahí tiene Caparrós un trabajo estimulante; con los centrales y también con los laterales, pero mirando a los que hay esperando turno, a Aitor Buñuel, a Endika Irigoyen, a Julen Hualde, a Aritz Eguaras, y hasta al juvenil Areso. Y qué vamos a decir de las urgencias en el medio campo, el punto más débil porque no tiene el peso que debería tener (porque no tiene un Merino, ¡ay!). Recupere Caparrós a un Roberto Torres languideciente, use a Oier como ejemplo de intensidad y compromiso, pero no como elaborador de fútbol. Expurgue el entrenador en diciembre una plantilla sobredimensionada y no se deje engañar por refuerzos de corto plazo. No juguemos con la urgencia porque terminaremos llenando el equipo de futbolistas con oficio pero sin alma y ya sabemos como suele acabar eso.

Cualquier entrenador, ya digo, quisiera estar en el lugar de Caparrós porque la afición de Osasuna va a agradecer el esfuerzo honesto más que las alharacas, el ser fieles a una idea más que el tirar de ocurrencias. Queda mucha Liga y eso es una ventaja aunque hoy parezca un vía crucis interminable. Hay que competir y mejorar. El fútbol para Osasuna no se acaba aquí. Ni dentro de siete meses.