“Aquí ser de Osasuna es una religión”. La frase no es de César Cruchaga, tan dado a las proclamas cuando había partidos importantes; ni de Walter Pandiani, gran traductor de los sentimientos que brotan de la piel del aficionado. La expresión ha salido de la boca de Braulio Vázquez, director deportivo de Osasuna, en entrevista con un periódico gallego. Está bien que un año después y con una docena larga de fichajes en la mochila, el hombre encargado de dar cuerpo (y carácter) a la plantilla haya entendido lo que una gran parte de la masa social rojilla siente y quiere para su equipo. “La gente prefiere quedarse para siempre en Segunda antes que subir con veinte de fuera”, subrayó expresando con fidelidad lo que muchos osasunistas llevan tiempo defendiendo. Pues bienvenido sea a la causa Braulio y ojalá lo que dice sea también lo que cree. Porque no somos pocos los que preferimos un equipo reconocible en sus valores peleando en Segunda que un grupo de futbolistas (muy profesionales, muy comprometidos, sí) vestidos con la camiseta roja jugando en Primera pero a los que solo une al club un contrato. Además no hace falta repetirse: gran parte del fracaso en la pérdida de categoría en 2014 después de 14 años entre los grandes fue por saturar el vestuario de gentes sin pasado rojillo, de desvirtuar la esencia de Osasuna. Porque estas cosas siempre acaban pasando factura. Osasuna, que en sus mejores campañas siempre ha tenido una notable aportación de futbolistas foráneos, necesita, sin embargo, ser fiel a su personalidad por el principio básico de conectar con la grada. Por eso, se recibe con satisfacción una alineación como la de ayer, en la que tienen sitio cinco canteranos. Que el resultado no acompañara no es achacable ni a su rendimiento ni al de sus compañeros: dieron la cara pero el estado del terreno acabó pasando factura. Aunque incluso en este aspecto (el de las condiciones del partido), también juega su papel la idiosincrasia. Un ejemplo: al capitán Oier se le vio en algunas fases del segundo tiempo pedir más intensidad a sus compañeros. Muy elocuentes eran sus gestos poco antes de que el Deportivo botara el córner que terminó en el 2-0. Nacho Vidal no mantuvo la tensión en la marca sobre Pablo Marí y el defensa cabeceó a gol sin oposición. Con once Oier en el campo quizás se jugara peor, pero ese gol no sube al marcador. Es lo mismo que pasa con el estilo; sobre un césped seco, Mérida es capaz de hacer jugar a los recogepelotas, pero ayer, metido en el barro, su empeño de conducir y conducir equivocó la idea del partido. Una idea que tuvieron muy clara toda la tarde Unai y Oier (y Lillo y Clerc) con desplazamientos largos; sin embargo, en el segundo acto parecía que Osasuna fuera un equipo canario.

Celebramos, pues, que Braulio abrace la fe verdadera. Pero estos discursos muchas veces se quedan en postureo, en frase para agradar oídos. Vaya, que no me creo que esa dicotomía entre jugar en Segunda con los de casa o en Primera con uno de aquí y 23 de allí tenga algún defensor en los despachos de El Sadar. No hay que olvidar que ha sido la cantera la que ha llevado a Osasuna a sus tres últimos ascensos. El fútbol ahora es más complicado, pero nada hay imposible. Ayer, en el once inicial del Promesas había un portero internacional de 16 años, Iván Martínez, y un atacante desde segunda línea, también de 16 años, y que tiene pinta de futbolista importante porque se relaciona bien con el balón y sabe jugar con inteligencia cuando no lo tiene: Aimar Oroz. Son los nuevos mesías de nuestra religión. ¿También de la de Braulio...?