¿qué ocurre cuando se desplaza el centro de gravedad?: que se produce un desequilibrio. Pero no fueron las leyes físicas sino el factor humano lo que desencajó ayer a Osasuna. El equipo está tan acostumbrado a gravitar alrededor de Oier que la caída de este a un costado -como medida de urgencia ante los problemas en el lateral derecho- generó un efecto dominó en el que todas las piezas parecían fuera de sitio, crujían en las disputas y se tambaleaban cuando tenían que pasar o recibir el balón. Durante algunos minutos de la primera parte, los gestos de Juan Villar a sus compañeros para que corrigieran su disposición eran tan visibles desde la grada como la facilidad del Rayo para saltar líneas. No era normal que un tipo tan seguro como David García dudara en sus dos primeras intervenciones; que Mérida estuviera incómodo con un balón que no podía domesticar; que Clerc y Rober Ibáñez parecieran jugar en equipos rivales; que Rubén García no encontrara su sitio pese a explorar todos los espacios del campo? No es que la disposición de los jugadores fuera irracional; al contrario, todo respondía a la lógica. Pero el capitán de la tropa ni dirigía las operaciones ni ponía minas para entorpecer el avance del cuadro madrileño. Es más, Oier volvía a sufrir en el lateral, se cargaba pronto con una tarjeta amarilla y escapó por los pelos de una segunda que hubiera supuesto la expulsión. El público observaba el desperfecto con inquietud pero con la calma de quien tiene un seguro a todo riesgo: si no marcamos antes del descanso lo haremos después... Y pasaron las dos cosas.

Ocurrió también que cuando Arrasate corrigió el dibujo en el minuto 57 metiendo en el partido a Lillo, Osasuna recuperó el equilibrio y la referencia en el centro de gravedad. Oier, una vez más, había hecho el papel de chico para todo y solventada la urgencia, las cosas estaban en su orden natural. Los centrales cerraron la puerta y no permitieron remates ni pases por dentro; el balón volvía a disfrutar cuando lo tocaba Mérida; Íñigo Pérez respiraba más tranquilo liberado de responsabilidades; Rober Ibáñez sacaba un repertorio de regates con el pie y la cadera de lo más vistoso; y Brandon correteaba feliz campo arriba y campo abajo y perseguía un gol que, si es cosa de correr, es imposible que se le escape. ¿Todo esto lo hizo Oier? Todo no, pero con otras palabras, el entrenador reconoció que con el capitán en su sitio, el partido fue otro y ya se parecía al de siempre.

Oier no será el mejor jugador de la plantilla, pero hay un serio problema cuando no está o no está en su sitio. En realidad, la condición de capitán no es un plus de antigüedad; saber llevar el brazalete, ejercer la autoridad con compañeros, rivales y árbitro son valores de un futbolista maduro. En eso, Oier, próximo a cumplir 33 años, presenta un perfil similar al de Puñal o Cruchaga, dos futbolistas que también pasaron un periodo de cesión lejos de Osasuna y sabían lo que cuesta ganarse un puesto cuando en principio no eras uno de los elegidos. Hoy, la inquietud es pensar cómo va a resolver Arrasate la baja de Oier en Tenerife, no porque carezca de materia prima o de fórmulas alternativas, sino por el factor humano. Por lo que Oier representa para este equipo.