Los miembros de la Comisión Antiviolencia deben alimentar alguna oscura obsesión con Osasuna. No se entiende que en menos de un año hayan redactado tres propuestas de cierre del estadio además de sugerir cuantiosas multas al club, bien alegando encendido de bengalas (en una jornada de puertas abiertas) o bien denunciando la supuesta concesión de pases a miembros de Indar Gorri para presenciar un encuentro lejos de Pamplona. Cualquier observador que no siga el día a día de Osasuna y que lea esas notificaciones lo primero que debe pensar es que el ambiente en El Sadar es el de un estado de guerra y que los aficionados rojillos son un grupo de vándalos que siembran el terror allá por donde pasa su equipo. Nada de eso ha ocurrido. Sin embargo, periódicamente ese organismo vincula el nombre del club con actos de violencia en el fútbol y, lo pretenda o no, lo que consigue es asociar a Osasuna con la cara más fea del deporte, sancionarle a la pena de impopularidad y condenarle de antemano ante la opinión pública. Y eso también genera animadversión entre algunas hinchadas, malos recibimientos cuando juega como visitante, insultos y estigmatización.
Contener los brotes de violencia en el deporte es una tarea ardua y que no admite desmayo porque las consecuencias de los desmanes en la grada y en la calle suelen ser graves; ahora bien, este intento de usar a Osasuna como chivo expiatorio una y otra vez huele mal, a política de escarmiento no se sabe bien por qué. A persecución. Hay sobrados motivos para recelar de Antiviolencia y eso tampoco es bueno para el fútbol.