no hay que ahorrar elogios para esta obra de ingeniería futbolística acometida por Jagoba Arrasate con la plantilla; el propio técnico ponía en valor también “la pizarra” de su ayudante, Bittor Alkiza. Pero ¿qué me dicen de los preparadores físicos? La puesta a punto en el taller que comparten Sergi Pérez y Juantxo Martín, el seguimiento y la coordinación para que los jugadores ni se pasen de pico de forma ni pierdan gas cuando la prolongada competición comienza a pasar factura, todo ese mimo al cuerpo del deportista tiene mucho que ver con el éxito de la temporada. El ritmo, la intensidad y la frecuencia con la que los rojillos se han aplicado en cada partido, del minuto uno al noventa, ha desgastado a todos los rivales, los ha hecho más vulnerables. Ha sido Osasuna un equipo con fondo y forma. Y a los hechos más recientes me remito. La única incógnita que podía plantear el encuentro de ayer era la respuesta de los jugadores después de dos días (y dos noches) de intensas celebraciones. Esas canciones, esos saltos en los balcones de Ayuntamiento y Diputación, esos bailes de madrugada, las copas para remojar el festejo, lo que es una andada de toda la vida de sol a sol, dejan el cuerpo más molido que un choque con Lillo. Después de tanta fiesta, de dos días sin entrenar, la comprensión del aficionado lo perdonaría todo. Sin embargo, este Osasuna mantiene el entusiasmo y la vitalidad dentro y fuera del campo. Los once elegidos y los que entraron desde el banquillo, si sufrieron las consecuencias de una resaca, no se notó mucho. Hubo algunas lagunas en el juego (como al principio de la segunda parte), pero el equipo acabó el partido como acostumbra: peleando el balón con una presión alta, buscando sorprender con velocidad a la zaga de Las Palmas, luchando cuerpo a cuerpo. Como elogió el propio Pepe Mel, los rojillos, con los deberes hechos, mordían para arrebatar cada balón; y no solo eso, en los últimos minutos, Rubén García llegaba a toda velocidad para cortar un despeje en banda y David García retrocedía tras el saque de un córner para quitar el balón a un rival cerca del área rojilla. Eso sí, cuando el árbitro señaló el camino de los vestuarios, las cámaras captaron el resoplido de Roberto Torres, un gesto elocuente de ‘ya no podía más’. Pero pudieron.

Lo físico, lo mental y lo estratégico han ido de la mano en este Osasuna que ha mimado los detalles importantes de puertas adentro y de puertas afuera. Arrasate, que puso en liza el mejor once con los jugadores disponibles, dio luego minutos a gente importante en el vestuario y que ha tenido pocos minutos, como Lillo y Xisco. Significativo en este sentido el abrazo entre el entrenador y el delantero mallorquín. También hubo un cuarto de hora para un Olavide que vive sus últimos días en el club al que llegó siendo un niño y en el que, pese a las oportunidades, no ha llegado a exponer esa interpretación talentosa y elegante del fútbol que lleva dentro.

Pero no pensemos en la resaca de esta semana ni de la que provocará el final de la liga. A este Osasuna aún le queda tomarse la penúltima copa (nunca es la última), la de campeón de Segunda división, para rematar una temporada que será difícil de repetir. Sigamos brindando por ello.