erá una casualidad, pero Osasuna no ha vuelto a ganar un partido desde que el 24 de octubre derrotara al Athletic. Evitado el fatídico y temido centenariazo que queda ahí para siempre como un baldón, asistimos sin embargo a la maldición del centenario, esta racha funesta que desde el aniversario se resume en cinco derrotas y un empate. Pero pasado el primer disgusto después de un partido de altibajos emocionales, observo dos posibles lecturas en este complicado momento para Osasuna; una, la tomada a pie de campo, refleja los múltiples problemas que atenazan al equipo, que pese al esfuerzo desplegado no consigue puntuar, penalizado por los errores defensivos y la falta de puntería en el remate; otra, con la clasificación a la vista, invita a mantener la serenidad porque la distancia con la mitad de la tabla es corta, y a seguir trabajando y profundizando en las buenas señales que enviaron los chicos de Arrasate en algunos tramos del partido. Son visiones antagónicas para una misma realidad (Osasuna está mal), pero creo que igualmente válidas. Ni el final de la Liga está a la vuelta de la esquina ni el entrenador carece de conocimientos ni de efectivos para revertir la situación. Incluso llego a pensar que la ausencia de público en el estadio puede jugar a favor de Osasuna, para no echar en la carga que ya soporta el grupo la tensión que provocan en el ánimo de los futbolistas los murmullos a gran escala.

Si no nos dejamos llevar por la decepción que provoca toda derrota, podemos rescatar lo positivo del partido de ayer, que quizá tuvo como efecto más relevante la capacidad del equipo para darle la vuelta al marcador apoyado en el manejo del balón. Esos minutos de la primera parte le pusieron cara a otro Osasuna, más empeñado en la elaboración, en conducir buscando el mejor momento para poner la pelota con criterio en el área, que sacudiéndose el compromiso a base de pelotazos. Hubo un intento de aplicar otro juego que hizo recular al Valladolid, un plan bien ejecutado que cerca estuvo de dejar el marcador en 1-3 al descanso.

Pero siendo un deporte de equipo, el fútbol penaliza los errores individuales. Ocurrió en el primer gol de Weissman, con Aridane un paso atrás en la línea defensiva; se repitió en la salida atolondrada de Sergio Herrera cometiendo un penalti de principiante; y, en fin, con la laxitud de Moncayola en la presión a Hervías, a quien consiente el servicio al área conociendo, como debe conocer, que tiene un pie de seda. Así que el intento de ajuste colectivo, de hacer al grupo más sólido, se cae por el lado individual. Sin embargo, el partido dio la oportunidad de ver a un Nacho Vidal progresando hacia su mejor versión, a un Roberto Torres más participativo y a una pareja de atacantes (Calleri y Budimir) que ahora mismo parece la más idónea para el objetivo que persigue Osasuna, que es sumar puntos con urgencia para poder aflojar el nudo de la soga. La combatividad de los dos delanteros, tan del gusto de la casa, parece estar recogida también en las anotaciones previas de los árbitros: el de ayer invirtió los papeles e interpretó más faltas de los delanteros que de los defensas que les marcaban cuerpo a cuerpo. Es lo que dio el partido, con motivos para seguir preocupados y destellos de que las cosas pueden hacerse mejor. Es ese momento de la Liga en el que una victoria acaba con la maldición.