El infierno ya no hierve aquí. Ni siquiera asoma el purgatorio. Ya hace tiempo que la Iglesia confirmó lo que sospechábamos: que el purgatorio no existe. Y el infierno solo está en nuestro interior. Su utilidad ya ni siquiera es intimidatoria. Vean si no la retahíla de artículos que en cada visita del Real Madrid repiten los diarios de la capital, empeñados en que la caldera de Pedro Botero tiene una sucursal en El Sadar, donde se queman las almas de los madridistas, su leyenda y sus copas. Otra mentira más. Es cierto que hubo un tiempo donde esa hoguera de todas las pasiones que es el osasunismo amedrentaba al blanco rival con sus cánticos, sus bengalas, sus gorrines, sus tornillos y sus pancartas. Recuerdas esto y parece que estás hablando de la prehistoria del fútbol. Pero realmente era así. También hay que decir que las diferencias entre el componente humano de los equipos no eran entonces tan grandes y con ocho navarros y tres refuerzos obtenidos a un módico precio le plantabas cara al imperio y hasta le ganabas. Pero eso ya hace años que no sucede. Por un lado, el ambiente del estadio ha bajado en agresividad porque hay que reconocer también que algunos comportamientos extremos en la grada son indefendibles. Por otro, las diferencias técnicas son más acusadas: tanto dinero gastas tanta calidad individual tienes. En este punto, Osasuna también ha crecido; no es aquel equipo de los ochenta y de los noventa que atacaba con un cuchillo entre los dientes con diez tipos a la carrera: ahora le discute la posesión del balón al rival, juega de forma más metódica y reposada, genera ocasiones combinando pases y ofrece un perfil más moderno. Es lo que se lleva. Dentro de todo esto, sin embargo, sigue manteniendo esa seña de identidad que supone poner en el césped a jugadores de su cantera para competir contra brasileños, alemanes. uruguayos, austriacos, belgas.., esa ONU en la que se ha convertido, por necesidad también de los tiempos, el Real Madrid. El hecho de que seis canteranos de Osasuna intervinieran en este partido contra el campeón de todo también quiere decir que aquel infierno dejó rescoldos que perviven en el osasunismo.

Ayer, salvo el impopular Vinicius, sus quejas, sus insultos al árbitro y sus desafíos a los rivales, el Real Madrid no podrá quejarse de otra presión que la desplegada por Osasuna. Si El Sadar ya no le pone las cosas difíciles, sí que los rojillos y la estrategia de su entrenador le complican los partidos. Yo creo que tiene más mérito el sufrimiento que puede provocar Osasuna, el balón al palo de Moi con 0-0, que los gritos de la grada: si vuelven los triunfos será por este camino y no por el del acojonamiento. Porque al final a Vinicius solo pudo pararle Sergio Herrera y si no marcó, asistió.

Llevamos tres temporadas en las que la condición de local parece un problema para Osasuna: aquellos triunfos ante los grandes de la Liga no han vuelto a repetirse. Jugando con las mismas armas, y aún poniendo más intensidad en el juego, no termina de dar. Vemos a excelentes futbolistas, como ayer Moi, Torró, Moncayola o Sergio Herrera, sube el nivel de los chavales de casa, pero empezamos a echar en falta una de aquellas victorias épicas y hasta los lamentos del Real Madrid. Como cuando El Sadar era un infierno.