Ojiplático, con la boca abierta. Así llegaba a los aledaños de El Calderón un niño de 9 años que no daba crédito a lo que estaba viendo. No era capaz de comprender cómo tanta gente llevaba los mismos colores que él fuera de casa. Con una bocina en la mano, y agarrado con la otra a su padre, atravesó el torno del antiguo feudo rojiblanco, subió las escaleras y, junto con su tío y sus primos, presenció el que, hasta dentro de unas horas, ha sido el partido más ilusionante que ha podido vivir. Un vago recuerdo del partido, una imagen imborrable del gol de Aloisi y las lágrimas al acabar la prórroga. Tan cerca, tan lejos. Era un sueño de una noche de verano.

18 años después, con perspectiva, te das cuenta de que eres un afortunado. Peleaste por querer contar historias como las de estos últimos días. Con 27, vas a vivir una segunda final de copa, algo que generaciones no han podido presenciar. Europa, permanencias, Sabadell, ascensos… Todo. Como Puñal, tuviste que salir cedido a Madrid (término con el que bromea Javi Gómez) para volver más hecho. Es cierto eso que dice la gente de que con perspectiva das valor a los hechos. Después de haber formado parte de las 96 páginas que se han escrito en el medio en el que trabajas, te acuerdas de la silla que en su día te hizo mover Julio Pulido junto con aquellos compañeros que ahora son más que amigos. También de esos ánimos de Iñaki Llarena a pelear por lo que más querías, sin arrojar la toalla ni darte por vencido.

Ahora, con un par de años menos que yo en su día, vas a vivir la misma experiencia que tuve yo, Mateo. Vas a disfrutarla como el que más, y con el tiempo te acordarás de lo vivido en Sevilla. Pase lo que pase esta noche, tú, yo y todos los rojillos ya hemos ganado. El fútbol es tan impredecible que lo que en su día salió cruz, hoy puede salir cara. Ya lo dicen Jagoba y Braulio, para que las cosas sucedan, primero tienes que soñar con ellas. Y me pregunto yo: ¿Y si la gitana no estaba tan loca?