El ya famoso dicho “Las finales no se juegan, se ganan” se puede entender en un equipo multimillonario, o como eslogan de un míster para motivar a su plantilla, pero no resiste el menor análisis. Ni matemático (se ganan las mismas que se pierden) ni de espíritu deportivo (¿dónde quedó aquello de que “lo importante es participar”?). Poulidor ya nos enseñó hace medio siglo –con 8 podios en el Tour, ni se puso el maillot de líder… pero era el ciclista más amado en Francia– que el vencedor no se queda toda la gloria si el vencido vende cara su piel. Y, además, los placeres del camino: tumbar al Betis. Y al Sevilla. Y al Athletic (¡En San Mamés y con gol de un canterano!”). Y, después, la ensoñación de que se puede ganar. Y representar en Sevilla un 6 de julio, para pasmo de los lugareños. Y el subidón inenarrable del gol de Torró... Que sí, que ganar una final sería la repanocha, pero déjennos jugar todas las que se pueda, que por aquí sabremos disfrutarlas.

La llegada del autobús de Osasuna a La Cartuja, desde dentro

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