La justicia invitaba a que estas líneas fuesen dedicadas a todos los jugadores de Osasuna que brillaron en el partido contra el Barcelona. Desde la elegancia de Aimar, al trabajo de Iker o Pablo, terminando en el espectacular despliegue de un Areso excepcional. Pero el colegiado Ortiz Arias prefirió llevarse todas las luces posible haciendo lo que más puede destrozar un partido: tener un diferente baremo en ambas áreas. Lo que para unos es una cosa, para los otros. 

Cantó la afición rojilla que está hasta cierta parte genital masculina del Barça y Madrid. Y es que es normal. La semana en la que se conoce el informe de la Guardia Civil sobre el caso Negreira, el arbitraje de Ortiz Arias, un colegiado que ya fue castigado la temporada pasada por realizar arbitrajes nefastos, no ayuda a creer en la pureza de la competición. 

Pero ojo, ni de ellos ni de cualquiera de los grandes. Lo de Catena es roja y penalti pero que Lewandowski realice tres acciones de manotazos o entradas fuera de lugar es una amarilla y casi a regañadientes. Que el central toca hasta con candidez al delantero puede que sea suficiente para pitarlo, pero no para señalar el toque en el aire de Koundé a Pablo Ibáñez en el primer gol del Barcelona. Ya ni entramos en el derribo a Budimir, calcadito del de polaco. El grado de intensidad, dicen. El tema es que siempre la miden con diferente vara entre dos clubes y el resto.

Lo leerán poco, seguramente en muchos sitios estén hablando del debut de los fichajes de un club endeudado hasta las cejas. Pero la realidad es que en El Sadar el Barcelona no ganó por méritos propios. Xavi aún terminó el partido quejándose. Qué esperar del hombre que criticó a Rubiales tras dorar la píldora a un país tan avanzado en los derechos de las mujeres como Qatar.

Osasuna se puede quedar que mereció mucho más. Que los frutos de Tajonar ya están maduros para seguir dando alegrías o que el Chimy sigue haciendo daño siempre que se puede. También recibirá elogios desde muchos sitios que, incluso, dudaron de la competitividad del equipo cuando se anunció el once. 

Es lo que tiene ser pobre, que a veces solo te permiten tener pequeñas alegrías ya que otras se las llevan los grandes. O se las dan.