Se trataba de Javier Gibert (1925-2011) y Fernando Redón (1929), compañeros desde niños en el colegio de los Padres Maristas (aunque Gibert era algo mayor), después en la Escuela de Arquitectura de Madrid y, finalmente, socios durante los años 1957 a 1966, una década en la que la ciudad se benefició de la explosiva mezcla de sus talentos.
Sin embargo, su visión rompedora de la arquitectura no siempre fue vista con buenos ojos por la ciudadanía. El edificio de las Hiedras, levantado sobre el antiguo solar que poseía el mismo nombre, donde se encontraba la casa en la que vivió la familia de Redón, fue rebautizado como El muro de la vergüenza por aquellos que no supieron entender, en 1961, la contundencia y modernidad del bloque de viviendas, en el que se conjugaban todos los elementos más innovadores de la época.
Dos años antes, Fernando Redón había atendido el encargo de un buen amigo, el constructor Felipe Huarte, quien le había solicitado el diseño de una vivienda para su familia en la zona de Beloso. Redón y Gibert levantaron la llamada Casa Huarte, que constituyó el primer edificio moderno construido en Pamplona, un proyecto en el que, a pesar de su juventud, los arquitectos contestaron a las corrientes del momento, mucho menos vanguardistas.
A continuación vinieron más edificios, como las viviendas de lujo de la torre de Erroz; la Casa de las Aguas, en Yanguas y Miranda; las torres de Huarte, en Sancho el Fuerte; el convento de las Madres Reparadoras, en la calle José Alonso; o el de las Agustinas de San Pedro, en Aranzadi; estos dos últimos obras de Fernando Redón en solitario.
Redón y Gibert se sintieron satisfechos. A partir de 1962 fueron libres de dedicarse a nuevos estilos, investigando con la arquitectura vernácula y las cubiertas inclinadas. Su objetivo de traer la modernidad a Pamplona se había alcanzado.