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Cruce de las calles Bergamín y San Ignacio, 1954

Cruce de las calles Bergamín y San Ignacio, 1954foto: J.J. arazuri, 'Pamplona, calles y barrios'

EN 1954 la avenida de San Ignacio, que en otras ocasiones hemos reproducido dotada aún de murallas, portales, fosos y puentes levadizos, iba ya tomando una fisonomía más cercana a la de hoy en día, y se alejaba cada vez más del carácter abaluartado que había tenido hasta la segunda década del siglo XX. Vemos, a la izquierda, la calle Bergamín, bastante bien configurada ya, mientras que hacia la derecha se distingue el final de la avenida de San Ignacio, con los edificios de la Plaza Circular cerrando al fondo.

En 1954 este lugar, aún a medio urbanizar, iba presidido por el Hotel Yoldi, fácilmente identificable por el cartel que cuelga en el lado derecho del edificio. Este privilegio, no obstante, estaba ya próximo a finalizar, puesto que una valla de madera señala la ubicación de un nuevo inmueble, que ocultaría esta fachada del hotel. Hasta entonces el solar había estado ocupado por uno de aquellos chalets que la burguesía pamplonesa había edificado tras el derribo de las murallas, y que en este caso era propiedad de la familia Echarte. Tras su demolición, recientemente operada, se proyectaba la edificación de un moderno edificio de ocho alturas, que ennoblecería la zona y le daría un aire moderno y cosmopolita.

HOY EN DÍA el fotógrafo que quiere obtener una panorámica de esta zona tiene que retrasar su posición respecto a la de 1954, para abrir de esa manera el plano y permitir que la imagen recoja la totalidad del inmueble que ocupa la parte central de la fotografía. Se trata del conocido Edificio Aurora, obra de Víctor Eusa y llamado así porque albergaba, en sus tres primeras plantas, la sede de la compañía de seguros Aurora Polar.

En este edificio el arquitecto pamplonés ha abandonado ya la imaginativa plasticidad de las obras que había levantado en Iruñea antes de la Guerra Civil, y se aprecia una mayor sobriedad, acentuada por el uso de balaustradas clasicistas y pirámides de clara inspiración escurialense. Todo muy apropiado para aquellos tiempos de nacional-catolicismo con vocación imperial. En otro orden de cosas, Víctor Eusa supo adaptar muy bien el edificio a la forma del solar, que terminaba en un agudo e incómodo ángulo. Dando la vuelta al problema, lo convirtió en su seña más original y distintiva, al rematarlo con una solución curva que recuerda ya, sobre todo en su parte superior, a los torreones con que años después flanquearía el cuerpo central del colegio de los Hermanos Maristas.