En 1898 estalló por fin la burbuja. España ya no era un imperio, y los últimos jirones que quedaban en ultramar, Cuba, Puerto Rico y Filipinas, se desgajaban definitivamente del tronco carcomido. Las soflamas patrióticas y las amenazantes llamadas a la "irrenunciable españolidad de Cuba", que habían salido de los escaños, los púlpitos y los periódicos, daban paso ahora a la cruda realidad, y a una depresión colectiva que, en adelante, se conocería simplemente como El 98.

La semana pasada publicábamos una vista del cruce de las calles Padre Moret y José Alonso en 1908, en la que veíamos el edificio conocido como La Actividad, por la compañía aseguradora a la que pertenecía. Y prometimos que hoy nos remontaríamos 10 años más, para verla en su estadio primitivo, cuando el edificio era conocido en Pamplona como Casa Cía. La foto muestra una estampa nevada de Pamplona, con un único paseante que cruza ante la fachada tocado con txapela. Podemos ver que, por aquel entonces, el inmueble que ocupaba este solar era un elegante edificio de desarrollo horizontal y estilo ecléctico, con tejados apuntados de inspiración centroeuropea y decoración modernista.

Hoy en día una primera aproximación a la imagen parece querernos revelar que Casa Cía fue sustituida en los 10 años transcurridos entre 1898 y 1908, para levantar un no menos imaginativo edificio, en el que los miradores de madera protagonizan la fachada por este lado. Una mirada más atenta nos revela en cambio que, en realidad, Casa Cía no fue derribada sino más bien recrecida. Efectivamente, podemos comprobar que la primera planta del actual edificio se corresponde exactamente con la apariencia que tenía en el siglo XIX, con su fachada retranqueada, sus ventanales decorados e incluso con sus tragaluces al nivel del sótano. Hasta puede verse, aún en su lugar, la reja de hierro que aislaba el solar de la vía pública.

En otro orden de cosas, es fácilmente comprobable que el siglo y pico transcurrido no ha enseñado gran cosa a los sucesivos gobiernos españoles, y de manera muy especial a una clase política que sigue castigando a la periferia peninsular con su nacionalismo centralista y excluyente, cargado de desprecio y de un mal disimulado rencor. Y uno no puede evitar preguntarse cuántas Cubas tendrán que sufrir en sus carnes para aprender la lección que les brinda su propia historia.