En 1915, Pamplona comenzó a tirar las murallas (el frente desde Yanguas y Miranda y hasta el Baluarte del Labrit), y creció por el sur. El próximo 25 de julio se cumplirá un siglo de aquel momento histórico, uno de los más importantes de la historia de la ciudad. Supuso uno de los primeros pasos para la expansión de una capital constreñida por altísimos muros de piedra, y que pedía a gritos luz y espacio. Sin embargo, la culminación de ese episodio no estuvo libre de polémica. De hecho costó varios años de gestiones antes de que pudiera materializarse. Hoy el Segundo Ensanche, que nació en los cimientos de una muralla derribada, sobre una superficie de 999.760 m2, es uno de los barrios de mayor población de la ciudad, más del doble incluso que el Casco Antiguo, 22.463 habitantes, y es el segundo distrito donde mayor número de viviendas hay censadas, 9.997, según datos de 2013.

La planta de Pamplona era un rectángulo amurallado desde hace siglos (las actuales datan del siglo XVI). Ya en 1888 se había llevado a cabo el primer hito urbanístico, la puesta en marcha del primer Ensanche, aunque en los glacis de la Ciudadela, y tras el derribo de dos de sus baluartes, el de San Antón y el de la Victoria. Unas pocas manzanas de viviendas que no solucionaban el hacinamiento de la Pamplona intramuros. La ciudad tenía que crecer; la población había aumentado considerablemente. Según los censos de población, en 1786 había 14.066 habitantes, en 1860 22.896, mientras que en 1900 la población de Pamplona rozaba ya los 30.000 habitantes (28.886). Y aquello fue a peor en los años siguientes. De hecho, según constaba en el Plan de Higienización de las Viviendas de Pamplona, realizado por el doctor Agustín Lazcano, con motivo del aumento de la mortalidad en la ciudad, las edificaciones estaban creciendo para arriba, “llegando a una situación de hacinamiento y calles lóbregas e insanas”. La Pamplona intramuros tenía una superficie de 388.190 metros superficiales, lo que suponía apenas 13 m2 por habitante.

pAMPLONA PEDÍA CRECER Desde mediados del siglo XIX la férrea defensa del recinto amurallado pamplonés había enfrentado a la autoridad civil con la militar. Pamplona aspiraba a ser “una ciudad dinámica, abierta y expansiva”, lo que chocaba con los intereses de la autoridad castrense. Y en eso coincidían otras plazas fuertes. En la segunda mitad del siglo XIX se procedió también a la apertura de los recintos amurallados de Barcelona (1864), Córdoba y Sevilla (1868), Palma de Mallorca (1902) y Cádiz (1906). Pamplona y Jaca serían las siguientes (1915).

CIUDAD INSANA, INHABITABLE Según recoge la historiadora Esther Elizalde, autora de la mayor parte de la bibliografía de las fortificaciones de Pamplona en su libro Pamplona, plaza fuerte 1808-1973. Del derribo a símbolo de identidad de la ciudad, “las actuaciones destructoras realizadas en el siglo XX”, entre ellas Pamplona, son “fruto de un largo proceso administrativo, siendo definitivas y seguidas de un plan de ensanche que no tarda en llevarse a cabo”. Además de la situación de inhabitabilidad, hubo dos factores más decisivos: las murallas habían perdido su capacidad defensiva y se encontraban en un estado ruinoso. En tercer lugar, se hacía necesaria la apertura por la “imposibilidad del establecimiento de industrias por falta de terrenos, y la instalación de las dotaciones necesarias para la llegada del ferrocarril eléctrico”, recuerda Elizalde.

Aunque ya lo había intentado desde 1850 (en 1854 mandaron una memoria a la reina Isabel II) entre 1900 y 1915 Pamplona luchó por su desaparición, chocando con el Ramo de Guerra. El II Ensanche era el sueño dorado, como se denominaba. Fueron constantes las idas y venidas a Madrid de las autoridades para conseguirlo, con diversos proyectos de Ensanche, por el oeste y el sur, y hasta hubo una acción común de las ciudades que pedían el derribo de sus murallas, que llegó a las Cortes con éxito.

El Ramo de Guerra llegó a plantear, en 1901, para acceder al derribo, la construcción de una nueva muralla, más afuera (lo que resultaba absurdo ya que para defender la urbe venía construyendo desde 1878 el Fuerte de San Cristóbal), lo que ralentizó el proceso durante años. Mientras, Pamplona iba creciendo por el norte, fuera de los muros, en la Rochapea, y hacia la Estación.

En este arduo proceso de extender la ciudad fue determinante otra circunstancia: la reforma de los portales de la Taconera, San Nicolás (se situaba entonces a la altura de la hoy avenida San Ignacio), y el Portal Nuevo, en 1905. Se abren las puertas de la ciudad, y desaparecen “los derechos de puertas y consumos”, como recuerda Elizalde, la tasa que había que pagar por entrar a la ciudad, así como el toque de queda, que cerraba Pamplona cada noche.

1911, luz verde al ensanche Tras devenires continuos, el 1 de mayo de 1911 se promulgó la Real Orden que autorizaba el ensanche de Pamplona por el sudeste. Las ansias de expansión eran tales que hasta las fuerzas vivas de la ciudad se reunieron en una asamblea que congregó a 243 personas en las Escuelas de San Francisco, para debatir el proyecto de derribo y ensanche, que por poco acaba en reyerta. La ley del derribo de murallas de Pamplona fue aprobada por el rey Alfonso XIII el 7 de enero de 1915. En su articulado definía que, a cambio, el Consistorio debería pagar 1.000.000 de pesetas “para la construcción de varios edificios destinados a dependencias militares”.

EL ANSIADO DERRIBO El 24 de julio de 1915, el alcalde de Pamplona, Alfonso Gaztelu, editaba un bando anunciando el histórico acontecimiento: “Pamploneses, el día de mañana van a caer las primeras piedras de las murallas de esta ciudad, acontecimiento que tanto habéis deseado porque de él dependía el engrandecimiento de vuestra querida ciudad”. Aquel 25 de julio hubo salida de la comparsa de Gigantes y Cabezudos, un banquete que congregó a las distintas autoridades y un festival acrobático gratuito en la plaza de toros, a cargo del Circo Reina Victoria.

Y pasadas las 6 de la tarde, tuvo lugar el acto central del derribo de las murallas, detrás del Polvorín de la Reina, a espaldas de la antigua plaza de toros (donde el Gayarre entonces). Allí, desde un balcón se pronunciaron los discursos, antes de procederse a prender la mecha de los cartuchos de dinamita que explotaron y originaron el derrumbe de las primeras piedras, al son de la Marcha Real. Hubo glorias cantadas, y como punto final, por la noche se celebró una recepción de sociedad en el Casino Principal, fuegos artificiales y baile en la plaza del Castillo hasta las 12 de la noche.

Aquel fue el primer día de la nueva historia de Pamplona.

La ley de derribo. El derribo se llevaría a cabo por el frente sudeste, “desde la prolongación de las calles Yanguas y Miranda hasta la carretera de Madrid y Ripa de Beloso”, es decir desde la Ciudadela y hasta el Labrit. Comenzó el 25 de julio de 1915 en el Baluarte de la Reina, hoy donde la calle Roncesvalles. En 1918, se tiró el lienzo de la muralla de Tejería. Se conservó el Baluarte de Labrit y el fortín de San Bartolomé. La muralla venía desde la Ciudadela, por Conde Oliveto-García Ximénez, hasta Roncesvalles-Arrieta (entre San Ignacio y Cortes de Navarra en 1905 se había desmontado el Portal de San Nicolás), y hasta lo que hoy es la Bajada de Labrit.

6.000

Euros. 1.000.000 de pesetas a plazos es lo que fijó la Ley de Derribo de 1915 a pagar por el Consistorio para la construcción de varios edificios destinados a dependencias militares. Una cantidad inferior a la planteada en 1909 por el alcalde Daniel Irujo: 2.500.000 pesetas en 16 años, y aún también a la que en 1911 Joaquín Viñas había renegociado: 1.800.000.