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Un muro para el recuerdo

El derribo de la pared del silo de Potasas, último testigo de la actividad minera de la zona, sirve de perfecta excusa para hablar de lo que fue una potente industria y una lucha obrera “punta de lanza” en Navarra

Un muro para el recuerdo

Es solo un enorme muro en vías de extinción. Pero esconde un simbolismo mayor que la pared de hormigón, anclada al paisaje de la cuenca como último testigo de la actividad minera de la zona (al margen de la fábrica de sal, que sigue en pie). El derribo de lo que fue silo de potasa sirve de excusa para hablar de una potente industria que llegó a emplear a 2.000 trabajadores, minería ahora olvidada que con Franco y sin él fue “punta de lanza” de la lucha obrera en Navarra.

Con el mazacote como telón de fondo y el sonido de un martillo hidráulico comiéndose poco a poco el hormigón, ocho trabajadores de Potasas de Navarra, después Potasas de Subiza, echan la vista atrás para recordar lo bueno y lo malo; el compañerismo, las penurias bajo tierra, las muchas derrotas de la pelea sindical y también las victorias.

la lucha obrera

De huelgas y encierros

15 días bajo tierra

“La vida laboral en esta empresa ha sido en base a un conflicto permanente”, dice Elías López con conocimiento de causa: a los cinco días de entrar, en 1973, ya tuvo “un mal empiece con una huelga de tres meses”. “Aquí hubo dos huelgas generales, eso hay que tenerlo en cuenta”, añade Javier Urroz. “Esta empresa, junto con otras muchas, tiene su importancia en las peleas sindicales sobre todo de finales de los 60, principios de los 70 y los 80. Y están íntimamente ligadas a las libertades democráticas y la lucha contra el fascismo”, opina por su parte Paco Simón, por aquel entonces líder sindical. José Luis Díaz Monreal, antiguo trabajador y autor del libro Las huelgas de Potasas, señala que el clima de lucha obrera que se generó en Navarra, Potasas incluida, “fue quizás el más importante en todo el Estado durante la dictadura de Franco”.

Entre los hitos más destacados figuran dos encierros. Primero en febrero de 1974, cuando animados por la huelga en Motor Ibérica, 187 trabajadores se encerraron durante 70 horas en la mina. Cuatro de ellos fueron despedidos. En una huelga posterior (con suspensión de empleo y sueldo para parte de la plantilla durante dos meses y medio) se desencadenó el segundo encierro, el 7 de enero de 1975. Y se prolongó durante 15 días. “Aquí hay unos cuantos de los encerrados... los que pusieron al Gobierno bien tieso”, dice Diego Muñoz en referencia a Javier Urroz, Luken y Jesús San Martín, 3 de los 47 encerrados.

Tras una asamblea en el poblado, a mediodía descendieron por el pozo de Undiano (el menos vigilado) y 12 kilómetros y ocho horas después establecieron el campamento base en el pozo de Esparza, con galerías mejor preparadas. Pensaban que llevaban comida para 100 personas y 15 días, “pero ahí nos dimos cuenta de que no”, dice Luken, que bajó con 63 kilos y salió 7 más ligero. Otros como Ángel Eulate, Urtain, perdieron casi un kilo por día de encierro. Repartidos por parejas, comían media lata de garbanzos o alubias (sin cocinar) y media naranja. Y bebían agua de un depósito en cuyo fondo, una vez seco, descubrieron una rata muerta.

Las miserias no terminaron al salir. Multas o cárcel. 50.000 pesetas o 30 días en prisión para Jesús San Martín, por ejemplo. Y el despido para todos ellos. “De ahí no pude volver a trabajar hasta 1982. Siete años. En aquella época había listas negras, no te contrataban en ningún lado”, explica Urroz, que tuvo suerte porque “la gente de Villava me apoyó durante ese proceso de machacamiento. Tengo un mal recuerdo, pero fue toda mi vida laboral. Una vida interesante, reivindicativa. De lucha”.

A Luken el encierro también le pasó factura. Pisó la comisaría, la cárcel e hizo la mili en una compañía de castigo. A partir de la Ley de Amnistía de 1977 les fueron readmitiendo en la empresa, en algunos casos con procesos judiciales de por medio. Él volvió a la mina a finales del 78. Y destaca “el impacto que tuvo en la lucha de toda la clase obrera de Navarra. Tengo un buen recuerdo de la solidaridad que provocó, lo que hacíamos para que esto pudiera cambiar. Y volvería a hacerlo”.

“Fue un hito”, opina Miguel Urrastabaso. “No solo en Navarra. La huelga de Potasas tuvo resonancia a nivel nacional. Recuerdo cuando se encerraron un montón de compañeros en la mina, moviéndonos por todos los pueblos de la zona, haciendo asambleas, con la Guardia Civil detrás...”.

“En la lucha obrera siempre hemos estado ahí metidos, ha sido la punta de lanza en Navarra”, explica Miguel Ángel Zoroquiáin. “Ahora se empieza a hablar en televisión de la lucha contra Franco, y nunca sacan a Navarra. Y los partidos pequeños que luchábamos tampoco salimos. Eso duele, duele mucho”, considera Miguel Ángel. “Hubo un cambio. Las luchas obreras fueron decisivas y determinantes. Esta no es la sociedad que nosotros pretendíamos. Pero, con respecto a lo que había, se avanzó. Y todavía deberemos avanzar mucho más”, dice Simón.

“Yo estoy a gusto con mi participación, pero algo defraudado con los resultados que ha tenido todo aquello”, afirma Miguel Urrastabaso. Y Jesús San Martín recuerda que, además de la lucha sindical, “para la industrialización en Navarra los avances tecnológicos de la empresa fueron un hito”. Cita la gran banda (más de cuatro kilómetros que enlazaban los yacimientos con las fábricas), una de las más importantes de Europa, el primer ordenador IBM, los primeros ficheros o los estudios “extraordinarios” sobre la carnalita de Del Valle, un “fracaso” porque acabaron consumidos por el fuego.

trabajo en la mina

Las penurias

Peligro constante

El de la mina es “un trabajo bruto, seas mecánico, electricista... El poco oxígeno que hay cansa el doble que los demás trabajos. Y siempre tienes un riesgo. Sabes que estás en una mina. Es cierto que no era una mina de carbón. Aquí ha habido algún caso de silicosis, pero contados”, detalla Miguel Ángel Zoroquiáin.

Con ese peligro constante, trabajando a un kilómetro de profundidad (1.000 metros más de carga de tierra si se suma la altura del Perdón), no es de extrañar que los mineros hicieran piña. A día de hoy se siguen juntando para recordar andanzas. “Es la leche. La mina hace mucho. El compañerismo es fundamental porque dependes del otro. Entre nosotros había mucha unidad”, añade Zoroquiáin, que sabe del dolor de su profesión: perdió a un hermano en la mina.

Diego Muñoz también ha sufrido en sus carnes ese dolor. Entró a trabajar en julio de 1976, “y a los 15 días ya tuve un accidente que me cortó la pierna. Aquello fue un mal trabajo hecho por el oficial. Había que elevar la estación de un telesilla, y lo que hicieron fue romperla. Cayó y me cortó la pierna”, explica Muñoz, que se maneja con una prótesis y reconoce que “aquí estamos todos marcados por esta mina”.

“El trabajo es duro porque respiras mal ambiente, hay polvo, humedad... y con la falta luz tienes muchas posibilidades de accidentarte”, rememora Luken. Y hace referencia al cartel de la entrada de la mina: Este mes llevamos 30 accidentes, no seas tú el 31. “No era la peor mina porque venían compañeros de Asturias con condiciones más precarias. Desde los primeros años la mina fue evolucionando y los últimos ya tenía más seguridad. Pero la mina es penosa para trabajar, y de hecho uno de los conflictos que más luchamos fue por sacar el coeficiente reductor. Fue uno de los avances que nos hizo, de alguna forma, tener una vida más digna en esta empresa”, resalta Elías López.

Hablar de la minería en Navarra exige recordar a los que perdieron la vida ganándose un jornal. Cerca de 60 fallecidos en sus casi 40 años de actividad. José Luis Díaz ha contabilizado 44 víctimas y más de 300 accidentes con secuelas permanentes. Pero dice que la cifra supera el medio centenar porque faltan datos de la década de los 60. Había muchas subcontratas, no se informaba y los accidentes mortales eran difíciles de rastrear.

En Potasas de Navarra se recuerdan dos fechas especialmente trágicas. El 28 de febrero de 1963 fallecieron 7 trabajadores haciendo el plano de Esparza tras una explosión de grisú. Y el 13 de marzo de 1975, muy poco después del famoso encierro, otra explosión de gas en el pozo de Undiano se llevó la vida de 6 trabajadores. En ambos casos se trataba de personal de obras subterráneas.

el derribo

De la pena a la indiferencia

Un símbolo que cae

“Que tiren esta cosita... me hubiera gustado que lo dejasen como un recuerdo importante para la población navarra de la actividad de lucha. Mantenerlo vivo para que no muera cuando nosotros muramos”, cuenta Javier Urroz. “A mí esto no me hace nada, sinceramente no le tengo ninguna simpatía. Me da igual que lo conserven, que lo tiren...”, explica Miguel Ángel Zoroquiáin, al que sí le dolió que no siga en pie “por lo menos el castillete (la estructura situada sobre el pozo) de Beriáin. Lo que han hecho ahí es un desastre por dos razones; primero porque representaría lo que ha sido la minería para Navarra. Y por mi parte, como quien dice ahí tengo la historia de mi familia”.

A Luken también le “fastidia” que se anulen los símbolos. “Este muro y quizá más importante los castilletes... que no se haya aprovechado el pozo de Esparza, con unas galerías muy bien organizadas, para hacer un museo minero como en otros sitios. Hubiera generado empleo y turismo”. Casi igual piensa Diego Muñoz, al que “este muro no es que me preocupe mucho. Me hubiera gustado que se mantuviese al menos un castillete. Dejar una referencia de la historia de esta mina. Si lo que queda es esto, ya da pena que lo tiren”, dice.

Miguel Urrastabaso, como el resto, hubiera apostado por “mantener una reliquia como recuerdo arqueológico de un pasado industrial importante de Navarra. Por otra parte, yo no entiendo de arquitectura, pero me llama la atención la robustez que tenía este edificio en concreto, con esos contrafuertes, las paredes... Si se hubiera restaurado podía haber sido símbolo de una época industrial. Pero no es que vaya a llorar por su derribo”.

“Nadie se acuerda de que en Navarra hubo una minería, y por lo menos se debería conservar algo que diga que aquí había una explotación. Que haya un referente al movimiento obrero, sobre todo en Potasas. Fue uno de los principales puntos de lucha obrera. Si no tenemos un referente vamos perdiendo la memoria de la vida laboral de este país”, explica Elías López. “Esta y otras empresas que hubo esos años en Navarra deberían ser un foco de atención y estudio, y en ese sentido lo reivindico. No se valora, pero debería tenerse en cuenta”, finaliza Paco Simón.

Años 20. El ingeniero de minas Del Valle descubre los yacimientos de sales potásicas de la cuenca del Perdón.

Años 50. El Instituto Nacional de Industria encarga a Adaro el sondeo y prospección de la zona.

Potasas de Navarra. PDN echa a andar en 1960. Llegó a emplear a unos 2.000 trabajadores y tuvo pozos en Beriáin, Esparza, Guenduláin y Undiano. Cierra en diciembre de 1985.

Poblado de Potasas. PDN inaugura en agosto de 1962 las primeras viviendas en el poblado de Potasas.

Potasas de Subiza. Tras el proceso de reconversión (algunos pozos ya eran inexplotables), la investigación del yacimiento de potasas en Subiza y una lucha obrera tremenda para que ese pozo se abriera (incluida una huelga general), en 1986 nace Potasas de Subiza (POSUSA), con un tercio de la plantilla de su antecesora, unos 650 trabajadores que se mantienen hasta el cierre a finales de los 90.