El ‘sentimiento Anaitasuna’ late fuerte medio siglo después
Las instalaciones celebran su 50 aniversario, una historia repleta de hitos y superacionesLos primeros socios recuerdan los inicios, la evolución, y afrontan los retos de futuro
pamplona - Es conocido como La catedral, aunque en él no disputa sus partidos el Athletic de Bilbao, pero sí ha servido como sede de grandes encuentros de talla nacional e internacional. A lo largo de sus 50 años de historia y como un hito que ha enriquecido parte de la vida cultural y deportiva de Pamplona, el pabellón Anaitasuna albergó en 1979 la final de la Copa del Rey de Baloncesto, fue también sede del Campeonato de España de Conjuntos de Gimnasia Rítmica o la prueba nacional de Karate, y ha acogido numerosos actos culturales, políticos y musicales: desde los bailes de Miguel Bosé hasta los villancicos de María Ostiz, ceremonias de testigos de Jehová e innumerables mítines políticos -algunos, incluso, con un falso aviso de bomba- o la actuación de los payasos Miliki, Fofo, Gabi y Milikito.
Ha tenido que hacer frente a los desastres propios de un incendio y desde sus gradas muchos socios han visto cómo se conformaban parejas, hoy matrimonios, en esas noches de baile los domingos. Llenaban el espacio los partidos “de gordos contra flacos” y los tradicionales “dimasu”, días del marido suelto: ellos acudían a desinhibirse sin sus mujeres, que les colgaban del cuello un cartelito con la hora de llegada y la pertinente autorización. “Si te dejaban hasta el día siguiente había que llevar churros de La Mañueta para desayunar”, bromean algunos de los primeros socios, que recuerdan con cariño esa época.
Celebraron el pasado jueves el 50 aniversario de la colocación de la primera piedra en unas instalaciones que han formado parte de la historia de la ciudad y la han visto crecer, cambiando y madurando como lo ha hecho Iruña, convirtiéndose en una seña de identidad no sólo por el deporte, sino también por la cultura y la transmisión de diferentes valores. Juan Luis Irurre Arigita -exdirectivo y exjugador de balonmano-, Alfredo Armendáriz Lerga, Mertxe Sanado Ezcurdia y Luis Javier Crespo Posadas -primeros socios- han relatado a éste periódico cómo nació una entidad que afronta dentro de poco su 75 cumpleaños (se fundó en el 46) y que, como ellos, mantiene intacta la ilusión del primer día.
Ha pasado por diferentes fases desde su creación en los aledaños de la antigua estación de autobuses “a cargo de unos 80 socios y socias, también mujeres porque ellas han estado en la sociedad desde el principio”, recalcan. Fue fruto de la fusión entre los equipos de fútbol Hércules y Academia Mosquera (de Antonio Mosquera, su primer presidente). Y es que el deporte rey se encargó de dar alas a la sociedad, aunque el balonmano y la montaña consiguieron convertirse en pilares identitarios de la misma. Se ubicó primero en Paulino Caballero, pasó después a la calle Mayor y se afianzó en su espacio actual en el barrio de San Juan, donde sus más de 8.300 socios disfrutan de una amplia oferta de actividades (patinaje, judo, halterofilia o hasta tenis de mesa, además de los deportes habituales, un spa y las piscinas o el txikipark, entre otras muchas y variadas opciones).
El balonmano, referente El suyo es uno de los pocos equipos de fútbol que continúa jugando el Trofeo Boscos “desde el principio, llevamos 62 años en campo y 47 en pista”, relatan los socios, que explican que ya en el año 49, cuando se creó la peña, empezó a cobrar más protagonismo su equipo de balonmano. “El doctor Jesús Mari López Sanz, un médico pediatra que se encontraba haciendo el MIR en Madrid, conoció allí el balonmano 11 y cuando vino aquí creó el primer equipo de balonmano a siete. No sé si media hora antes o media hora después se inscribió también en la federación el San Antonio, nuestro eterno rival... deportivamente hablando”, bromean.
En el año 57 salieron a jugar por primera vez fuera de Navarra, a Madrid. Quedaron cuartos a nivel nacional y consiguieron la copa de la deportividad. En el año 60 disputaron la final estatal en Bilbao y se proclamaron campeones de España de balonmano de Segunda División. “Pero no todo es balonmano, ha habido siempre mucha unión entre las diferentes secciones. Todos los días que jugábamos fuera llamábamos por teléfono a la sociedad, donde estaban comiendo, y les decíamos el resultado. El día de la final volvíamos en autobús y los de montaña estaban celebrando su pertinente final en Irurtzun. Paramos ahí y nos invitaron a comer con lo que les había quedado de la fiesta que estaban celebrando”, relatan. Se volvieron todos juntos.
Presencia femenina Del club de montaña, confiesa Sanado, “han salido muchas parejas. Y ahí es donde más mujeres estábamos, éramos mayoría. La sociedad ha contado con presencia femenina desde el principio y participamos activamente en ella”, valora la socia que, entre otras cosas, se encarga de tejer la ropa que sus particulares Reyes Magos llevan puesta cuando reparten regalos e ilusión en la casa de los socios que lo piden. “Después cenan en la sociedad, se dan una ducha y nos cuentan lo que les dicen los niños”, relata.
También acuden a hacer visitas al hospital y realizan otras labores “que han servido como desahogo cultural”, recuerda Crespo, poniendo en valor un pabellón “que ha sido un referente”, con capacidad para cerca de 3.000 personas. “Y es que antes del Navarra Arena y del Baluarte era el único con tanta capacidad y a cubierto, no tiene la acústica del Gayarre pero también ha acogido a compañías”, explica.
Las vigas, con 54 metros de luz cada una y un peso de 130 toneladas, fueron un hito en la construcción. “Eran constantes las visitas de los estudiantes de la facultad de Arquitectura y de miembros del Gobierno de Navarra que venían a ver la estructura. Concejales y alcaldes de otras ciudades lo tenían como referencia para hacer sus propias instalaciones?”, afirma Armendáriz.
Construyeron también la primera piscina cubierta privada en Pamplona, en unas instalaciones que nunca están vacías -“pasan por aquí cada día más de mil personas”- y que acogen actividades en cada metro cuadrado, algo que les brindó también la Copa Estadium al mejor club deportivo del Estado, en el 74. Una vitrina poblada de trofeos, repartidos también en las estanterías, denotan no sólo el esfuerzo sino también la validez de un club conocido y reconocido que se ha consolidado gracias a las aportaciones de los socios.
“Comenzamos unos 70, cuando vinimos a San Juan crecimos muchísimo, llegar a este barrio fue un boom y se multiplicaron los socios”. Aseguran que entre ellos “no ha habido nunca ninguna discusión, hay muy buen ambiente”, afirman Crespo y Sanado. Irurre, por su parte, valora que el labrarse un nombre pasa por “mantener la misma ilusión que uno tiene desde el principio, durante mucho tiempo. El mayor hito es no dar por finalizada una labor, sino intentar ponerla siempre al día”.
El reto principal a futuro es “que las nuevas generaciones, los nuevos socios, no pierdan nunca la noción de dónde hemos nacido y sigan evolucionando como lo hemos hecho nosotros. Que cuando se cumpla el centenario puedan decir con orgullo lo mismo que hemos comentado nosotros. Lo que solemos decir: que no se tiene que perder el sentimiento Anaitasuna. El de hermandad, al fin y al cabo”.
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