ola, personas, ¿qué tal se llevan los rigores climáticos? Esta semana ha sido atípica: la semana de los puentes forales, un hito que ya se ha hecho un lugar en el calendario como los propios sanfermines. Solo que este año los puentes forales no nos han servido para cruzar ríos, ni valles, ni fronteras, ni nada, como mucho para ir al pueblo de al lado a tomar un Kins de limón en una terraza con un frío de aúpa. Planazo.

Yo voy a dividir el ERP de hoy en dos, por un lado os contaré una bonita excursión y por otro hablaré un poco de los santos patrones que hemos celebrado el 29 y el 3, Satur y Patxi.

La excursión fue precisamente el día de nuestro patrón local, Saturnino, el obispo. Ese día a mí me suele gustar ir cargado de cámara y objetivos a la iglesia de la que es titular y ver lo que allí se cuece, la procesión, los cánticos de su Cofradía y todas esas pamplonadas que tanto nos gustan. Pero como este año la cosas están como están, pues cambié de plan, cogí coche, carretera y manta, y acompañado de la Pastorcilla me fui de rule por los campos de Navarra. El sitio elegido en esta ocasión fue cercano, 21 km nos separan de nuestro destino: nos fuimos al nacedero de Arteta. Precioso, fácil y muy recomendable paseo. Salimos de Pamplona por terrenos netamente cuencos como son Orcoyen, Arazuri y Ororbia, donde dejamos la vera del Arga para tomar la del Araquil. Atravesamos la céndea de Olza con sus interminables trigales que ya verdean dando vida al campo, pasamos Anoz y cuando la carretera se divide tomamos a la izquierda dirección valle de Ollo. A pocos metros, una vez más a nuestra izquierda, un desvío nos indica Ulzurrun, ese es el nuestro. Llegados a este bonito pueblo vimos un ramal que nacía en su centro y que en 1,6 kilómetros nos llevó al nacedero. Veamos antes un poco de historia. Pamplona a finales del siglo XIX contaba con 30.000 habitantes y no tenía agua suficiente para todos, la cantidad y calidad de las aguas que llegaban del manantial de Subiza, que viajaban a cielo abierto en muchos tramos con el consiguiente riesgo de infección y de las que se bombeaban desde el Arga, de más que dudosa potabilidad, eran pocas y malas, así que hubo que buscar nuevos acuíferos que abasteciesen a la capital de tan necesario elemento y éstos se encontraron en los pies de la sierra de Andía. La composición de dicha sierra, que cuenta con una altiplanicie de unos 100 km2, hace que grietas, simas y cavernas filtren agua que va a parar a unos grandes depósitos que alimentan el manantial de Arteta. Nuestros ancestros vieron el filón y entubaron semejante tesoro para que en 1895 las casas pamplonesas tuviesen agua en sus grifos, auténtico bum en la vida de la ciudad. Llegamos, aparcamos y comenzamos nuestro paseo. Una casa con todo tipo de videos, planos, gráficos y explicaciones recibe al curioso que quiera saber todo sobre el pasado, presente y futuro del lugar. Un poco más adelante está el nacedero propiamente dicho, que son dos grutas de donde mana el agua limpia y cristalina. El camino sigue hacia una enorme pared de roca desde cuya altura, cuando hay abundancia de agua, cae una maravillosa cascada llamada Artázul. No hubo suerte y Artázul estaba seca, pero todo su entorno es una preciosa suerte de riachuelos, charcos, rocas, vegetación y monte. Cuando íbamos a mitad de camino de entre la maleza salieron dos chicos que llevaban algo en brazos, cuando llegamos a su altura vimos que eran dos cazadores que socorrían a un pobre perro de su jauría que había sido atacado por un jabalí y tenía varias heridas abiertas que lo teñían de sangre, el pobre, con una resignada cara de asumir los gajes de su oficio, se dejaba atender por sus rescatadores. Los chuqueles son únicos. Seguimos hasta el final del camino, hicimos un poco el cabra por peñas y riscos y volvimos sobre nuestros pasos para continuar la excursión dominguera en lugar más soleado. Para ello tomamos de nuevo el coche y nos dirigimos hacia Arteta, aparcamos en Ollo y ttipi ttapa, ttipi ttapa dirigimos nuestros pasos al pueblo que da nombre al manantial. El paseo fue una delicia, el circo de montes que nos rodeaba, la mañana soleada y el verdor de los campos nos hacía estar, como diría mi amigo Patxi, a capricho. Llegamos a Arteta dimos una vuelta por el pueblo, vimos que hubo de ser pueblo de empaque a juzgar por la cantidad de casas blasonadas y volvimos al camino. Antes de montar en la máquina para volver a la city nos acercamos a las ruinas de la ermita de Donamaria que se encuentra a los pies de Ollo, junto a un terreno donde unos muchachos cuidaban unas docenas de cabras. La ermita datada en documentos de 1066 cuando Sancho Garcés IV la donó al monasterio de Leire, según reza un panel explicativo que hay junto a ella, no ha resistido los embates del tiempo y la pobre está hecha unos zorros. Parece ser que los vecinos del pueblo están trabajando en su consolidación al menos para que lo que hay aguante y no se siga cayendo.

Y como decía vamos a mirar un poco la cosa esta de los patronazgos. La historia de San Saturnino es más o menos de todos conocida: nació en Patrás (Grecia) y se desplazó a impartir su doctrina a Toulouse, donde se le ubica en el siglo III. Una vez cristianada la ciudad gala, se acercó a Pamplona donde, según el Año Cristiano, "con la eficacia de su predicación, con la multitud de sus milagros, y con la santidad de su vida, convirtió a 40.000 personas", muchas personas me parecen a mí para una ciudad que se limitaba a la Navarrería. Volvió a Toulouse a calmar unas revueltas y fue acusado de causar el silencio de los dioses por lo que le dieron muerte atándolo al rabo de un toro que hicieron correr escaleras abajo del capitolio. Casi nada se conoce de Saturnino en Pamplona hasta el siglo XI en que llegan los francos y levantan una iglesia bajo su advocación, por tanto todo lo antedicho es más que lógico ponerlo en duda, pero€ alguno ha de ser el patrón y si este ya lleva siglos será por algo.

El otro de nuestro patrones, sin embargo, tiene una biografía totalmente contrastada, se sabe que nació un 7 de abril de 1506, se sabe lo hábil que fue para los estudios, cómo se educó en Paris, se sabe que allí conoció a Ignacio de Loyola y que enseguida entablaron una gran amistad, se sabe que partió a lejanas tierras donde cristianó sin parar, se saben muchas cosas más y que falleció a los 46 años. Fue un santo muy milagrero y un navarro universal. De este nadie duda.

Y hasta aquí por hoy, la semana que viene más.

Besos pa'tos.