ola personas, me alegro. Esta semana es una semana triste porque en ella ha caído un clásico, un clásico del hedonismo, de los momentos felices, de momentos sin preocupaciones, de situaciones alegres, desenfadadas, un clásico al que debemos muchas horas de baile y cachondeo, el gran Georgie Dann se nos ha ido a componer canciones allá donde siempre es verano, donde siempre hay barbacoas y chiringuitos y el negro siempre puede. Además de sus allegados que lo habrán sentido como todos sentimos la partida de un ser querido, sin duda quien también lo habrá sentido infinito habrá sido su peluquero. Gracias Georgie, descansa en paz.

Y también ha sido un clásico entre mis paseos el que he llevado a cabo esta semana y es que me he ido a ver la estampa otoñal de mi camino favorito, el serpentín que de Beloso baja al río, y a disfrutar un poco de una fresca mañana a orillas de nuestro querido Arga. Para ello el jueves temprano, a las 9 de la mañana, me abrigué y me puse en marcha. En esta nueva temporada aún no había sentido los rigores del frío y en esta ocasión se hicieron presentes. Plumífero, bufanda y sombrero fueron mis salvadores. Salí de casa y por la avenida del Unificador, vulgo Carlos III, llegué a Iturralde y Suit para salir a la tranquila calle Aralar, una vez en ella atravesé ese patio de familia que tienen las casas del grupo Ruiz de Alda, las llamadas en tiempos “Las protegidas” y me planté en la calle Medialuna para entrar en Argaray. Os preguntaréis para qué di tanta vuelta y todo tiene su explicación. Resulta que esta sección mía tiene un poco de aquella emisora de radio que ponía en antena “peticiones del oyente” y yo escribo a veces “peticiones del lector” y se da la circunstancia de que tengo un fiel lector que me tiene solicitada una protesta que voy a plantear hoy aquí porque en parte la comparto con él. Este Sr. en cuestión, de iniciales J. M., es argaraytarra de nacimiento y de corazón y está indignado con la poca protección que desde el consistorio se está dando a la uniformidad constructiva que la envidiada colonia tenía, y no le falta razón. Argaray fue levantado en los años 30 por construcciones Martinicorena y son unos chalets muy dignos, de varias medidas, pero con uniformidad estética. Fueron proyectados por Joaquín Zarranz y Julen Madariaga y todos ellos tienen un inconfundible estilo vasco francés, o mejor dicho casi todos, ya que diferentes ayuntamientos han mirado para otro lado a la hora de dar licencias y permitir que se comprasen chalets se derribasen y en el solar se levantasen modernas edificaciones que desentonan considerablemente con el bonito conjunto que en un principio se consiguió. Algunos se han restaurado siendo estrictamente fieles a la línea inicial, otros han combinado el estilo antiguo con toques de ahora, pero hay alguno que nada tiene que ver con el resto de las edificaciones que los rodean y causan cierto choque en el conjunto. Lo hecho, hecho está, pero sería bueno que no se diesen más casos. Dicho queda.

Salí de la ajardinada zona y crucé Baja Navarra, entré en el parque de mi infancia por la zona donde está el bueno de Juan de Huarte, enseguida analizó mi ingenio y me dijo que por favor lanzase desde aquí una llamada para que le arreglen el parterre en el que está instalado que al pobre me lo tienen hecho unos zorros.

Antes de seguir hacia mi destino no pude resistirme a llegar hasta la barandilla y ver el espectáculo que el otoño ofrece, una sinfonía de amarillo y verde a derecha e izquierda dan sabor a limón a la mañana, a lo lejos se levanta majestuosa la Catedral y a sus pies entre la fronda emerge enhiesta la vieja chimenea del molino de Caparroso.

Por fin llegué a mi camino y empecé a disfrutar de él bajando sobre una alfombra de hojas que presentaba una serie de matices ocres que no envidia a la mejor pieza salida de los mejores telares de Isfahán. Vi que los árboles aun aguantan con algo de ropa pero están al borde de su máxima desnudez, en dos semanas sus vergüenzas quedarán al aire. Al llegar a la primera curva vi un sendero como de cuento que se metía entre la vegetación, lo tomé, porque a mí me mata la curiosidad, y avancé apartando ramas hasta donde pude y vi con tristeza que los marranos llegan a todas partes: bolsas, latas, un zapato, mascarillas, incluso un maltrecho bolso de mujer invadían el terreno, ante esto me di la vuelta airoso y al hacerlo una rama maligna y traicionera se me metió en un ojo y casi me deja tuerto, maldije a la rama, a la basura y a mis ideas y volví a la senda que nunca debía de haber abandonado. Llegué al final de mi camino disfrutando de cada metro y accedí a la pasarela musical que en esta ocasión al pisar sobre las hojas caídas ofrecía un suave sonido de escobillas sobre la tersa badana del tambor. Al llegar a la otra orilla tomé a mi derecha dirección Burlada y fui observando a las diferentes personas que me cruzaba o que llevaba delante, chicos y chicas más o menos deportistas , eso se nota en ritmo e indumentaria, y personas de más edad con un andar más calmo pero sacando chispas a la fresca mañana. Crucé un grupo de cuatro mujeres setentonas que peroraban a cerca de las vacunas covid y se declaraban escépticas para creer lo que el gobierno cuenta, a mí no me engañan, sentenciaba la de voz más poderosa. Ante mí llevé un rato a tres mujeres de edad indefinible que andaban ligeras y hablaban y gesticulaban sin parar las tres a la vez, una de ellas llevaba un paraguas en la mano por si acaso, ya que la mañana amenazaba. En uno de sus gestos el protector artículo se le fue al suelo y al agacharse para recogerlo doblándose sobre el abdomen presionó sobre su balón gástrico que le jugó una mala pasada y dejó escapar un inconfundible ruido perfectamente audible en el silencio campestre, yo las rebasé disimulando como si nada hubiese oído y allí las dejé, tras de mí, llorando de risa. Una situación así o te mata de vergüenza o te mata de risa.

Seguí por el sendero hasta que a mi izquierda vi abierta la verja de una explotación agrícola con un letrero que decía: Venta directa. No pude ni quise resistirme, entré y merqué lechugas, pimientos y tomates de una calidad suprema y a un buen precio. Ya no volví al camino del río, mi paseo se había cargado con 6 kilos de naturaleza y había que alcorzar, salí al camino de Burlada y por la casa de las Moscas llegué al puente de la Magdalena que atravesé para tomar el ascensor de la Medialuna y volver a salir a la calle Aralar que me condujo a casa.

Disfruté, mi camino es garantía de éxito.

Besos pa tos.

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