Cuando vivían en la calle Olite, el frío se les metía en los huesos y su bebé no podía gatear en el suelo, demasiado estropeado: “Crujía todo el rato”, recuerda Wilmer. Este joven, de 27 años, y su esposa Natalia S., de 24, llegaron a Pamplona muy pequeños: “Yo apenas tenía 5 años y vivía en la Milagrosa. Y Natalia, en el Ensanche”. Acabarían por conocerse, y llevan juntos una década. El problema, el mismo que azota a la juventud desde siempre, y ahora más, es que durante años no han podido acceder a un piso, por los altísimos precios, ni poner en marcha una familia, como era su plan. “Nos pedían por una habitación con acceso a baño 200-300 euros”, recuerdan. Por eso, acabaron viviendo con la familia de Wilmer: “Nos llevábamos bien, y aguantamos casi un año, pero, claro, no era plan”. Decidieron lanzarse a la aventura inmobiliaria y se dieron de bruces con la realidad: “Todos los precios del Ensanche eran de 800 euros o más y nos llegaron a pedir hasta 1.200”, dice Wilmer y añade que “nos parecen abusivos, porque si eres joven, o estudias o trabajas, y tu economía no te da para asumir esos gastos”.

Natalia es, desde 2019, reponedora-cajera en un supermercado (“me hicieron fija ese mismo año”, explica), mientras que Wilmer trabaja de camarero. En 2018 se metieron en un piso de 600 euros en la calle Olite, “que encontraron de casualidad”, porque “conocemos muchos amigos que tardan un año en encontrar algo asequible”. Hace un año nació la pequeña, “y nuestra vida dio un giro total. Tuvimos que dejar todos los caprichos” Pero el destino les iba a cambiar: “Nos actualizamos en el censo de Nasuvinsa, y justo nos llamaron para este piso. Fue una sorpresa”. Es, para ellos, “un piso precioso y el barrio además nos ha recibido muy bien”. Ahora pueden ahorrar para su hija, o para los que vengan.