ola personas, a pesar de los pesares y a pesar de la que está cayendo nosotros seguiremos con lo nuestro, ya que lo único que está en nuestra mano para ganar un ápice de esta batalla contra la sin razón es seguir con nuestra vida.

Esta semana mi paseo va a ser diferente, vamos a pasear por el mundo de la cultura y por una de mis aficiones: el teatro. Vamos allá.

El miércoles a las 11 tenía yo una cita en el Civivox de San Jorge con la gente del Lebrel Blanco que están preparando un montaje teatral para conmemorar los 50 años de la creación del viejo grupo de teatro pamplonés. Se acordaron de mí y tuvieron el detalle de invitarme a ver un ensayo semigeneral de la obra de Patxi Larrainzar “Navarra sola o con leche” que va a ser puesta en escena de nuevo, 44 años después de su estreno, en el teatro Gayarre los días 18, 19 y 20 de marzo. En su día alcanzó casi las cien representaciones a lo largo y ancho de toda Navarra, la representaron en frontones, escuelas, plazas, cines y en cualquier lugar donde pudieran concentrar al público de este o aquel pueblo en torno a un escenario.

Pero hoy aquí no voy a hablar de lo que vi el miércoles sino de lo que viví en mi adolescencia y juventud metido en un grupo de teatro que se atrevía con montajes de gran envergadura. Conocí al grupo a raíz del estreno de El retablo del flautista, obra de Jordi Teixidò con la que el Lebrel cosechó un gran éxito en la época. Un amigo mío trabajaba en el grupo y le pregunté si sería posible formar parte de él. Me dijo que sí y un buen día me llevó al local donde ensayaban que no era otro que la antigua casa de socorro en la calle Alhondiga. Allí me presentó al director y factótum del cotarro el recordado Valentín Redín. Se daba la circunstancia de que estaban preparando el montaje de Blancanieves y los 7 enanitos y al verme me dijo si quería un papel en el cuento, pero que sería papel de figurante con una frase, acepté encantado y me dio el papel de paje del príncipe, corría el año 1974. La obra se estrenó en el Gayarre y el 28 de diciembre la representamos en los Jesuitas de Tudela. Ahí empezó mi andadura en el Grupo de teatro El lebrel Blanco, y ese fue el papel que más texto tenía de todos los que desempeñé, yo como actor era penoso, pero voluntarioso y trabajador en el grupo lo era todo. Siempre hice de extra, de pueblo, de bulto, pero a mí no me importaba, yo estaba encantado de estar metido en el cotarro.

Un buen día abandonamos la vieja casa de socorro y nos fuimos al Pequeño Teatro de la calle Amaya. Como podéis imaginar, el teatro no se montó solo, hubo que arrimar el hombro y ahí estábamos todos como una piña; recuerdo como en un par de tardes desclavamos del suelo todas las butacas del cine Amaya en la avenida de Marcelo Celayeta y las subimos en un camión y cómo dedicamos unos buenos ratos y trabajo a pintarlas de anaranjado y a anclarlas en su nueva ubicación, y cómo se decoró el enorme vestíbulo del teatro qué, por distribución de la bajera, era tan grande como la sala, y cómo se hicieron a base de clavo y madera camerinos, escenario y bambalinas.

En ese coqueto teatro participé en cuatro obras de las muchas puestas en escena por el Lebrel. Estas fueron, la reposición de “El Retablo del Flautista”, capciosa crítica de la codicia que impera en la sociedad versionando el cuento del Flautista de Hamelín, “Nueve brindis por un rey”, de Jaime Salom, divertidísima obra en la que se revisaba en tono de humor el compromiso de Caspe, la elección de Fernando de Antequera y todo aquel histórico follón con el Papa Luna, Jaime de Urgel, Louis de Anjou... Recuerdo que hasta se imprimió un periódico, al modo de los actuales, que se repartía entre el público explicando quienes eran los candidatos a la corona de Aragón, “Carlismo y música celestial” de Patxi Larrainzar, en la que se veía la historia del movimiento carlista desde Carlos V hasta los luctuosos sucesos de Montejurra, y “1789 la ciudad revolucionaria es de este mundo”, del Theatre du Solei de París, un gran montaje sobre la revolución francesa en el que la escena no solo se daba en el escenario sino que recorría todo el local, sala de butacas, vestíbulo, etc.

A mí el hecho de pertenecer al Lebrel me dio opciones que, para un joven de aquella época, en la que no había precisamente muchas oportunidades de ver y de conocer, eran difíciles de alcanzar, me abrió puertas y me llevó a sitios que jamás olvidaré, como la asistencia al festival de teatro de Sitges, o la participación en el Anaitasuna dentro de los festivales de España en obras como “El sueño de la razón” de Buero Vallejo con Jose María Prada y Queta Claver en sus papeles principales. Y me dio la oportunidad de, no diré conocer porque sería exagerar, pero sí de estar junto a gente como Jaime Salom, Adolfo Marsillach, Antonio Buero Vallejo o Paco Nieva. Y me dio la ocasión de acercarme y conocer el teatro de vanguardia que se realizaba en España. Al Pequeño teatro de la calle Amaya vinieron los principales grupos de teatro independiente de España y allí vi al sevillano grupo La cuadra, de Salvador Tábora, interpretando Los Palos, y al teatro de la Rivera de Zaragoza y al Pequeño teatro de Valencia. Y estando en el Lebrel me familiaricé con las obras míticas del teatro europeo como el Marat/Sade de Peter Weiss, u obras de Bertold Brecht como “Terror y miserias del III Reich”, y conocí la revista Primer Acto, con toda la actualidad del arte de las tablas, que devoraba, y, en definitiva, me pulí y me cultivé en una edad en la que hay que pulirse y cultivarse. De todo aquello guardo poso y recuerdo.

Y sobre todo guardo gran recuerdo de toda la buena gente que allí conocí, gente del mundo de la escena local con pedigrí como Valentín Redín, Jesús Elso, Eduardo Bayona, Jesús Echauri, Sagrario Domeño, Maria Jesús Cabañas, Don Goyo, María Eugenia Aristegui, Manolo Monje, Alfonso Mas, Carlos Arteaga, Jesús Idoate, Chon Marcotegui, Pilartxo Munarriz, entre otros y gente joven que, como yo, empezaba y otros ya consagrados como Ignacio Aranguren, Jose Mary Asín, Chema Celaya, Camino y Tararito Sainz, Manolo y Mary Almagro, Jose Luis Goñi, Pili Sánchez, Araceli Berzal, etc. etc.

Este año el Lebrel celebra sus 50 años y para conmemorarlo además del mencionado reestreno de “Navarra sola o con leche”, tiene programado un especial en el Gayarre el día 6 de abril en el que nos reencontraremos los que allí estuvimos y al que puede asistir todo aquel que le apetezca conocer cómo fue el principal grupo de teatro que ha habido en Navarra.

Allí nos vemos.

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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