Son los fontaneros de la ayuda humanitaria. Mueven los hilos y trabajan en la sombra para que la comida, el agua y las medicamentos lleguen a las personas que acaban de sufrir un tsunami, un terremoto o una revuelta social.

“Para que la ayuda llegue hay que pedirla y para pedirla hace falta una comunicación. Nuestra función es que esa comunicación exista para que la información llegue a donde tiene que llegar”, asegura Raúl Ecay, 47 años, que lleva dos décadas trabajando en el grupo internacional de respuesta de Cruz Roja.

Raúl es informático en la UPNA y voluntario en la Cruz Roja en la unidad de telecomunicaciones. Esta doble faceta laboral hace que de un día para otro tenga que abandonar el campus y poner rumbo a Haití, Nepal o Indonesia a atender una tragedia. “Cuando hay un desastre, te llega un mensaje de alerta. Te preguntan por tu disponibilidad y, si puedes, en 48 horas debes estar en Madrid para coger un avión”, explica.

Cuando llega al país afectado, Raúl instala una oficina que permita la comunicación entre los voluntarios que están sobre el terreno y las personas que organizan los envíos de ayuda humanitaria. “Ponemos todas esas oficinas para que una persona especialista en agua, una vez que evalúa y ve lo que necesita, pueda enviar un informe y pedir esa ayuda. O porque hay que coordinar un envío que viene desde Alemania y que tiene que aterrizar en una pista de Haití”, apunta.

Para ello, deben contar con conexión a internet y necesitan antenas, mástiles, portátiles, cables eléctricos, generadores, equipos de radio... “Menos las paredes, llevamos una oficina completa en unas cajas plegadas”, bromea.

En algunas ocasiones, las oficinas se han ubicado en lugares inimaginables. “En Haití, empezamos en tiendas de campaña, después pasamos a un almacén y finalmente se encontró un hotel que no tenía ni ventanas ni puertas pero estaban las paredes. También me he subido a las azoteas para colocar antenas y montar instalaciones de radio”, indica.

Además, forma parte del grupo que coordina todas las secciones que trabajan sobre el terreno: agua, salud, alojamiento, logística, finanzas... “Soy el information manager, el analista de datos. Las diferentes secciones me dan la información que han recabado, la proceso y al día siguiente facilito todos los datos. De esta manera, sabemos para cuántos hay que pedir la ayuda y qué necesitan. Así se toman las mejores decisiones y la respuesta llega más rápido”, reflexiona. 

Esta labor de análisis, ahonda, la realiza desde una pequeña habitación: “Podía decir todas las necesidades de alojamiento en Nepal, pero no había visto casi nada porque para eso está el personal de campo. Confías en que la información que te envían es buena”.

Doce misiones

Raúl recibió el primer mensaje de alerta en marzo de 2004, cuando se produjo una revuelta armada contra el presidente de Haití Jean-Bertrand Aristide. “El país quedó en una situación muy inestable y dotamos a los equipos de ayuda humanitaria de un sistema de comunicación por radio para que pudieran trabajar. Si no hay un canal fiable, no puedes desplazar a un equipo, más en un contexto de revuelta social”. 

El informático pamplonés ha participado en otras 11 misiones: en el tsunami de Indonesia de 2004 –fueron dos meses después a instalar las oficinas definitivas y sufrieron una réplica de escala 8.9–, en el terremoto de Haití de 2010 –se dedicó a las comunicaciones por radio y la coordinación de alojamientos–, en las inundaciones de Mozambique de 2011, en una depresión tropical en El Salvador –puso en contacto a donantes con organizaciones del país–, en la sequía y crisis alimentaria de Gambia en 2012, en el terremoto de Nepal de 2015 o cuando los huracanes Eta e Iota devastaron Honduras en 2020. “El aeropuerto tenía más de dos metros de agua. La cruz roja hondureña estaba agotado por el coronavirus y les reforzamos”, recuerda. 

También estuvo en Grecia cuando miles de refugiados sirios huyeron del país. “Cada vez que acudían a un puesto médico tenían que contar su historial. Nos pidieron que desarrolláramos un registro de esas atenciones de manera que cuando llegaran al siguiente puesto su historial se pudiera recuperar sin que apareciera sus nombres y apellidos porque eran personas que estaban en tránsito por un conflicto armado”, señala.

¿Y cómo lo consiguieron? Con el nombre de pila, la edad y la fecha en la que habían pasado por el anterior puesto. “Descubrimos que había muy pocas coincidencias y solamente con la edad se podía recuperar su ficha. Se anomizó la información, pero con un sistema de clave reversible que dependía de los datos que diera el refugiado. Les dimos la llave para que pudieran controlar el acceso a su historial médico”. 

Historias vitales

En estas 12 misiones, Raúl ha vivido momentos muy duros. En el tsunami de Indonesia, el encargado de la flota de Cruz Roja perdió a toda su familia. “Su casa se inundó y él, que era muy alto, fue el único que sobrevivió. Por un espacio de centímetros, pudo mantener la nariz por encima del agua. Pero también ha conocido “historias preciosas”.

En el terremoto de Haití, el país se quedó sin luz y una pizzería, que tenía todo el producto congelado, montó una cocina exprés y alimentó a la población hasta agotar las existencias. “O gente que no tiene nada y sigue colaborando. Cuando se producen estos desastres, las personas dan lo mejor de sí”.