Hijo de un ‘rojo’ fusilado Ricardo Rebolledo Lizaur, hijo del mago Jamalandruki, llega a la cita con una carpeta llena de fotos. ¿Jamalandruki o Jamalandruqui? le espeto enseguida, puesto que en la prensa de la época el nombre aparece escrito de las dos formas. “Yo creo que él prefería Jamalandruki, pero en aquellos tiempos... ya sabes”, dice. “Yo siempre escribo Jamalandruki”, sentencia mientras tomamos un café, y comienza a desgranar sus recuerdos. Ricardo Rebolledo Antolín, su abuelo paterno, era un joven seminarista palentino que huyó a Iparralde, para no tener que realizar el servicio militar. Allí conoció a su futura mujer, Cristina Zubiarrain Escaray, con la que terminaría por instalarse en Pamplona. Militante izquierdista, en 1937 fue acusado de escribir discursos para la organización anarquista FAI, y como tal detenido. Avisados de que iba a ser liberado, esposa e hijos acudieron a recibirle, pero en realidad vieron horrorizados cómo lo montaban en un camión para llevarlo a fusilar. Y recordaban además que cuando se lo llevaban le dieron un culatazo en la cabeza, por lo que llegó malherido al paredón. Fue enterrado en Etxauri, aunque no pudieron recuperar el cuerpo. Ricardo dejó dos hijos, Valeriano, de 8 años, y Ricardo de 3. El pequeño de los dos será el futuro mago Jamalandruki, y a Valeriano mucha gente lo recordará ya mayor, en silla de ruedas y presente en actos de memoria histórica convocados en Pamplona, hasta su fallecimiento en 2020.

Foto de carnet de Ricardo Rebolledo Zubiarrain.

Foto de carnet de Ricardo Rebolledo Zubiarrain. Cedida

Mago autodidacta

No sabemos mucho sobre la juventud de Ricardo. Hemos localizado una noticia de 1949, sobre el Circuito Oberena de ciclismo, donde se registra la participación de “Ricardo Rebolledo, de 15 años”. Sabemos también que trabajó como botones en el hotel La Perla, y leemos que en 1961 fue multado por no presentarse a la revista militar de su remplazo. Según dijo él mismo, en una entrevista realizada en 1986, fue en la actuación de un mago llamado The Great Oremor donde sintió el aguijonazo de la magia, y a los 18 años abandonó el comercio en que trabajaba, para lanzarse a una vida dura y un tanto precaria. Comenzó con algunas sesiones en el Gayarre, de la mano del famoso Padre Carmelo, y sobre todo en actuaciones improvisadas en el interior de los bares, donde a menudo le pagaban con un txikito, pasando luego a actuar en todo tipo de lugares. La prensa recoge docenas y docenas de actuaciones suyas, entre los años 1957 y 1988, en peñas, colegios, piscinas y sociedades, en fiestas de pueblos y de barrios, en empresas y hospitales. En tales ocasiones cobraba unas 3.000 pesetas, según confesaba en 1986, aunque seguramente mejor pagados estaban los espectáculos que organizaba el Ayuntamiento por San Fermín o en festivales de Navidad. De hecho, hemos encontrado la reseña de un convenio que firmó con el Consistorio en 1985, por 80.000 pesetas. Intentó también crear una escuela de magia, pero fracasó porque, según decía el propio mago, “los padres consideraban que aprender magia era una pérdida de tiempo, preferían que los niños se dedicaran a cosas más útiles que fomentar ilusiones...”.

La vida elegida por Jamalandruki tenía algo de aventurera, y afectaba a toda la familia. Había casado con una joven pamplonesa, Cecilia Lizaur, y tuvieron dos hijos, Idoya y Ricardo, mi interlocutor. El hijo mayor del mago recuerda con cariño aquellos años en que iban de fiesta en fiesta y de romería en romería, en una furgoneta DKW de segunda mano. En la parte trasera iba un colchón, donde dormía la familia al completo y, sobre el techo, desmontado, el puesto de venta de juguetes, así como los trucos que el propio mago fabricaba, y que vendía por los pueblos. Por supuesto, no se trataba de un negocio muy rentable, y la familia vivía en una buhardilla de la calle Navarrería, aunque contaban con la ayuda y el apoyo de una tía y de la abuela materna, que vivía en la calle Dormitalería. 

‘Modus operandi’

Una fotografía del álbum familiar retrata a Jamalandruki actuando con elegante traje blanco y pajarita, aunque hay también quien lo recuerda vestido de negro, y a veces, sobre todo para ir a colegios y peñas, se vestía con un sencillo poncho sin mangas. Por aquellos años comparte a menudo escenario con otros artistas pamploneses, como Pepito Astiz, la trompeta humana, Zorro pamplonés, el hombre de las mil voces y sobre todo con su inseparable Tomás Asio, Perutxiki, humorista habitual de Radio Requeté, que contaba chistes imitando el acento de un aldeano euskaldun. En entrevista concedida a Pedro de Urroz en 1986, el mago aseguraba preferir al público infantil, por su mayor capacidad de asombro, mientras que los adultos “tan solo buscan descubrir el truco”. Y en algún antiguo anuncio hemos podido leer que prometía “trasladar a los niños al reino de Jaujalia”. En los momentos cruciales de sus actuaciones embrujaba a las criaturas, invitándoles a ver pasar “el elefantito blanco”, y para rematar el truco solía pronunciar unas enigmáticas palabras mágicas, pronunciadas vete tú a saber en qué idioma, y que su hijo recupera trabajosamente para mí: “¡Jamalandruki txapitxuski estrubidirifurki!”.

El mago Jamalandruki, en plena acción. Cedida

Un golpe atroz

La verdad es que, detrás de la magia y las risas, la dureza de aquella vida bohemia pudo probablemente más que la resistencia de Cecilia Lizaur, y hacia el año 1980 la pareja se separó, aunque mantuvieron siempre una relación amigable. Idoya, la hija pequeña, quedó con su padre en la buhardilla de Navarrería 8, pero Ricardo hijo se trasladó a vivir con su madre, a un último piso de la calle Curia. Y recuerda con emoción que, desde la ventana de aquel piso alto, justamente se alcanzaba a ver la ventana de la buhardilla de Navarrería, de forma que los dos hermanicos se saludaban de calle a calle. Sea como fuere, aquello duró muy poco, porque el 17 de marzo de 1980 un coche, que transitaba por la calle Compañía a gran velocidad, atropelló a Idoya, aplastándola contra la pared y matándola en el acto, cuando contaba 7 añicos. La prensa de la época publicó las cartas de despedida de sus compañeras de clase, ciertamente emotivas, así como la última redacción de Idoya, en la que homenajeaba al naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, muerto en Alaska el día 14, tan solo 3 días antes que ella.

La separación de los padres y la muerte de la hija pequeña terminaron por quebrar la trayectoria vital de los Rebolledo-Lizaur. Mientras Ricardo continuaba con su actividad de mago, viajando de un sitio a otro, Cecilia se puso a trabajar en una tienda de periódicos, y realizaba igualmente otras labores esporádicas, como la venta de roscos y txantxigorris por San Blas. Con cierta tristeza, Ricardo hijo recuerda que por aquellos años los tres miembros supervivientes de la familia se distanciaron un tanto, y que a partir de aquel momento todo su ocio de crío y sus ratos libres se desarrollaron en la calle y con los amigos, siempre, eso sí, con el apoyo inestimable de su tía y su abuela. 

Un final inesperado

Ricardo Rebolledo Zubiarrain murió prematuramente el 16 de abril de 1988, de un infarto fulminante y cuando contaba 54 años. Encontrándose de visita en casa de su gran amigo Perutxiki se sintió mal, con mucho dolor en el pecho. Se le pasó enseguida, pero el daño estaba ahí, y aquel mismo sábado murió en casa, a eso de las 11’30 de la mañana. Ricardo Rebolledo Lizaur se queda en silencio, vamos terminando ya la entrevista. Le pido que localice un último recuerdo de su padre y, no sin esfuerzo, evoca sonriente un día en el que padre e hijo se fueron a las campas de Zizur, con un cochecillo que tenían, para que el mago le “enseñara” a conducir. A punto de despedirnos, el hijo del mago me alarga una pequeña bolsita de celofán amarillo, un obsequio, me dice. Es uno de aquellos trucos que Jamalandruki fabricaba de su propia mano, lleva el nombre de Laberinto nº 8 y es una suerte de anilla metálica, atrapada en una maraña de alambres. Incluye las instrucciones para liberarla, y una nota póstuma de Jamalandruki, que dice así: “si desea usted que sus admiradores estén ilusionados, guarde el secreto”. El secreto de la ilusión.