En los manteles del comedor del Catachú se narra la historia de la princesa Catalina. Se dice que abrió un bar-Universidad a finales del siglo XVI en el que se representaba el Heptamerón, se recitaba a Sponde y se comía y bebía. Hasta aquí la leyenda. La realidad, que el centenario local situado en la calle Lindachiquía es uno de los más antiguos de Pamplona y que su gerente, Pedro Chocarro, acaba de cumplir 25 años al frente del negocio. Literalmente media vida.

“Es un orgullo ser el gerente del restaurante y ver que le he dado forma. Recuerdo que era un chaval de 25 años cuando levantaba esta persiana por primera vez y no tenía ni idea de qué iba a pasar en el futuro. He intentado hacerlo lo mejor que he podido”, resume Pedro Chocarro.

Hacia 1894, este edificio de la calle Lindachiquía era una bodega de vinos a granel que el enólogo Isidoro Iturralde traía de distintos pueblos de Navarra. Poco a poco, fue convirtiéndose en una fonda y ya se llamaba Catalina, pero Isidoro lo cambió por Catalinchu. Puede que se les hiciera demasiado largo y terminó en Catachú. 

El local, propiedad de la familia Iturralde, inició una nueva etapa en 1998, cuando Pedro Chocarro lo arrendó junto a tres socios, aunque desde 2002 quedó como único gestor. “Trabajaba de camarero en el Otano y este negocio lo llevaba Mikel Urmeneta, que no pudo sacarlo a flote. Entonces, tuve la ocasión de cogerlo en 1998 junto a otros tres amigos. Fueron cuatro años muy bonitos. Éramos jóvenes y era una locura, algunos días igual ni abríamos y había un poco de cachondeo. Empezamos dando algo de comer y abriendo solo a las noches”.

Desde 2002, solo al mando

El cambio llegó en 2002, cuando se quedó solo al frente del Catachú. “La situación era insostenible y tuvimos que vender el Melbourne, que también habíamos comprado. Cuando me quedé solo, hacía de todo. Llevaba el bar, cocinaba los pintxos y era camarero. Me pegué dos años sin días de fiesta, pero era feliz cada vez que subía esta persiana. Entre semana me apañaba yo solo y, el fin de semana, tocaba una campana y le ponía algo de humor para que los clientes recogieran los platos y así me ahorraba un camarero. Y así fui creciendo poco a poco”.

 Las obras del casco viejo fueron otro momento clave para el desarrollo del negocio. “Se hicieron hace unos 18 años y venían 50 o 60 trabajadores de la empresa Arian todos los días a comer. Empecé a dar menús para ellos, venía más gente de fuera y estaríamos cien comensales de media al día. Aquí se empezó con el concepto actual de lo que es el Catachú. Antes estaba más orientado a estudiantes, que fumaban mucho. Recuerdo no ver a la gente al otro lado de la barra por el humo”, asegura.

De bocadillos a menús

En los inicios, la especialidad del negocio eran los bocadillos. “Creo que fui pionero en Pamplona a la hora de ofrecer cosas novedosas. Estuve un tiempo viajando y cogiendo cartas de diferentes ciudades como Madrid o Barcelona para adquirir ideas. En aquella época, nadie metía pechuga de pollo o solomillo en un bocadillo. Las opciones eran jamón, txistorra, tortilla y para de contar”.

Ahora, se mantienen los mismos bocadillos que hace 20 años con sus curiosos nombres, que proceden de apodos de amigos como Tetorris, Jeque-Jetas, Paquetoni o Mcoy, su mote. Además, el Catachú está ahora enfocado al menú del día y de fin de semana. “Creo que la clave del éxito del Catachú, por lo menos de estos últimos años, es hacer una cocina tradicional, bien cocinada, a un precio modesto y con un producto medio”.

El fantasma Catalina

Desde su llegada al negocio, Pedro Chocarro intentó darle un nuevo aire con algún guiño transgresor como el fantasma Catalina, que durante una época salía por las noches del almacén a sorprender a los comensales. “La imagen de Catalina y su leyenda son obra de Mikel Urmeneta y yo lo llevé más allá con la presencia física de este fantasma. Una chica de la Escuela Navarra de Teatro, Estefanía, venía disfrazada e interactuaba con los comensales. Era una pasada. Hace unos años en Pamplona esto no era muy normal”.

Imagen de la princesa Catalina realizada por Urmeneta.

Imagen de la princesa Catalina realizada por Urmeneta.

“También tenía la tira de televisión de DIARIO DE NOTICIAS comprada todas las semanas. Podía poner lo que quería y me inventaba historias de que había estado gente comiendo como la Barcina o algún jugador de fútbol. La gente flipaba, pero tampoco estaba matando a nadie. Buscaba hacer algo diferente y le echaba un poco de jeta”, concluye.