Hola personas, ¿cómo lo lleváis?, ¿bien?, me alegro. Ya sabéis que una vez pasada la Semana Santa, en Pamplona entra dentro de lo admisible empezar ya a prepararlo todo, me refiero, como ya habréis imaginado, a todo lo blanco y rojo. La escalera ya va por su cuarto peldaño, el 4 del 4, y la otra, la que yo llamo escalera de servicio, ya va también en marcha. Esta semana se presentó el cartel de la Feria del Toro 2024, obra del pintor cántabro Indalecio Sobrino, hombre polifacético que regenta un negocio de hostelería, escribe y tiene relación con las artes plásticas. Me recuerda a alguien, pero no caigo. La obra es figurativa y representa al torilero de la Monumental pamplonesa con su elegante traje de roncalés y en posición de firmes ante el portón de los sustos, la misma postura en la que, llave en mano, espera la señal del coletudo de turno que le indicará que ya está listo para recibir a su rival. Como es preceptivo, el cartel nos muestra los hierros de las ganaderías comparecientes en el ciclo sanferminero. Entre ellas vemos una debutante en el coso de la Media Luna, la del salmantino Domingo Hernández Martín. Las demás son viejas conocidas.

Bien, hecho este preámbulo de la ganadería de “Ya falta menos”, vamos a ver por donde se han movido mis huesos durante estos bien recibidos días de asueto que hemos tenido. Como os dije la semana pasada me fui más allá del límite foral. Concretamente pasé la santa septena en los madriles. Me gusta mucho ese gran poblachón manchego, tal como lo definió Ramón de Mesonero Romanos, aquel gran cronista de la villa y corte. En él puedes encontrar de todo, allí el aburrimiento está desterrado. Os va llover, nos decían, vais a tener mucho frío, nos auguraban, da igual, respondíamos, un chubasquero, una bufanda y un gorro son la solución, el resto lo pone Madrid.

Llegamos el jueves al mediodía, nos esperaba una pareja amiga que fueron nuestros anfitriones, y… ¡Qué anfitriones! Tras una buena pitanza y una reparadora siesta, preparamos la agenda de los tres días que teníamos por delante. Esa primera tarde nos fuimos de compras, una actividad que no es de mi agrado pero que considerando que no iba solo, estaba cantado, porque así lo dictan las normas de convivencia, que en algún punto tenía que ceder. Ya que estábamos en ello, yo también me merqué unos trapitos variados. Al día siguiente, tal y como estaba previsto, llovía, pero a unos pamplonicas la lluvia no nos iba a dejar en casa así que nos lanzamos a las calles, esta vez con fines culturales. Ahí ya me sentí más a gusto, la oferta era mucha y variada, pero, como no madrugamos, el tiempo era el que era y nos vimos obligados a elegir una sola exposición, la elegida fue la que se muestra en la fundación Cristina Masaveu, en la calle Antonio Alcalá Galiano, aquel político decimonónico, famoso por su extrema fealdad y considerado en su tiempo como un hombre libertino y borrachuzo, y aun así fue dos veces ministro y 46 años diputado. La fundación de la célebre familia asturiana, ofrece al público una extensa antología de los fondos que custodia el Museo de Bellas Artes de Valencia y en ella pudimos deleitarnos con más de un centenar de obras de El Bosco, Ribera, Rubens, Benlliure, Vicente López, o Sorolla, entre otros; la muestra va del siglo XV a nuestros días. Así mismo visitamos una sala en la que la Fundación muestra su fondo propio con una interesante colección de arte urbano de la más rabiosa actualidad y gran nivel artístico. Dedicamos un par de horas a verlo todo y disfrutamos como un gorrino en un charco. La visita, además, es totalmente gratuita, si vais por aquellas tierras no os la perdáis.

A la salida nos acercamos a la Calle Barquillo, que debe su nombre a una finca que allí tenía María de las Nieves Angulo y Arbizu, la marquesa de las Nieves, en el siglo XVIII y así llamada porque en el centro del jardín tenía un pequeño lago en el que flotaba un barco de recreo en el que se paseaba la marquesa. En esa calle existió la famosa casa de Tócame Roque, así mismo en ella nació el General Castaños, héroe de Bailén y vivieron el general Prim, el poeta Eduardo Marquina y el político Joaquín Costa. En Madrid todo es historia. Nosotros fuimos a ella para visitar un templo de la edición: la librería Taschen, instalada en la antigua mercería Santa Rita. Tras disfrutar un rato de la oferta que tienen, incluido un libro de Sebastiao Salgado que puede ser tuyo por 7.000 € de nada, y hacer un pequeño dispendio, nos acercamos a una taberna a matar el gusanillo y lo matamos a conciencia. La Tasca Suprema se llamaba la parroquia elegida, sita en la calle Argensola, calle bautizada en honor del poeta Lupercio Leonardo de Argensola, natural de Barbastro. Para nuestra sorpresa la taberna en cuestión tenía en el escaparate un par de personajes vestidos de pamplonicas y su oferta gastronómica era netamente navarra. Unas riquísimas alcachofas confitadas nos hicieron ver las cosas de otra manera.

Por la tarde la lluvia dejó paso al frío lo cual permitió que saliesen las procesiones. La primera que elegimos para ver fue la del Cristo de los Alabarderos que salía por la puerta del Palacio Real que da a la Plaza de Oriente. A pesar del pelete, había gente, mucha gente, pero la suerte y un hábil uso de los codos nos permitieron colocarnos en primera fila. El cortejo no era muy largo, pero sí fue muy vistoso, acostumbrados a la procesión que recorre nuestras calles tintada de colores serios, profundos, luctuosos, tristes, nos llamó la atención el poderío de tanto carmín y tanto blanco y azul. Yo nunca había visto desfilar a una compañía de alabarderos y resultan ciertamente vistosos y cromáticos, parecen sacados de una película de historia. Tras ellos llegó la imagen del Cristo titular de la procesión, un buen número de porteadores lo mecían con una curiosa postura ya que todos ellos llevaban los brazos cruzados. Tras el cristo desfilaban autoridades civiles y eclesiásticas y entre ellos vimos pasar a la emérita y a su hija pequeña, la de Suiza.

Acabada la procesión nos diluimos con el gentío por las calles del Madrid de los Austrias y llegamos a la Puerta del Sol, punto neurálgico por el que pasan todas las procesiones que ese día están en la calle. Enterados de por dónde y a qué hora pasaría la siguiente que queríamos ver, la de Jesús de Medinaceli, abandonamos, momentáneamente, el afán religioso y nos ufanamos en buscar una taberna en la que nos diesen alguno de esos ricos productos que inundaban las calles de olor y tentación.

Una vez más he de dejaros con el letrero de continuará, mi espacio ha terminado, mi relato no.

Besos pa tos.