Hola personas, buenos días y feliz domingo. Hoy estoy con vosotros para contaros uno de mis paseos, pero antes he de hacer una previa para señalar que el día que esto escribo está a un mes del chupinazo y que hoy las calles de Pamplona se van a llenar de música con el pasacalles que, a partir de las 8.30, va a llevar a cabo nuestra banda titular, La Pamplonesa. Me adelanto a los acontecimientos, pero estoy seguro que las calles de nuestro casco viejo se llenarán de las notas de Ánimo pues, de Clarín de Fiestas, de La Pilindros, del Riau Riau, del Asombro de Damasco, de Mocholí y de tantas y tantas piezas que a un pamplonica esté donde esté le hacen erizar la piel. No podré asistir, pero no me cabe duda de que hoy, más que nunca, Pamplona va a estar ya en San Fermín.

Y ahora vamos a lo nuestro, a nuestro paseo semanal. Hoy voy a pasear por el barrio de San Juan montado en la máquina del tiempo, ella nos va a llevar 45 años atrás para que veamos con los ojos de la memoria lo que por allí vivimos con el cuerpo de la juventud. El motivo que me ha hecho elegir hoy este recorrido ha sido un hecho luctuoso. Esta semana nos ha abandonado, se ha ido a otros lares a sembrar alegría con sus transformaciones y su espectáculo, alguien que fue en los tiempos de la libertad recién recuperada, es decir poco después del fin de la dictadura, uno de los motores que nos pusieron en la senda de la modernidad, la novedad y la falta de prejuicios que hasta entonces llevábamos en buen número cargados a la chepa. Me estoy refiriendo a Fernando García Guibert, muchos no sabréis quién fue, pero si os digo Conocerte es amarte Baby, ya os sonará más la cosa. Ese largo, diferente y chocante nombre fue el que Fernando eligió para el pub que abrió en la calle Monasterio de Cilveti a mediados de la década de los 70. Me atrevo a decir que el Baby marcó un antes y un después en la noche pamplonesa. Fue el principio de la nueva era, de las nuevas formas de divertirnos, nos pasó de la Orquesta Amanecer a Los Ramones, de Nino Bravo a Yes, nos metió de lleno en la psicodelia. Sé que antes de esto hubo locales, como el Disco Club 29, en los que el buen rock ya triunfaba, pero era un ambiente diferente, lo que nos trajo Fernando tenía luz, tenía color, tenía visos de libertad en grado extremo, era el primer sitio en el que cada uno hacía lo que le venía en gana, empezando por él que predicaba con el ejemplo cuando se transformaba en Marylurry y montaba aquellos maravillosos espectáculos con sus amigos, en los que se convertía en una cantante vamp de cabaret de los años 30, con una clase, un estilo y un glamur que muchas quisieran. Su pequeña figura, su eterna sonrisa, sus rizos locos o aquel Isetta, el huevomóvil, que aparcaba en la puerta de su local, lo hacían inconfundible. Tras la barra siempre había gente guapa que servía las copas con una sonrisa, el público era gente divertida que solo iba a disfrutar, nunca vi una pelea ni un mal rollo, chicas guapas, chicos guapos, cada uno con sus cadaunadas y todo el mundo respetando, y aquello en aquella Pamplona que, pocos años antes, acababa de intentar tirar a los Pop-Tops a la piscina de Larraina en el transcurso de un concierto al grito de maricones, maricones, era mucho conseguir. En homenaje a Fernando y a aquellos recordados y añorados tiempos esta semana me he ido a recorrer in situ lo que fue escenario de tantas y tantas horas de diversión.

He salido a media mañana y para llegar a San Juan en vez de ir por el camino más corto he ido por el más bonito, es decir que he ido atravesando la Vuelta del Castillo que es un auténtico regalo para los sentidos. Unos cuantos árboles, varios perros, media docena de corredores, algún grupo de parlanchinas amigas y bastantes metros de muralla más allá, he llegado a Antoniutti y de ahí, cruzando la calzada a la altura del chalecito del conserje de Larraina, he pisado suelo sanjuanero. El primer objetivo era obligado y, por la calle San Roque, en unos metros he llegado a la del Monasterio de Cilveti, que era en donde se encontraba nuestro querido Baby. He llegado, me he plantado ante él y he hecho un ejercicio de imaginación para ver aquella moderna fachada con su largo neón rosa en el que se leía su eufónico nombre y aquellos espejos inclinados, dos a la izquierda de la puerta, uno a la derecha. No solo he conseguido ver su fachada, sino que he conseguido ver abrirse y cerrarse la puerta para ver entrar y salir a la gente que por allí coincidíamos, muchos de los cuales, en este momento, estarán recibiendo a Fernando con los brazos abiertos, en el más allá de la gente divertida. El entorno está cambiado, nuestro templo ahora se llama El Malecón de la Habana, y en el local que ocupaba la Creperie, que tantas noches nos mató el gusanillo, ahora te puedes hacer un indeleble tatuaje con el nombre de tu churry.

A partir del Baby, San Juan se empezó a llenar de pubs de copas y marcha, al primero le siguió otro de largo nombre: Lo que el viento se llevó, apocopado por sus parroquianos como el Viento. Abierto por Pablo Larregui, otro de la cuerda del anterior, maestro en el arte de la diversión y del dejar hacer. Partícipe en aquellos espectáculos de cabaret que montaban con Manolo, La Rafi, La Boque y otros que me olvido y que daban color a la noche.

La calle Mº de la Oliva albergaba este segundo local a donde se llegaba desde el Mº de Cilveti en línea recta. Para allí que han ido mis pasos. Dejando a mi derecha el Bávaros, un histórico del frankfurt y el bocata de lomo con pimientos, he llegado a la acera en la que se ubicaba el Viento pero no he sido capaz de recordar cual era el local concreto en el que se encontraba.

Volví hacia atrás y en nada pasé por la puerta del que entonces era el Young Play, discoteca muy anterior en el tiempo que había permanecido muchos años sola y aislada. Yo la frecuenté más cuando ya era Reverendos. Tras ella se abrió un garito de los más exitosos que por allí se dieron, El Tío Enrique, con el gran Enrique Concepción a la cabeza, pequeño local que se ponía hasta la bandera; junto a él el Valentinos; a pocos metros, en la avenida de Bayona, el Café Cream, que aún sigue en marcha, local de música, copas e inolvidables partidas de mus, Antxon, Rufo y Tato nos aguantaban con paciencia franciscana.

En unos meses los locales de copas y música empezaron a nacer como setas por todo el barrio y el ascenso de la zona era imparable. Me dejo muchos y muy recordados locales, todos los de la Trave, el Negro Zumbón, el Jokers, el Viceversa, Villa Concepción, Pink Fly, y muchos, muchos más, que nos acogieron, nos aguantaron y marcaron una época inolvidable.

Desde aquí mi homenaje y mi recuerdo.

Besos pa tos.

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