Hola personas, se os saluda con suma cordialidad. Tal como dije la semana pasada, este pobre paseante está de vacaciones y cuando este escrito llegue a vuestras manos, yo me hallaré a varios cientos de kilómetros, junto al mar Mediterráneo, en el medieval pueblo de Pals, en la provincia de Girona, poniendo fin a una semana de asueto que he pasado por estas tierras con la Pastorcilla y que la semana que viene os resumiré.
El ERP de hoy no va tener como sustento ningún paseo al uso, ni a golpe de calcetín, ni de repaso de biblioteca, ni de vida y milagros de algún paisano que nos ha precedido en el paso por nuestra tierra, ni un paseo por las fotos sepias de algún fotógrafo de antaño, ni nada de lo visto hasta ahora. Lo que hoy vais a leer es un escrito general a cerca de los viajes de vacaciones y de cómo han cambiado y evolucionado.
En primer lugar, he de decir que esto de ir de vacaciones, aquí o allá, es algo relativamente nuevo, preguntad a vuestro abuelo a ver a donde iba él de vacaciones y veréis lo que os contesta. Hace 60 años solo las familias con cierto músculo económico y las familias que tenían pueblo, es decir que habían venido a la ciudad hacía una generación y aun conservaban la casa del campo, eran quienes disfrutaban de lo que se llamaba veraneo, porque, dada la dificultad de los desplazamientos, ya que se ponían en marcha lo hacían para todo el verano, o mejor dicho para sus dos meses principales, julio y agosto. Generalmente era la madre la que cargaba con toda la recua de hijos y se instalaban en una casa alquilada donde pasaban los dos meses mientras el marido se quedaba solo en la ciudad en una suerte de figura social que con el tiempo dio en llamarse “el Rodríguez”. El desplazamiento inicial era costoso. Dependiendo del número de vástagos y de la distancia a recorrer se hacía de una forma o de otra. Se podía dar el caso de una familia numerosa de aquí cuya madre fuese gallega o andaluza procedente de una localidad con playa y que el pueblo materno fuese el de destino veraniego, ello obligaba a desplazar media familia en tren y la otra media en el 600, atravesando la península de norte a sur o de este a oeste, en aquellas condiciones que todos recordamos. Eran gentes heroicas aquellos padres y aquellas madres que cada año se enfrentaban a semejante desafío.
En aquellos lejanos años 60 las gentes de esta tierra tenían dos opciones, monte o playa, la primera nos dirigía a nuestro pirineo y la segunda a las costas guipuzcoanas. Si la elección eran las tranquilas tierras de nuestro agro, los pueblos con mayor afluencia de veraneantes eran Burguete, Isaba, Roncal, Ochagavía, Elizondo o Santesteban. En mi caso no fueron ninguno de ellos, fue nuestro querido Ezcároz quien nos acogió varios veranos y en donde pasamos unas temporadas deliciosas. Baños en el río, jornadas de pesca en las que apenas sacaba una docena de chipas, excursiones al Irati, tardes de campo con merendola y recogida de deliciosas setas silvestres, las fiestas del pueblo con su baile en la plaza y tres puestos de barracas, los atardeceres de paseo por Ochagavía en una terraza o por entre calles, y un montón más de recuerdos felices. Si la elegida era la segunda opción, la de la playa, tres eran las alternativas elegidas por los de aquí, Hondarribi, entonces Fuenterrabía, Donosti, o la zona de Zarauz, Guetaria y Zumaya. En mi caso los primeros veraneos, antes de los del Salazar, fueron costeros, pero era otra la playa a la que íbamos, mi padre nunca iba a sitios normales, de muy niños, los primeros tragos de agua salada y la primera arena comida fueron en Deba. En lo más recóndito de la memoria tengo el recuerdo de aquellos veranos en la costa, como momento puntual recuerdo una tarde que nos montamos todos en los coches, primos, hermanas, padres, tíos, abuelos y demás parentela y fuimos todos a Zarauz a ver la llegada de la Reina Fabiola de Bélgica que tenía en la villa guipuzcoana un precioso palacio.
Con la llegada de los años 70 las costumbres cambiaron y las zonas de destino también. Así la opción montañera y la costa guipuzcoana perdieron interés, ganándolo la costa tarraconense. Fueron los años en los que se pusieron de moda Salou, Cambrils, Comarruga, Calafell, Torredembarra y algún que otro en clave mediterráneo que garantizaba el buen tiempo prácticamente el 100% de los días. La aparición de coches medianamente superiores a los 600, 4-4, Gordini y demás escudería patria, potenció también los desplazamientos a aquellas playas levantinas. No solo las circunstancias habían cambiado, sino que también nosotros lo habíamos hecho y ya las tardes salacencas no nos divertían tanto. Los que fueron pioneros en esos viajes contaban y no paraban de todo lo que por allí había, fiestas, chicas, discotecas, terrazas con música y bailes y un tentador etcétera. La adolescencia había hecho acto de presencia y en casa nos hicimos fuertes para que se cambiase la tendencia en el veraneo. Tras mucho insistir y con la ayuda materna pasábamos 15 días, la vaca tampoco daba para más, deliciosos, en tierras castellonenses, concretamente en la urbanización Las fuentes en el municipio de Alcocéber, y qué bien nos lo pasábamos, conocimos un montón de gente nueva, diferente, madrileños, catalanes, andaluces, algún francés, chicas guapas que me trastornaban un poco y chicos divertidos con los que gamberreaba a placer, los recuerdo perfectamente, Pedro, Eduardo, Coral, Mariluz, Fuensanta, Abdon, Vicky, Paloma y alguno más. Sé que siguen bien porque con alguna de ellas mantengo contacto y es lectora de mis paseos. Este fue el último destino familiar. A la adolescencia le siguió el carnet de conducir y eso te cambia la vida. Cada verano era diferente, cada verano era un plan, un año al norte, otro al sur, otro a Ibiza, otro a donde te alcanzase la cartera, pero todos tenían algo en común siempre eran vacaciones disfrutadas, vividas a tope, exprimidas hasta la última gota.
Ahora la cosa ha cambiado mucho. Cuando en este país se empezaron a atar los perros con longaniza, se pusieron de moda destinos como Marbella, Puerto Banús o Torremolinos y con ellos la aparición de una clase social llamada la Jet que era espejo en el que muchos horteras se miraban y tenían que imitar a toda costa y a cualquier precio. Nunca me vieron a mí por ahí.
Y ya más cercano en el tiempo las vacaciones se han convertido en motivo que te obliga a hacer una visita al banco para pedir un crédito que te lleve a poner el culo al sol en playas caribeñas o tailandesas. Les llaman paraísos. Sino no eres nadie.
Tampoco se me ha perdido nada en aquellas latitudes.
Quizá soy un poco aldeano.
Quizá.
Besos pa tos.
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