Por la manera en que se desenvuelve en la tienda, parece que Telmo Sanz, pamplonés de 25 años, lleva toda la vida detrás del mostrador. Ese cuya madera es igual de centenaria que el local. Como un pez en el agua, basta ver su forma de hablar con los clientes para saber cuál es la esencia de Ferretería Sanz, un negocio tradicional en la calle Mayor del Casco Viejo que, tras abrir en 1922 y pasar de generación en generación, puede fardar de tener el futuro en buenas manos.

Telmo tomó las riendas en enero de 2024: “Al principio daba un poco de vértigo. Mi padre ha estado encima el último año para enseñarme todo”. Ahora ya controla a la perfección dónde encontrar mosquetones, una tabla de planchar o una parrilla para cocinar.

Ha tenido a los mejores mentores. Su abuelo, Javier Sanz , que empezó en el local a los 14 años, estuvo involucrado revisando las cuentas hasta hace tan solo dos años. En ese momento se hizo cargo el padre de Telmo, Enrique Sanz, que llevaba tiempo compaginando el local con su trabajo. Con su jubilación, Ferretería Sanz rozó el cierre. “La tienda estaba en traspaso y había gente interesada. Decidí quedármela en el último momento”, recuerda Telmo. El ver tan cerca el fin de la trayectoria de los Sanz al frente del comercio le llevó a actuar: “Leí un artículo en la prensa y me dio mucha pena. Me dije que para adelante, que no me lo iba a perdonar si no”. El actual dueño pasaba por un momento de indecisión tras haber dejado la carrera y haber pasado por varios trabajos que no le satisfacían.

“Leí un artículo en la prensa y me dio mucha pena. Me dije que para adelante, que no me lo iba a perdonar si no”

La tienda, que consiste en un pasillo cuya distribución parece hacer honor al horror vacui barroco, está presidida por una foto de Enrique Sanz, el fundador, y su hijo Javier Sanz. Ahora están teniendo que ver desde su escaparate cómo el resto de establecimientos con los que Ferretería Sanz ha compartido los últimos 100 años están bajando la persiana: “Da pena que en Pamplona estén desapareciendo estos negocios. Ahora van a quitar López y Ortega”. Pero Telmo confía en que la situación se vaya a revertir. “Cada año nosotros vamos a más. La gente está espabilando porque se está cerrando todo y ahora para cualquier cosa que necesites vas a tener que coger el coche”, declara.

Ahora que ha tomado el mando, está tratando de digitalizar la tienda para ganar en efectividad: “Vamos a meter ordenador para agilizar el tema de los pedidos. Quiero llevar mejor el control de todo”. Sin embargo, hay días como el del apagón en los que se vuelve irremediablemente a los orígenes. “Fue gracioso. Venía gente a por cosas que no se venden tanto, como pilas o un camping gas. Parecía el apocalipsis”, reconoce entre risas.

Pese a no tener luz en el establecimiento aquel día, decidió mantener la tienda abierta. Admite que atender a oscuras por una vez le pareció “divertido”. Además, los clientes colaboraron en que todo fuese lo más normal posible: “Se portaron bien y entraban de uno en uno para que no hubiera sospechas de llevarse algo, aquí que está todo tan cerca”. Eso sí, a Telmo nadie le quita el susto de la mañana pensando que el apagón en el local lo había provocado él: “Enchufé la estufa y se fueron las luces. Pensaba que había sido mi culpa”.

Telmo, de 25 años, tomó las riendas de la centenaria ferretería en enero de 2024 Iñaki Porto

Su sitio

El pequeño de los Sanz siente “miedo y orgullo” de haber podido continuar el legado de un negocio familiar centenario. Aunque reconoce que el futuro es incierto: “Si cierran todos los negocios del Casco Viejo no sabes si la gente va a seguir viniendo a comprar aquí”. Cree que su generación va a ser protagonista en remediarlo: “Nos vamos a dar cuenta de que hay que mantener esto, desde los que compran a los que ponen las ayudas”.

Cuando solo tenía unos años, Telmo ya apuntaba maneras. “Venía aquí a ver al abuelo. Esos recuerdos se te quedan”, rememora a punto de emocionarse. Cada día que entra a la tienda se acuerda de él. En su familia fue una noticia feliz saber que un Sanz seguiría al pie del cañón. Los vecinos del barrio que llevan toda la vida comprando en Ferretería Sanz también se alegraron: “Todos los días entra alguno a felicitarme por quedármela”.

Pero el que más contento está es Telmo. “He encontrado mi sitio. Me lo paso bien, lo de currar para ti es otra cosa”, subraya. Quiere mantener la esencia del negocio y seguir cuidando la relación con el cliente: “La gente viene también a querer charlar. Es bonito. Sientes que vas a ayudarles, no a sacarles el dinero”.

Y pese a no saber qué le deparará el futuro, tiene un objetivo claro: “Espero jubilarme aquí”. Ferretería Sanz, original de 1922, no ha detenido el contador en el centenario. Más bien todo lo contrario.