Desfiles
La política institucional es una función referencial. Quiero decir que cuando en un ayuntamiento o un parlamento coexisten cinco o seis grupos, inmediatamente toman conciencia de que deben hacer cosas diferentes si aspiran a disponer de notoriedad y atención pública. Con el rabillo del ojo miran lo que hacen los demás. Y a continuación intentan buscar una posición original que aumente la probabilidad de pillar un titular o incorporar un asunto a la discusión pública. De esta dinámica provienen los infinitos matices argumentales, enmiendas o declaraciones -muchos absurdos a la luz del sentido común-, que cada semana se despachan en un pleno cualquiera. Lo cierto es que la gente sabe que así funcionan las cosas, y se previene pasando por el cedazo del escepticismo cualquier invectiva que escuche. Se han acuñado términos como oportunismo, pose o desmarque que a menudo se aplican para calificar tal actitud. Y es difícil saber si tras una determinada posición política lo que se encuentra es una razón solvente o la mera pretensión de acaparar fugazmente la atención y sobresalir del conjunto.
Viene esta reflexión a cuenta de poder entender la cautivadora polémica en la que los concejales de Pamplona han aprobado la llamada ordenanza de protocolo, la que regula el papel de la corporación en torno a eso que muchos entienden como tradiciones de la ciudad, fundamentalmente los desfiles públicos y el lanzamiento del chupinazo. Y de todo lo que se ha debatido, me quedo con algo que puede parecer más anécdota que categoría, pero que seguramente tiene tras de sí un interés más allá de lo protocolario. Me refiero a si los ediles han de llevar trajes de gala cuando desfilan, algo que los representantes de Aranzadi han calificado como “evocación del imaginario burgués” y de “intento de perpetuar una diferenciación entre las personas que representan a la institución y la ciudadanía”. En contra de estas opiniones, las de Iñaki Cabasés, que exhibió un librito de los que escribía el sempiterno jefe de protocolo del ayuntamiento, Valentín Redín, en el que se afirmaba la tradición de la vestimenta de gala como identificador de la corporación en actos públicos. La pregunta surge sola: ¿lo de Aranzadi es un desmarque para vindicar su heterodoxia, o realmente en este asunto cabe alguna consideración alternativa al pensamiento convencional pamplonés, el que exalta supuestas tradiciones como si fueran esencias perennes de lo nuestro?
Creo que Aranzadi tiene razón. Durante los ocho años en los que fui concejal procesioné unas cuantas veces, alguna menos de las que me tocó. Y por eso pude apreciar lo absurdo que resulta salir a la calle con un frac, por mucha representación corporativa que se quiera ejercer. Si lo analizamos desde un punto de vista estricto de la vestimenta en el protocolo, lo de pasear a cielo abierto embutido en un frac es totalmente absurdo. El frac está hecho para los salones. Como alguien me decía “lo usas si algún día vas a ver a la reina de Inglaterra a Buckingham”. Pero ponérselo para pisar adoquín es un contrasentido que sólo se le pudo ocurrir a un ignorante o a un un frívolo. Con mis respetos, éste fue el citado Valentín Redín, al que Dios tenga en su gloria. Para Redín los concejales eran poco más que los actores de un teatrillo, los figurantes que se presentaban en el escenario público desfilando de vez en cuando. Él inventó la función y algún ignaro aún cree que es tradición. Como tampoco era tradición alguna lo de volver a procesionar por el Privilegio de la Unión, el 8 de septiembre. Fue un invento del alcalde Chourraut, a sugerencia del taimado Redín. Nadie como Chourraut disfrutaba tanto de las procesiones, representando bajo la chistera un poder y una galanura que la diosa fortuna le concedió por dos legislaturas. Aquel día de septiembre se asistía a la escena pamplonesa más absurda y ridícula del año: los munícipes subiendo engalanados a la Catedral, cruzándose con señoras que venían cargadas con bolsas del mercado o jubilados que salían de actualizar la libreta. En algún momento pensé que Asiron, al que tan espontáneo se le ve cualquier día con su vestimenta normal, iba a terminar con el trampantojo.
Mis respetos -en esto- por Aranzadi. Al menos han puesto en cuestión el pensamiento convencional. A uno de sus portavoces se le ha dicho que es un ignorante y que sus orígenes familiares no son pamploneses. Algunos no han captado todavía la diferencia entre ser pamplonés y ser pamplonero.
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