pamplona - La exministra socialista Carmen Alborch falleció ayer a los 70 años víctima del cáncer que padecía desde hace dos años. La familia socialista lloraba ayer la pérdida de una política, que el jefe del Ejecutivo, Pedro Sánchez, describió como una “feminista pionera, defensora a ultranza” de la cultura española. El compromiso con el feminismo y la pasión por la cultura fueron los ejes vitales de Carmen Alborch, una rebelde alegre y transgresora que desde su juventud se implicó en la lucha por la igualdad y ocupó espacios de poder cuando era extraño ver a mujeres en esos ámbitos. “Su personalidad desbordante de optimismo y su compromiso serán su legado”, ensalzó el expresidente Felipe González.
Nacida el 31 de octubre de 1947 en un pueblo de la provincia de Valencia, Castelló de Rugat, ser la mayor de cuatro hermanos obligó a abrir caminos -como tantas veces haría en su vida- a quien en el colegio siempre levantaba la mano para cuestionar lo explicado. Su paso por la Universitat de València para estudiar Derecho, en cuya Facultad llegaría a ser decana con 37 años, marcó la experiencia vital de una joven que llegó a esas aulas en un momento en el que era extraño que las chicas estudiaran esa carrera, y que se sintió afortunada de pertenecer a la generación del 68.
Durante su etapa universitaria luchó desde el activismo y la rebeldía contra la dictadura y por la democracia, y además descubrió el feminismo cuando una compañera le prestó El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. Un feminismo que, según confesaba, le cambió la vida y la llevó a implicarse en el nacimiento de las primeras asociaciones de mujeres a principios de los setenta, que reclamaban la despenalización del adulterio, del aborto o del divorcio, y a practicarlo con pasión también desde los espacios de poder donde estuvo.
aterrizaje en política Alborch entró en política en 1987, cuando a punto de irse a Nueva York para estudiar propiedad intelectual le llamó el entonces conseller de Cultura de la Generalitat Valenciana, Ciprià Císcar, para ofrecerle la dirección general de Cultura, y decidió cambiar la Facultad por la Conselleria. Poco después pasó a dirigir un museo que daba sus primeros pasos, el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), donde apoyó las vanguardias y que dejó en 1993 para ser la primera ministra de Cultura en un Ejecutivo de Felipe González en calidad de independiente, pues no se afilió al PSOE hasta 2000.
De esa etapa, en la que hubo quienes la calificaron como “ministra pop” o “ministra Almodóvar”, recordaba los murmullos que se despertaron cuando llegó al Congreso de los Diputados con su melena rojiza, un rasgo que siempre la acompañaría, al igual que su amplia sonrisa. Tras la derrota socialista de 1996, encadenó varias legislaturas como diputada y senadora, e incluso en 2007 el PSPV-PSOE la buscó para que su tirón popular derrotara en Valencia a una Rita Barberá que llevaba 16 años de alcaldesa: un “efecto Alborch” que no se logró y que supuso un duro varapalo.
En todas sus responsabilidades trabajó por avanzar en una igualdad y de hecho confesó que la primera y la única vez que lloró en el Congreso fue cuando se aprobó la ley contra la violencia de género de 2004. Dejó la primera línea de la política tras las generales de 2016 y se reincorporó como profesora a la Universitat de València, donde volvió a cerrar un círculo y desveló uno de sus aprendizajes vitales: “El profundo secreto de la alegría es la resistencia”. Autora de varios libros dedicados a las mujeres, recibió numerosos galardones, entre ellos, el pasado 9 de octubre recogió la Alta Distinción de la Generalitat Valenciana, donde reivindicó que el feminismo “debería ser declarado patrimonio inmaterial de la humanidad”. - D.N.