alo es que el personal, las gentes de bien, lleven ya casi un año entre sobresaltos y congojas, con la amenaza latente de un enemigo invisible que les ha cambiado la vida, las costumbres y hasta el humor. Pero si dura es esta incertidumbre, aún más lamentable resulta que anuncien la salida del túnel, que proclamen la llegada de la luz, que ya han dado con la vacuna, que ya está aquí€ y resulte que era incierto, que la luz se vuelva a apagar porque han fallado todas las previsiones, han errado todos los cálculos. Sumidos en el desengaño, se nos ha ido abajo la esperanza y volvemos a la maldita casilla de salida, sólo que millones de contagiados, hospitalizados y muertos después.

La vacuna, ese milagro de la ciencia que nos dijeron podía devolver la salud y la normalidad a nuestra vida, no ha hecho más que asomar para desvanecerse casi inmediatamente después. Ya desde el primer momento fue preocupante la miseria de dosis que nos tocó en el reparto, lo que no fue obstáculo para celebrar con fanfarrias políticas y mediáticas el pinchazo a los primeros ancianos y ancianas residentes afortunados por el protocolo de vacunación. El recelo aumentó al hacerse realidad la mengua de la distribución de dosis por parte de las empresas productoras, casi al tiempo que se conocían las trapacerías de un montón sinvergüenzas con cargo y con galones que exhibían su insolidaridad colándose impunemente para pillar vacuna antes que nadie. Y por si no fuera suficiente este panorama para minar aún más la moral de las gentes de bien que cumplen con disciplina estoica todo lo que se les impone para hacer frente al virus, se destapa el pufo, se difunde la sospecha de que nuestros salvadores, los que iban a enviarnos contenedores repletos de vacunas congeladas, han desviado la ruta hacia destinos más rentables.

Cuando cundía la desazón por la sospecha de que lo de la vacunación iba lento, muy lento, estancado casi, se tuvo noticia del milagro israelí. Israel era el ejemplo a seguir por su modélica campaña de vacunación, el altísimo porcentaje de su población ya vacunado, casi a punto de lograr la inmunidad de rebaño. Era para minar la moral cualquier comparación con la penuria de dosis inoculadas en nuestro entorno. Y el personal se indignó, señalando una vez más a la incompetencia de nuestros gobernantes. Pero no sólo de los nuestros, porque la vacunación insignificante resultó pandémica en toda la Unión Europea. Y entonces nos enteramos que se vacunan antes los más ricos, los que -como Israel- pueden pagar tres veces más a las empresas farmacológicas que, lejos de ser honorables oenegés, van a lo que van y suministran primero y con generosidad a los que mejor pagan. Y no nos hagamos los sorprendidos porque "es el mercado, amigo", según dejó claro ante el tribunal Rodrigo Rato para sacudirse la responsabilidad en el saqueo de Cajamadrid y la crisis económica de la que fue protagonista destacado.

No va a ser fácil que lleguemos a conocer los entresijos contractuales entre las instituciones europeas y las grandes empresas farmacéuticas, ni que estas den demasiadas explicaciones sobre los motivos reales de las irregularidades en la producción y distribución de sus vacunas. Lo que no podemos perder de vista es que las empresas punteras de ese sector estratégico funcionan según las claves del más riguroso y feroz capitalismo y se atienen a ellas de manera inflexible, cruel e inexorable. O sea, una vez más en la historia, la salud estará del lado de los más ricos y el tercer mundo tendrá pandemia para rato.

Sumidos en el desengaño, se nos ha ido abajo la esperanza y volvemos a la casilla de salida, sólo que miles de muertos después

No va a ser fácil conocer los entresijos contractuales entre las instituciones europeas y las grandes empresas farmacéuticas