Durante los últimos 16 años la locomotora de la Unión Europea (UE) ha sido el eje franco-alemán. Dieciséis años con cuatro presidentes franceses, los conservadores Jacques Chirac (1995-2007) y Nicolas Sarkozy (2007-2012), el socialista François Hollande (2012-2017) y el liberal Emmanuel Macron, actualmente en el cargo, han encarnado los intereses franceses. En el otro lado, una sola mujer, la canciller Angela Merkel ha impulsado la necesidad de actuar conjuntamente, pese a las diferencias.

Pase lo que pase mañana, la Unión Europea se prepara para despedir a su líder in facto. Dieciséis años pilotando en la práctica la UE. Dieciséis años superando los obstáculos y los recelos de los socios europeos. Dieciséis años marcados por dos crisis económicas. Dieciséis años lastrados por el primer divorcio en el seno de la UE, el del Reino Unido. Y, como punto y final, a esos dieciséis años, la gestión de una pandemia, la covid-19. Casi nada.

Curiosamente, mientras Europa contiene la respiración por saber el rumbo que impriman el candidato socialdemócrata, Olaf Scholz -que encabeza los sondeos aunque con una muy reducida ventaja-, o el conservador y, por tanto, delfín de Merkel, Armin Laschet, la cuestión europea ha sido prácticamente inexistente en una campaña marcada por saber qué coalición gobernará el país, y la posible entrada en el mismo de Los Verdes, ya que su candidata, Annalena Baerbock, es la tercera en discordia, por lo que resulta aventurado precisar cuáles serán las prioridades de Berlín en Europa y en el mundo.

La Alemania de Angela Merkel, con sus decisiones clave en inmigración, defensa a ultranza de la austeridad, la ampliación hacia el este o finalmente a favor del endeudamiento conjunto, modeló una Unión Europea (UE) que ahora se asoma con incertidumbre al relevo de la canciller y en menos de un año también en el Palacio del Elíseo, con lo que ello supone.

La apertura masiva de fronteras a los inmigrantes y refugiados en 2015, percibido como una decisión personal de Merkel sin consulta a sus socios europeos, perfiló una Europa en la que surgieron como reacción movimientos populistas, que en Alemania alimentaron a la ultraderecha. Una ultraderecha que es ya la cuarta formación política del país, aunque afortunadamente sin posibilidades de entrar en una hipotética coalición de gobierno.

El impulso de la ampliación de la UE hacia el este de Europa, con el empuje claro desde Berlín, y para muchos origen de la dilución reciente del proyecto europeo y hasta argumento utilizado por los partidarios del brexit, fue otra aportación indudable de la era Merkel.

Como lo es ahora, impulsada por la pandemia, la conversión de Berlín al principio de un endeudamiento conjunto de los 27, anatema durante la crisis del euro de hace más de una década, cuando los países del sur de la UE acusaban a la propia Angela Merkel de su estrangulamiento económico.

Tras el brexit, el eje franco-alemán tenía como reto la modificación de los tratados europeos, esos que fueron sorteando con diversas cláusulas para impedir el veto, y que a la larga lo único que ha ocurrido es que la UE funcione mal, con líderes comunitarios reuniéndose a golpe de crisis, tomando decisiones y con soluciones a la carta, pero que en el fondo no resolvían los problemas.

Parece claro que ni Olaf Scholz ni Armin Laschet protagonizarán un giro de 180 grados en sus compromisos europeos. En este sentido, Bruselas respira aliviada pero el temor es fundado por saber cómo podría afectar a ese eje franco-alemán un nuevo inquilino del Elíseo. No cabe duda que el candidato preferido es el actual presidente francés, Emmanuel Macron, que en estos cinco años ha sabido moverse con agilidad en los Consejos Europeos. Sin embargo, su reelección no está clara ni mucho menos. Ahí está la amenaza de Marine Le Pen, que aunque carga con desventajas como su apellido o la imagen de incompetencia que traslada desde el debate en las presidenciales de 2017, sigue recortando distancias a Macron, lastrado éste por su gestión en la pandemia de la covid-19.

Y ese auge de Le Pen explica que candidatos a priori tan proeuropeos como el candidato conservador Micher Barnier -el hombre que defendió los intereses de la UE en el tormentoso brexit- lleve en su programa que París recupere parte de la soberanía que ha perdido en favor de Bruselas, sobre todo, en una cuestión tan sensible como la inmigración.

En este sentido, en opinión de expertos como Sam van der Staak, del Instituto para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), “lo más probable es que Alemania siga siendo muy proeuropea pero puede que cambien algunos acentos” y cita las políticas contra la emergencia climática y “cómo de dura” será en materia de respeto de los principios del Estado de derecho como ejemplos que servirán para valorar el compromiso alemán.

“El papel de Alemania es extremadamente importante porque siempre ha intentado ponerse entre los duros y los blandos (...) siempre ha visto como una de sus tareas principales, como uno de los socios fundadores de la UE, la de mantener a todos unidos, especialmente en tiempos de crisis”. Van der Staak avisa del “juego delicado” al que se enfrenta Berlín: o templa y equilibra como ha acostumbrado o interviene cuando estén en juego ciertos valores esenciales.

Lo que está claro es que ni Olaf Scholz ni Armin Laschet lo van a tener fácil. Tampoco la Unión Europea que tendrá que aprender a vivir con, al menos, un nuevo mandatario dentro del eje franco-alemán, con todo lo que ello supone... Y ya no estará para sacar las castañas del fuego Angela Dorothea Merkel.