oca portada merece la noticia de que Javier Esparza volverá a ser candidato de UPN para las elecciones de dentro de dieciséis meses. Por el procedimiento rápido de designación, sin primarias, y frente a un oponente anecdótico que le vino muy bien para fingir proceder democrático. Lo que llama la atención es la anticipación, el momento de la decisión. La interpretación más inmediata sugiere que por alguna razón que él sabe necesitaba aprovechar el primer hueco disponible para consolidar el nombramiento, no vaya a ser que las aguas se remuevan más adelante con cualquier motivo inesperado. Ya tiene garantizado un lustro más en la nómina política si él quiere, pase lo que pase. Hay otra reflexión que trasciende los deseos de pervivencia del candidato, y es la que afecta a su partido y al espacio político que aspira a representar. Esparza es el candidato de la resignación, de la ausencia absoluta de nuevos proyectos, del más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, del ya nos votarán porque ya nos deben conocer. Cuando la sociedad cambia y no deja de cambiar en todas sus dimensiones y pulsiones, la respuesta política que emana de la otrora formación referencial en Navarra es la de un liderazgo mortecino, cansino, aburrido, insulso, con orejeras, paupérrimo. Sin un análisis mínimamente osado de qué se le pide hoy a quienes aspiran a dirigir una sociedad, sin un mínimo diagnóstico en relación con las fórmulas que ya han demostrado que no han funcionado. Y en el caso de UPN, sin adoptar siquiera una posición disruptiva respecto a un pasado inmediato que devino en desastre. Ha querido la casualidad que coincida la entronización del de Aoiz con la emisión del informe de la Cámara de Comptos sobre el Circuito de Los Arcos, análisis en el que se objetiva hasta qué punto puede ser dañina para los intereses generales esa política que tanto se estiló de pretender el progreso social a base de ocurrencias, mercadeos siniestros y mucha jeta argumental. Lo que el reelegido candidato no nos dirá es cómo piensa proyectar la Navarra de finales de este tercio de siglo, si en el mismo modelo clientelar que ya vivimos, o haciendo algo diferente. No lo dirá no porque tenga indefinida la propuesta, sino porque se asume que volverá a ser lo primero, el peor conservadurismo.

En lo personal, faltaría más, no tengo nada contra Esparza. No recuerdo siquiera si le he visto alguna vez o he intercambiado algún saludo circunstancial. Alcalde, director de Empleo y de Deporte, finalmente consejero a la vera de Barcina. Siempre un bienqueda, anodino, resguardado de esos males que afectan a la política cuando se arriesga y se comete la osadía de hacer de ella un cierto ejercicio intelectual, en la tradición de la prehistórica UPN de los maestros. En el carril. Como es de carril la cansina referencia a Bildu con todo motivo. La nota de prensa que el viernes anunció al orbe el esperado acuerdo del Consejo Político concedió, una vez más, a los abertzales la relevancia de uno de sus dos titulares significados. Textualmente, “Bildu solo dejará de condicionar las políticas de Navarra si UPN está en el Gobierno”. Como toda referencia de lo que se quiere hacer. Como todo mérito, como todo proyecto. Así lleva Esparza la legislatura entera, y la pasada, y la que haya de llegar. Incapaz de ir más lejos en el diagnóstico de las consecuencias que para los suyos debería tener la constatación de que el PSN ha sido capaz de ejecutar acuerdos políticos hacia todo su espacio de izquierda y aledaños, y de ahí que el huerto de los regionalistas haya quedado definitivamente cercado. Da igual, lo que cuenta es seguir en él y contemporizar, labrar la escasez. Llegó el nombramiento sin una sola palabra en relación con el futuro de la plataforma Navarra Suma, cuando el interfecto avanzó hace unos meses un “debate abierto” que replanteara su pertinencia, debate en el que él no iba a participar dada su mayestática posición como presidente de su formación. Sería cómico si no representara a la perfección qué entiende el personaje por liderar, por transformar, por reflexionar, por asumir posiciones nuevas, por ofrecer propuestas útiles. Henchido en su propia mediocridad. Su partido le ha erigido casi a hurtadillas y en ese acto ha renunciado a cualquier aspiración transformacional. Ha tirado también a la basura un mínimo control del timón para los próximos dieciséis meses, en los que pueden pasar muchas cosas. Algo es seguro: ahí seguirá Esparza, aguantando lo que sea, con tal de calentar un escaño. El eterno meritorio. La eterna burla a todo un espacio político que merecería muchísimo más.

Esparza es el candidato

de la resignación, de la ausencia absoluta de nuevos proyectos, del

‘más vale malo conocido’