James Cook era el comandante de una expedición cuya misión era observar el tránsito de Venus a través del Sol de 1769… y encontrar la Terra Australis Incognita o “la desconocida tierra del sur”. Las instrucciones secretas del gobierno de su majestad autorizaron a Cook a tomar posesión de “un continente de gran extensión”. A las 6 de la madrugada del 19 de abril de 1770, el oficial Zachary Hicks avistó tierra y Cook caprichosamente denominó a ese lugar Point Hicks. Cuatro meses después izó la bandera británica en Possession Island y reclamó la propiedad “de toda la costa este de Australia”. Se aplicó el principio de terra nullius: los aborígenes no eran pueblos civilizados, ni dueños de la tierra.

Las primeras oleadas de colonos llegaron a lo que hoy llamamos Australia en 1788 y el gobernador Arthur Phillip recibió instrucciones de mantener buenas relaciones con los nativos, ya que era más barato que hacerles la guerra. Se abría la era de la ocupación. En 1791 Phillip concedió a una serie de convictos asignaciones de tierra en Prospect Hill, y les dio mosquetes para disparar a los aborígenes. Además, sus tropas “dispersaron” a unos cincuenta nativos y ordenó quemar la abundante maleza para que el resto “no pudiera encontrar refugio”. Diez años más tarde, el gobernador de New South Wales, Philip G. King, ordenó que los aborígenes de esta zona fueran “retirados” a tiros. Sus edictos alentaron la cultura de disparar en el acto a hombres, mujeres y niños, sin consecuencias legales.

Ello dio comienzo la era del exterminio. Para 1820, muchos grupos humanos del sureste de Australia habían sido suprimidos. La principal causa de muerte fueron las enfermedades, seguidas de las masacres y los conflictos internos. Aquellos que no fueron eliminados fueron “reasentados”. En 1830, los aborígenes de Tasmania fueron desterrados a diversas islas, lo que produjo su desintegración. Los únicos supervivientes de esta campaña de limpieza étnica fueron los descendientes de las mujeres que los indígenas locales vendieron a los marinos europeos. Tal como señala Lyndall Ryan, se registran al menos 270 masacres en la frontera en siglo y medio de historia de Australia, todo ello como parte de un plan sancionado por el estado para erradicar a las Primeras Naciones. Aún no se ha producido el crepúsculo de esta era. Según un informe del Comisionado de justicia social de 1991, en esas fechas moría un nativo a manos de la policía cada 28 días.

A partir de 1835 dio comienzo la era de la “protección”. En 1837, un Comité Selecto examinó el tratamiento de los indígenas en todas las colonias británicas y recomendó que se nombren “protectores de los aborígenes” en Australia. En consecuencia, la Ley de protección de los aborígenes estableció en 1869 una Junta de protección para gestionar los “intereses” de los nativos. Con el fin de ampararlos, los menores eran considerados hijos del Estado, separados por la fuerza de sus familias y trasladados a internados dirigidos por misioneros o a casas de familias “cristianas” donde trabajarían como criados. La ley de protección de 1897 incluso llegó a considerar que los chinos -principales suministradores de opio- eran los primeros responsables de los problemas que experimentaban los aborígenes. En consecuencia, menores y mayores de edad podían ser trasladados por los protectores designados -funcionarios, policías y misioneros- a reservas para “protegerlos” de los estragos de la adicción, la inmoralidad y las enfermedades. El gobernador podía ordenar el traslado de cualquier menor a un reformatorio o escuela industrial y el director del bienestar nativo era el único tutor legal de todos ellos, vivieran o no sus padres.

Era de la asimilación

En 1901 Australia se convirtió en una federación (Commonwealth) y dio comienzo la era de la asimilación. Los aborígenes no fueron incluidos en el censo de ciudadanos y en virtud de la ley de aborígenes de 1905, el protector jefe seguía siendo el tutor legal de todos los aborígenes y “mestizos” menores de 16 años. En 1937, la primera conferencia de la federación sobre el “bienestar nativo” adoptó la asimilación como política nacional: “El destino de los nativos de origen aborigen… es la absorción final… a fin de que tomen su lugar en la comunidad blanca en pie de igualdad con los blancos”. Uno de los principios de la acción del estado fue prohibir a los menores de estas “generaciones perdidas” el uso de su propia lengua. La política de asimilación resultó catastrófica. En 2016, solo el 10% de los nativos hablaban su lengua originaria en casa.

Hasta la enmienda a la constitución de 1967 los aborígenes no fueron incluidos en el censo. Y sólo a partir de 1969 dio comienzo la era alternativa. A partir de esta fecha se fueron suprimiendo las leyes de la política de “protección”. En 1975, el gobierno de la federación aprobó la Ley de discriminación racial y un año después el parlamento aprobó la Ley de derechos de tierras aborígenes. Pero la era del reconocimiento y la reconciliación solo comenzaría a partir de 1992, cuando el tribunal supremo emitió el veredicto en el caso Mabo v Queensland. La corte dictaminó que Australia nunca había sido terra nullius y que, por tanto, los nativos y sus descendientes tenían derecho a determinado tipo de dominios como las tierras no enajenadas de la Corona, parques nacionales y reservas. En 1999, el parlamento federal aprobó una moción de “profundo y sincero pesar por la separación de los niños aborígenes de sus familias” y en 2008 el primer ministro Kevin Rudd pidió perdón en nombre del parlamento.

DERECHOS DE LOS INDÍGENAS

Pero los informes parlamentarios sobre justicia social de 2001 expresaban serias preocupaciones sobre los progresos en relación con la observancia de los derechos indígenas. Demográficamente, las Primeras Naciones pasaron de un millón o millón y medio de habitantes antes de la ocupación a menos de 100.000 a principios del siglo XX. Hoy constituyen el 3,3% de la población, una minoría. El número de menores nativos separados de sus familias se duplicó entre 2008 y 2016, cuando aún había 17.664 menores bajo custodia social.

Las “políticas de protección” han generado graves traumas entre los miembros de las Generaciones Robadas y sus descendientes. Están expuestos a un amplio abanico de afecciones psicológicas, como hiperactividad y otros trastornos emocionales y conductuales, así como enfermedades físicas. El trauma ha aumentado el riesgo de abuso de sustancias y adicción entre los nativos que sufren altos niveles de alcoholismo, abuso doméstico, violación, analfabetismo, desempleo y pobreza. La tasa de encarcelamiento entre los aborígenes es quince veces mayor que la media. En 2014, la esperanza de vida de un aborigen era diez años menor a la de un miembro de cualquier otro grupo humano en Australia. Son las consecuencias de dos siglos de genocidio.

“La Australia blanca tiene una historia negra”, era el lema de Semana Naidoc de 1987. Es un slogan aplicable a cualquier estado colonizador. Solo partiendo del respeto a la diversidad de nuestro pasado podrá Australia -y el resto de los estados del planeta- crear un futuro humano verdaderamente universal, basado en los principios de solidaridad, igualdad y justicia. De su mano llegará la paz. Este será un viaje de descubrimiento, un viaje a las Tierras de Nuestras Madres. La única alternativa al genocidio.