Abrimos el ciclo de entrevistas a cuatro expresidentes del Gobierno de Navarra ante los 40 años de Ley del Amejoramiento. Lo hacemos en orden de mayor cercanía en el tiempo de los respectivos mandatos. Hablamos con la segunda mujer que ha ocupado el cargo, Uxue Barkos (Pamplona, 1964), parlamentaria en activo y portavoz de Geroa Bai en la Cámara foral. Esta vez las preguntas se dirigen en torno a la efeméride y la huella que ha dejado en estas décadas. Barkos forma parte de la generación siguiente a la de la Transición, y fue la protagonista indudable del cambio político habido en 2015. La expresidenta critica a UPN por haber perdido “años de vacas gordas” en la defensa de los intereses de Navarra. Y responsabiliza a los gobiernos de esta formación de falta de ambición y de dejar “en gran medida” una “enorme debilidad” para la Comunidad Foral.

¿Cuál es su balance de la Lorafna?.

–Pasa necesariamente por chequear su grado de cumplimiento. Pretendía ser, según su nombre, quizá más pomposo de lo que luego la realidad ha sido, una norma sobre la que recuperar el estatus de autogobierno de una comunidad como la nuestra. Y el balance no puede ser positivo en términos de cumplimiento. Seguimos con transferencias esenciales todavía sin ser cumplidas, cuarenta años después, y por lo tanto, es evidente que por parte del Estado la Lorafna no se aprobó y desde luego no se ha ejercido en el respeto debido a una norma. Hablamos de la competencia de tráfico que a lo mejor es la que tiene una mayor dimensión política, porque es bien importante tener una policía integral como lo fue en su origen, y por lo tanto, se trata de recuperar el estatus. También de otras competencias como la gestión de I+D+I, la de becas universitarias, o tener una soberanía energética. Absolutamente esenciales, que hoy el Estado sigue sin abordar. En algunos momentos de nuestra historia defendidas con bastante poca ambición por gobiernos sucesivos.

¿Hay otras sombras? ¿Hay luces?

–Toda norma que supone un marco de convivencia lógicamente tiene luces. Se han producido traspasos importantes, como educación y sanidad. Pero no fue una ley tan ambiciosa en su negociación como lo fueron las bases del Parlamento de la época.

Un proceso de una generación anterior en una democracia incipiente.

–Es muy importante contextualizar. La Lorafna se está negociando entre el año 81 y 82, un momento en el que el marco normativo español se está trabajando bajo el ruido de sables. El intento de golpe de Estado de Tejero no es baladí. Y sin embargo, el Parlamento de Navarra que surgió de las primeras elecciones sí fue mucho más ambicioso en las bases negociadoras que la representación navarra en la mesa con el Estado, y lo que finalmente acordaron las dos comisiones.

¿En qué sentido?

–El Parlamento creó una ponencia con unas bases para negociar, aprobadas por la mayoría, las de un proceso de reintegración foral para que Navarra recuperase su estatus histórico anterior a la Constitución, entre otras cosas, recuperar el carácter integral de Policía Foral, la capacidad fiscal plena, pero también que el euskera fuera oficial en Navarra sin zonificación, y que para dirimir las diferencias que hubiera entre Navarra y el Estado en el desarrollo de la Lorafna, el órgano competente fuera una junta arbitral paritaria presidida por un magistrado del Tribunal Supremo, y no el Constitucional, del que se desconfiaba porque aplicaría el criterio de la autonomía constitucional en vez del respeto al régimen foral. Se perdieron cuestiones muy básicas: no se llegó a un carácter global de reintegración del régimen foral de ninguna de las maneras, y se acabó en una zonificación del euskera. Si nos despojáramos de lo que en estos 40 años algunos han pretendido hacer equiparando el euskera con determinadas posiciones de uso y ejercicio de la violencia, esa identificación salvaje que se ha hecho del euskera, la verdad es que zonificar los derechos lingüísticos de la población de cualquier territorio es una auténtica salvajada, tanto en términos de convivencia como de realidad intelectual y cotidiana. ¿Y qué hubiera sido de nuestra realidad hoy tan capitidisminuida en términos competenciales de Navarra si las diferencias entre el Estado y Navarra no hubieran sido dirimidas por el Constitucional sino por una junta arbitral paritaria? Aquello que el Parlamento de Navarra, y por lo tanto la parte navarra, llevó como eje de negociación no fue recogido. Porque del lado del Estado todo esto se eliminó y se perdió, por cierto, con Jaime Ignacio del Burgo con inclinaciones a ese lado. Por lo tanto, se fue menos ambicioso de lo que quizá con una democracia más consolidada se pudiera haber sido, pero la parte navarra sí iba con ambición a pesar de ese ruido de sables y de una democracia todavía muy tutelada por el ejército.

Ese mandato del Parlamento abría la posibilidad de asentar un estatuto con Álava, Gipuzkoa y Bizkaia.

–Lógicamente se abría la puerta. La Transitoria Cuarta no se corresponde con una ensoñación de nadie, responde a un momento político muy concreto también en el mandato de las bases del Parlamento.

La UCD de Suárez estaba a abierta, la de del Burgo se negó, y llegó el viraje socialista que ha dejado mucha frustración en el vasquismo.

–Yo diría que en la realidad de la identidad navarra, porque estoy ya un poco cansada de escuchar, lo digo como navarra abertzale, a quienes quieren hacer creer que la personalidad de Navarra, su autogobierno, la potencia y hondura de sus instituciones solo se defienden desde una perspectiva identitaria, y estos cuarenta años de historia nos vienen diciendo todo lo contrario. Lo cierto es que quien hoy representa esa parte identitaria que reúne a lo que pueda ser Navarra Suma o el Partido Socialista desde el 78 han sido menos que poco ambiciosos con el autogobierno de Navarra, con nuestra propia personalidad y realidad histórica, y no lo digo con una vocación nostálgica. Sigo creyendo que una comunidad como la nuestra, que en términos poblacionales o de PIB tan poco peso tienen en el conjunto de los intereses del Estado, solo con su capacidad de tener una doble mirada, mediterránea y atlántica, y también de su realidad identitaria tan rica y tan plural, será capaz de disponer de un peso específico en Europa, desde una defensa muy férrea del autogobierno.

Un ejemplo.

–El mejor que le puedo poner hoy es el reto que tenemos con las infraestructuras ferroviarias de las altas prestaciones, y la posibilidad de que el Partido Socialista de Navarra, una vez más, vuelva a plegarse a las necesidades o exigencias de sus intereses generales en el Estado, con una conexión vía Vitoria que va a dejar a Navarra fuera del mapa de la alta velocidad ferroviaria europea. El recorrido del PSN ha venido siendo el de no imponer la defensa de los intereses generales de Navarra frente a los que pueda haber en su partido por otras cuestiones tácticas territoriales en el conjunto del Estado. En aquel momento ya se empezó a ver. Aquella delegación iba con un mandato del Parlamento, y fue incapaz de defenderlo. Las condiciones de Navarra eran desventajosas cuando teníamos a un Jaime Ignacio del Burgo, y que hoy además pasa por ser uno de los adalides, o él a sí mismo se ve, negociando en paralelo con Martín Villa.

Que el PNV antes de la promulgación de la ley, votara en contra, ¿fue el pistoletazo de salida de una estigmatización del nacionalismo vasco?

–Yo no tengo tan claro que aquel fuera el pistoletazo. En Navarra la identificación absolutamente torticera con presupuestos de violencia, muy bien agitada por algunos sectores de la derecha navarra, ha hecho calar esa idea estigmatizadora en una parte importante de la población, algo que vamos consiguiendo combatir por muchos ámbitos. Le ha hecho un flaquísimo favor al desarrollo socioeconómico de nuestra comunidad. El empeño por ejemplo de la derecha navarra en no establecer elementos de conexión en infraestructuras con la Comunidad Autónoma Vasca. Y de evitar cualquier tipo de colaboración socioeconómica con empresas o ámbitos de generación de conocimiento; que Navarra no entrara en una de las eurorregiones más potentes de la Unión Europea, como la de Euskadi, Navarra y la Nueva Aquitania. Que no hayamos entrado hasta 2016, hasta nuestro Gobierno, es una absoluta salvajada. Muy en la línea que arranca con la aprobación de la Lorafna, con sus luces y sus enormes sombras.

En los setenta, el recuerdo frustrado del estatuto vasco de la república pudo marcar la mentalidad.

–Es curioso porque efectivamente el estatuto de Estella del 32 también mandató a los representantes navarros a votar a su favor, y sin embargo, la representación navarra, siempre en connivencia con otro tipo de intereses en Madrid, que no eran los de Navarra, votó en contra del mandato que llevaba de sus propios alcaldes.

¿Cabe alguna autocrítica en el papel del nacionalismo vasco de los setenta? ¿Faltó radar para detectar un cierto sentir en Navarra?

–Donde hay que poner el foco es donde realmente se falló, la autocrítica siempre es necesaria, pero estamos hablando de mandatos esenciales. ¿Cómo hubiera sido el desarrollo del autogobierno de Navarra si en todas las diferencias que hubiéramos mantenido con el Gobierno del Estado, en lugar de ser dirimidas por el Constitucional, con las tensiones partidarias que terminan decidiendo su doctrina, la parte navarra hubiera mantenido el compromiso con el mandato del Parlamento? Hombre, ¿podemos hacer autocrítica de lo que ocurrió? Pues seguramente, pero es que el error en la negociación de quienes la comandaron, la mayoría de lo que hoy es la derecha conservadora navarra y el Partido Socialista en aquel cambio que hizo, francamente no deja mucho margen a la autocrítica por más que se pueda hacer.

El debate sobre la territorialidad ha mutado, o ha ido desapareciendo.

–Aquellas reivindicaciones de, digamos, los representantes nacionalistas en el Parlamento de Navarra, no condicionaron de ninguna manera el apoyo o no a aquella Lorafna. Lo condicionó fue la falta de compromiso y de respeto de las dos partes negociadoras, al mandato del Parlamento.

El otoño pasado se hizo público que el Parlamento iba a crear una ponencia para abordar la reforma de la Lorafna. ¿En qué situación está el asunto? Se acaba la legislatura...

–Bueno, pero se ha dado un paso. Es verdad que el Parlamento, y sobre todo, la presidencia en el Parlamento, tienen una responsabilidad. Necesariamente, porque el paso del tiempo obliga a modificar, y nos dice que no ha sido suficientemente ambiciosa, si queremos de verdad preservar el autogobierno de nuestra comunidad y nuestra capacidad de seguir siendo un actor en el mundo actual. Una primera reflexión en torno a la creación de una ponencia ha dado lugar a una publicación a partir de unas jornadas. Hay por lo tanto un primer balance, y no es poco, porque la modificación de una ley como la Lorafna requiere en el Parlamento primero un debate y un balance profundo y sosegado, que es lo que se ha encargado a la UPNA. Esto en la parte positiva. Al otro lado de la balanza, el miedo cerval de lo que hoy constituye la mayoría parlamentaria de Navarra Suma y el PSN que francamente, le tienen más miedo que a un nublado a hacer la revisión necesaria a una ley que como todas, ha de ser acompasada al tiempo presente, y más sobre todo, cuando estamos viendo que cuarenta años después sigue sin cumplirse, por ejemplo en materia de transferencias.

Tal vez también porque una de las críticas mayores que se le hace a la Lorafna, es la de no haber pasado un filtro de un referéndum.

–Ese es seguramente el más amargo broche de todo aquel proceso. Imputable a quienes así lo decidieron. Algunos querrán quitarle importancia , pero cualquier democracia sólida y consolidada sabe que el refrendo por parte de la ciudadanía a una ley de esta entidad, es básico. Y tristemente para Navarra, es la única de esta dimensión que no ha sometido a la opinión sancionar o no esta ley. En términos de democracia pura y dura, es lamentable y vergonzoso.

Así que una reforma pasa a su juicio impepinablemente por votarla.

–Necesariamente. Una reforma debiera contener efectivamente el paso por las urnas en refrendo del texto acordado, primero en el Parlamento, después por las partes.

En los setenta había quien rechazaba “jugarse a cara o cruz el ser o no ser de Navarra”. Puede parecer exagerado, pero marcó el devenir.

–Absolutamente, pero no es que me parezca exagerado, es que era antidemocrático. Tanto como decir que la sociedad navarra no era madura, que había que tutelarla. El Parlamento había establecido unas bases negociadoras que se saltaron a la torera las dos partes.

La paradoja es que 40 años después parezca una dificultad para que se llegue a una reforma.

–Pero eso tendrán que explicarlo quienes con esa posición nieguen a la ciudadanía navarra del siglo XXI, que ya manda narices, ser políticamente madura para refrendar algo tan esencial. Es curioso, porque los mismos que negaron a Navarra esa posibilidad, no se la negaron al conjunto del Estado con la Constitución del 78. A mí alguien me tendrá que explicar por qué la sociedad española en su conjunto sí era madura para refrendar la Constitución, pero la navarra no lo era para la Lorafna. A qué se temía entonces, y a qué se teme ahora.

Dos preguntas como final de entrevista a Uxue Barkos: ¿Cuál es el conocimiento y respeto al autogobierno en Madrid?

–El grado de conocimiento es en general mínimo. Nuestra sociedad en términos cuantitativos decide muy poco en el conjunto del Estado, y por lo tanto, si queremos seguir siendo una sociedad pujante, cohesionada y fuerte, y que siga creciendo en términos socioeconómicos, lo habrá de hacer desde su propio autogobierno, porque Navarra en términos numéricos manda poco. El desconocimiento es muy profundo, pero la falta de interés es mucho mayor. Si eso es falta de respeto, que yo creo que sí, quedan retratados. También hay en el PP y el PSOE personas con sensibilidad. Quiero recordar que iniciamos una manera nueva de ajustar el Convenio, tras la poca ambición de los Gobiernos anteriores al del cambio de 2015, con Cristóbal Montoro. Y hubo sensibilidad, aunque hubo que tirar mucho. O cuando en 2018 el presidente Sánchez tuvo la vocación de negociar el compromiso de la transferencia de tráfico. No quiero creer que se nos ha diluido aquel impulso y reconocimiento. Desde luego Geroa Bai va a seguir trabajando en esa materia. Pero Navarra no puede esperar nunca a que su futuro se dirima en los intereses de las instituciones del Estado, porque pesaremos siempre poco. Navarra ha de ser ambiciosa, trabajadora y muy leal con sus propios intereses generales si quiere ser un actor propositivo en la Europa del siglo XXI.

¿A partir de 2015 Navarra se miró en su pluralidad real?

–Creo que 2015 rompió cosas muy importantes. La primera, la del mito del buen gestor. UPN no ha sido un buen gestor para Navarra. Me gustaría saber qué efectos socioeconómicos y de desarrollo ha tenido ese antivasquismo cerval. UPN dio la espalda en el TAP a Gipuzkoa. A mí de nada me interesa un tren que se pare en Pamplona, sino que me conecte con la Europa continental. Eso es lo que necesitamos. Que ayude a sacar transporte de la carretera, porque el cambio climático tiene mucho que ver con el enorme y desgraciado peso que el transporte de las mercancías en el Estado, pero muy especialmente en Navarra, tiene por la carretera. ¿O qué hubiera pasado si Caja Navarra se hubiera aliado con las cajas de otras haciendas forales? A lo mejor seguíamos teniendo una Caja que asistiera a las necesidades de Navarra. Es verdad que la política de la visceralidad aún cala. Soy muy consciente.