La experiencia profesional y vital de Jon Sistiaga (Irun, 1967) daría para una entrevista de horas. En esta, de unos 30 minutos, explica los retos de acercarse a las peores pulsiones humanas que materializan, retroalimentan y multiplican el mal, y con ello el sufrimiento. Sistiaga fue uno de los participantes de la II Jornada ‘Contar el Terror’ desarrollada esta semana en la UNAV, desde el bagaje periodístico de haber entrevistado a múltiples sujetos que han cometido maldades.  

El mal es parte de la realidad. El periodismo lo tiene que contar sin justificar, y ayudar a prevenirlo o a sanarlo.

–El periodismo, como la literatura y la historia, tiene que reflejar todos esos actos de maldad o erróneos. El periodista no puede estar viendo siempre desde fuera en una postura equidistante lo que ocurre. Si alguien mata a alguien es un asesino, aquí y en cualquier lado. Contar el mal no es un género periodístico en sí. En mi caso es algo a lo que llegué después de muchas experiencias observando las consecuencias de la maldad humana en todos sus ámbitos: guerra, violencia política, asesinos en serie, violaciones... Partes tan oscuras de la realidad muy diferentes, pero con algo en común casi siempre: la víctima, la persona sufriente, el ser doliente.

Para contarlo debe haber alguien con voluntad y compromiso o que sienta la necesidad de hacerlo.  

–Mis derroteros periodísticos me han llevado a los lugares más complicados, con guerras, conflictos, catástrofes naturales, desastres humanitarios... La historia se ha alimentado así, y en ese periodismo me especialicé durante bastante tiempo. Desarrollé una facultad para poder sentarme delante de una víctima con la empatía, el tacto y el rigor necesarios, pero también delante del victimario o victimaria, que ha decidido quitar una vida humana, y mirarle a los ojos y preguntarle por qué.

¿Cuál de esos planos es más difícil?

–Creo más fácil hablar con la víctimas, porque vas a tener siempre empatía con quien ha sufrido, le han matado a alguien, lo han hecho desaparecer, o ha sido torturado en una cárcel. Enseguida comprendes su dolor y lo puedes hacer tuyo. Es mucho más difícil entrevistar al causante de todo eso, al tipo que ha colocado una bomba, ha torturado, ha descuartizado a alguien, ha asesinado a niños... Esto requiere ciertas dosis de autocontención, y prepararte mucho la entrevista, porque a veces dan ganas de soltarle una hostia al que tienes delante. Y requiere mucha psicología para lograr que te abran su alma, algunos no tienen corazón, y meter la mano y chapotear ahí dentro y ver lo que hay. 

“En el momento que quitas la vida a otra persona suspendes tu propia humanidad. ¿Se puede recuperar? Sí”

Controlando el atisbo de si hay arrepentimiento, que igual no existe.

–Cuando alguien que ha matado te da una entrevista siempre hay que plantearse por qué lo hace, qué busca. ¿El perdón? ¿Una forma de penitencia? ¿Está orgulloso de lo que ha hecho? ¿Quiere reivindicarlo, porque creía que no había más remedio o tenía que ser así? ¿Dar alas a su ego, a su psicopatía, a su narcisismo? ¿O mandar un mensaje a través del periodista elegido? Tienes que tratar de identificar qué hay detrás. A veces varias cosas a la vez. Como periodista siento la suerte de poder acceder a lo más negro del alma humana y dejar constancia por escrito o en imagen de que alguien que decidió cometer una maldad se está explicando delante de mí. Los periodistas somos algo que no había hasta hace 150 años, notarios de una realidad que siempre construyeron militares, políticos, geógrafos o los historiadores que venían después, basándose en lo que habían dicho los anteriores. Desde que estamos en lugares de conflicto, convertidos en piezas a batir en casi todos los sitios, al menos hay otras versiones, y constancia y pruebas de lo que ocurre. Antes siempre se llegaba tarde. 

Otro mal es más aséptico o está institucionalizado. Las decisiones que conducen a una guerra o al odio.

–Intelectualmente es mucho más retador; tratar de ver cuál fue el proceso de decisiones para tirar una bomba atómica, hacer desaparecer a 30.000 personas en Argentina, comenzar a matar concejales en el País Vasco, asesinar a doscientos niños en Colombia, por el puro placer de matarlos... Todo esto lleva una toma de decisiones previa. Y habitualmente, dentro de la llamada banalidad del mal, el esconder las pruebas. Quienes tomaron esas decisiones sabían que podían tener consecuencias penales después, que les iba a pasar factura, que si no ganaban o se imponían al final podrían ser condenados. Éticamente saben que sus decisiones son reprobables, que su dios, sus familias, o los descendientes de aquellos a los que iban a eliminar les podían pedir explicaciones. 

Siempre está el recurso autojustificativo del mal menor. 

–Totalmente autojustificativo, porque no hay males menores ni mayores. No se puede explicar a alguien, aunque sea a posteriori, que era mejor que muriera su familia antes de que se desatara una segunda matanza, o que es mejor tirar dos bombas atómicas y matar a doscientas y pico mil personas a que mueran 500.000 mil de nuestros muchachos. Lo del mal menor es una de las grandes falacias de la política, de la toma de decisiones, porque nunca los que mueren son tus familiares directos. 

“También puede existir una banalidad del bien”, decía hace días una viñeta de El Roto en El País.

–Sí, seguramente. Contar el mal tiene el peligro de deslizarte en la resbaladiza pendiente del morbo. Por eso no hay muchos que lo hagan bien, que se acerquen a las historias y a los malos de manera seria. Incluso hay gente que trabaja así y luego sus editores o sus directores se lo cambian para hacerlo más apetecible.

“Cuando alguien que ha matado te da una entrevista siempre hay que plantearse qué busca, y tratar de identificar qué hay detrás”

¿Luego todo eso se necesita expulsar para el equilibrio personal? 

–Casi siempre me lo tomaba como logros periodísticos. La oportunidad de ver a gente cómo justifica algunas cosas. Tienen en común que cuando decidieron matar u ordenar matar dejaron de ser seres éticos. Se convirtieron en otra cosa. Suspendieron su humanidad durante un tiempo, en el momento que quitaron la vida a otra persona. ¿Se puede recuperar? Sí. Este es el debate interesante. 

Lo ha abordado en sus trabajos.

–En ‘ETA, el final del silencio’, en ‘Zubiak’ (con diálogo entre Maixabel Lasa y uno de los asesinos de su marido Ibon Etxezarreta)... En qué momento un asesino se convierte en exasesino. ¿Se puede? Si reconoces tu crimen, asumes la maldad de tus actos y tratas de algún modo de solucionarlo y arreglarlo estás bastante más cerca de ser la persona que eras antes de matar que la que has sido desde el instante en que mataste. 

En la película ‘Maixabel’ el asesino Ibon Etxezarreta se cruza con un antiguo vecino. El asesino va evolucionando, mientras que el vecino sigue instalado en su beligerancia. 

–El encuentro ocurrió. Estuvo a punto de ser un paso atrás para él. Esto ha ocurrido mucho en el mundo de los miembros y exmiembros de ETA. Ante amigos o familiares se convertían en un tótem sagrado y no podían echarse para atrás. 

También hay quien se ha lanzado a la insolencia de acusar a Maixabel Lasa de síndrome de Estocolmo.

–Esos, si todavía no lo saben o no se han dado cuenta, también han dejado se ser seres éticos, en el sentido más filosófico de la frase. No puedes a alguien que ha sufrido el asesinato de su familiar encima decirle que se ha convertido en cómplice. 

No ha visto el documental de Jordi Évole, pero ¿la polémica previa le parece indicativa de un sector de la opinión pública muy inquisitorial?

–Lo que hay son determinados medios que siguen marcando una pauta, capaces en un tremendo ejercicio de no deontología periodística, de hablar de un documental sin haberlo visto. ¿Quién ha vuelto a hablar de ese documental desde que se ha empezado a ver? Nadie. ¿Acaso el director de El Mundo, el de La Razón o el de ABC no hubieran querido que alguno de sus redactores que llevaban tiempo intentándolo entrevistaran al tipo más conocido de ETA? No creo que ningún periodista en este país no quisiera entrevistar al tío que fue líder de esa organización terrorista que dejó de existir hace una década, pero que es una de las personas que tiene que hablar, obviamente. Yo en su día intenté entrevistar a algunos, moviéndome por los círculos de refugiados, subí a París, y al final te decían si sí o si no. Te hacían quedar en un coche con dos tíos...

“Con el GAL va a pasar como con la segunda ETA. Dentro de 10 años se van a empezar a morir todos de viejos. Y solo ellos lo pueden explicar”

¿Y por qué no salió?

–Preferían hacerlo con medios o afines, en aquel momento Egin, Gara o Berria. Y medios como la BBC... Luego todos dábamos la historia... También hubo un momento en alguno de los medios en los que curraba que me dijeron que eso era imposible de emitir. Yo no lo entendía, porque si entrevistaba al jefe espiritual de Hamás, al jeque Yasín, abríamos el telediario; entrevistaba a dos de los comandantes del directorio de las FARC, y lo mismo, pero una entrevista con alguien de ETA... ¿Por qué? Porque esos son nuestros malos. Del documental sobre Ternera opinaré cuando lo haya visto, me parece escandaloso hacerlo sin verlo cuando es una de las grandes historias que cualquier periodista hubiera soñado con tener. 

De los GAL puede que un tiempo sepamos más que actualmente. 

–Si cambian de una puñetera vez la ley de secretos oficiales y nos permita saber qué ocurre sin esperar 50 años. Con el GAL va a pasar como con la segunda ETA. Dentro de 10 años se van a empezar a morir todos de viejos. Y solo ellos lo pueden explicar. Solo ellos. Yo no me espero que por parte del Estado, llámele el sistema o la superestructura, da igual el partido que gobierne, se vaya a revelar los secretos que explicarían muchas cosas. Este es uno de los grandes temas liminales. En la novela que publiqué el año pasado, ‘Purgatorio’ la gente flipa sobre los personajes policiales que están en esa oscuridad, en las sombras y en las cloacas, porque no llegaban a crérselo. Ese discurso no ha llegado más que a la gente que vivió en el País Vasco o en Navarra aquellos años. Los perpetradores de los GAL utilizaban el terror, el terrorismo de Estado, la violencia como arma política, para tratar de acabar de manera rápida con algo que les empezaba a sobrepasar. Una violencia que no sabían cómo atajar. Esto no se ha acabado con el fallecimiento de Galindo. Su gente era muy joven. Los tipos que mataron a Lasa y Zabala tenían 22 y 21 años. En los crímenes del GAL existía el puro mercenarismo, incluso el divertimento, porque buscaban a quien le gustase matar, que se divirtiera, que lo tomara como un maravilloso reto eso de ir a Francia, localizar y eliminar. 

“No creo que haya ningún periodista que no quisiera entrevistar al tío que fue líder de ETA, una organización terrorista que dejó de existir”

Hace meses se cumplió el 20 aniversario de la invasión a Irak. ¿Ha podido volver a ver la imagen suya con José Couso recién herido?

–Sí, consta en todos los archivos y te la ponen cada año prácticamente. Tiempo después entendí que de alguna manera tenía el síndrome del superviviente. Me preguntaba muchas veces por qué yo estaba vivo, qué suerte esa de que me fui a atar las botas y al agacharme me pasó la metralla por encima; te quedas medio sordo, pero te has librado. Al volver me encontré con la crueldad de quien me dijo: Te has hecho famoso porque han matado a tu compañero. Yo llevaba ya diez años en eso, me habían detenido en Kosovo, me habían hostiado en Palestina, estuve aislado en Afganistán 55 días... 

Y un día fue padre...

–Al mes de volver de Irak. 

Y todo eso marca...

–Te hace anclarte más a la tierra, ver qué poco podemos controlar nuestro destino, que por mucho que te prepares para ir a un conflicto, las cosas pueden pasar, y le dan al de al lado, o te dan a ti, y ya está. Ver nacer a mi hija fue la vida y la muerte en un mes. Pasar de estar en todos los telediarios y convertirte en protagonista, a estar en la intimidad de una habitación en un hospital.

¿Cómo ve la situación de Pablo González, preso en Polonia?

–Como periodista no entiendo cómo el Gobierno de España no ha puesto pie en pared con el Gobierno de Polonia para decirle que hay un nacional ahí, del que no se saben los cargos, ni muy bien las pruebas de las que se le acusa, y no puede estar en ese régimen de aislamiento al que se le está sometiendo porque estas normas no son compatibles con las que rigen dentro de la Unión Europea. 

Por lo menos presionar.

–Recuerdo que un Gobierno español hizo una enorme genuflexión con los norteamericanos cuando dispararon al hotel donde mataron a mi compañero. Asumieron la tesis del disparo accidental y la posibilidad de que hubiera un francotirador de manera absolutamente acrítica, sin escuchar a ninguno de los que estábamos allí, como luego se vio con WikiLeaks.