Eugenio del Río (Donostia-San Sebastián, 1943) ha publicado con Catarata ‘Jóvenes antifranquistas (1965-1975)', destacando su contribución, pero huyendo de la melancolía o la idealización. El ensayo, presentado en Burlada el 15 de noviembre, tendrá una nueva presentación, en Tudela, este 19 de diciembre a las 19 horas en el centro cívico de la Rúa. Del Río fue secretario general del Movimiento Comunista entre 1975 y 1983. 

Aborda las luces, sombras y límites de su generación a la hora de confrontar con la dictadura. 

–Había muchos motivos en el mundo para complicarse la vida, y comprometerse en causas sociales, pero en España estaba además el franquismo, que empujaba a parte de la juventud a hacer algo. Quizá no fueron más de 30.000 personas, pero es una conjetura. Se organizaron de forma estable, se comprometieron con mucha fuerza y durante años, porque muchos siguieron actuando incluso después de la Transición.  

Emergió una conciencia en las fábricas y en la universidad, en un contexto general de desmovilización.

–La juventud cambió mucho en este periodo. En la universidad aumentó sensiblemente el número de estudiantes. Y en las fábricas hubo una incorporación de trabajadores jóvenes como no se había conocido nunca, lo que impulsó unas movilizaciones obreras crecientes. 

Habla de un corte generacional. 

–En la generación de nuestros padres hubo una parte de vencedores, otra represaliada por el franquismo, y un sector muy amplio poco definido políticamente, pero que tuvo una especie de militancia, que consistía en trabajar mucho y ahorrar, para que sus hijos tuviéramos una vida mejor. En eso, transmitieron algo ejemplar a los hijos, abnegación y dedicación. Pero una vez que nos lanzamos chavales de 20,21, 22 años a organizar fuerzas antifranquistas nos sentimos cortados con la generación política precedente vinculada en su mayor parte al Partido Comunista. Bastantes no nos sentimos muy identificados con él; nos parecía, creo que injustamente, demasiado pasivo, y formamos otras cosas, sin ayuda de gente mayor. Tuvimos que inventarlo todo, lo que seguramente facilitó bastantes errores. 

Con un doble condicionante: el marxismo como hechizo revolucionario, y la educación católica. 

–Cuando empezamos a descubrir el horror del franquismo y nos planteamos organizarnos para combatirlo, en cierta medida nos apoyamos en valores que teníamos de antes, algunos con un potencial positivo, que creíamos haber superado totalmente, pero que más bien fue en parte. 

Y ese movimiento desgastó al franquismo, pero también cayó en dogmatismos y soberbias.

–Como no teníamos conocimiento suficiente, imitábamos la forma de organizarse de lo que creíamos que habían sido los viejos partidos comunistas en los años treinta y cuarenta, y también imitamos al marxismo y sus corrientes. Eso produjo una dependencia no deseable, y con el tiempo nos dimos cuenta de que era una limitación. 

“Imitamos a los viejos partidos comunistas y al marxismo y sus corrientes. Eso produjo una dependencia no deseable. Una limitación”

Con algunas ideas con "mucho de nocivo”, según indica. Usted perteneció a ETA durante un tiempo.

–ETA llevaba como 6 años. Más que una actividad violenta, lo que había entonces era una cultura de prepararse para la violencia. Y ahí entramos unos cuantos amigos en el otoño del 65, y estuve hasta la Navidad del 66, tras un choque entre nuestra corriente y otras anteriores, en nuestra opinión, demasiado influidas por el nacionalismo vasco tradicional. 

Hace 50 años, el 20 de diciembre del 73 se produjo el asesinato de Carrero Blanco, que otorgaría a ETA una aureola con espiral perniciosa.

–El verano del 68 se produjo el primer atentado mortal de ETA. Otra fecha importante fue el proceso de Burgos, en el 70, que representó una consagración pública y popular de ETA, con grandes movilizaciones contra las penas de muerte en el País Vasco. Y luego lo de Carrero fue una consagración a mayor escala, como una fuerza que asestó un golpe importante a la dictadura. Pero el punto clave yo creo que estuvo en el 68.

Murió Franco, llegó la Transición, en los ochenta giró el PSOE, y en 1989 cayó el Muro de Berlín.

–En los ochenta fue produciéndose un desgaste de la influencia del marxismo, que había sido enorme en los años setenta, y que ya no tenía punto de comparación y había retrocedido mucho. La caída del Muro de Berlín y la descomposición de la Unión Soviética contribuyó a acelerar ese proceso, pero venía de más atrás. El marxismo tuvo un auge enorme sobre todo en los sesenta, y luego fue retrocediendo y su enganche con la juventud no acabó al correr de los ochenta. En el Movimiento Comunista para mediados de los ochenta, ya se puso en cuestión una identificación con una ideología como el marxismo. No porque quisiéramos otra, sino porque nos parecía que era un artefacto ideológico demasiado pesado y artificial, que en realidad no podía ser asumido en una organización que era verdaderamente de activistas sociales. Y para final de la década de los ochenta, la cuestión dentro de la organización pasó a ser privada. Quien se declaraba marxista, podía hacerlo con toda libertad, y quienes no nos declarábamos marxistas lo mismo.

Para alguien que ha reflexionado mucho sobre la inercia de una sociedad reaccionaria y autoritaria, ver a jóvenes brazo en alto cantando el ‘Cara al Sol’ debe ser desolador.

–Es totalmente lamentable. De todos modos en el momento mayor de las manifestaciones en torno a la calle Ferraz se habló de 8.000 asistentes.

“Está viniendo una ofensiva que puede ser muy peligrosa, absolutamente destructiva, para derribar al nuevo Gobierno como sea”

Ultras que aparte de la parafernalia franquista, tienen otras vitaminas, dado su auge en otras latitudes.

–En las manifestaciones pequeñas en Madrid, hay una parte que viene de atrás. Un sector falangista que nunca ha desaparecido, aunque estaba como aletargado. Hay un sector incluso carlista, también fascistas nuevos, grupos nazis, surgidos en los últimos diez o quince años, sectores católicos ultraderechistas como Hazte oír, que coquetea con Vox. Y gente que se ha radicalizado del Partido Popular. La calle Ferraz está cerca de la Ciudad Universitaria, donde hay una presencia de elementos derechistas y ultraderechistas en los colegios mayores bastante grande, por lo que se va viendo. Durante un par de semanas se han acostumbrado a ir a a Ferraz a armar lío y a manifestarse, un atractivo para una vida de un estudiante aburrido y muy de derechas. Hay que ver lo que dura esto, y cómo se relaciona con Vox y con el PP, porque está viniendo una ofensiva que sí me parece que puede ser muy peligrosa, absolutamente destructiva, para derribar al Gobierno como sea. Ahí sí veo un problema muy gordo.

Usted vive en Madrid desde 1976. ¿Qué diferencia observa con respecto a la crispación de otras épocas? ¿Cuál es el salto cualitativo?

–La derecha en España siempre ha sido fuerte, y en Madrid en general algo más dura que en otros sitios. Veo a una derecha que solo aspira a gobernar. No tiene un proyecto, un plan b para actuar en algún sentido constructivo cuando no está gobernando. Es un problema muy serio.

El PP gobierna la Comunidad de Madrid, un elemento más de pulso.

–Y como primera fuerza, que no necesita acuerdos con nadie, muestra la cara más dura del Partido Popular. En cierta forma los partidos, a los que se presta muchísima atención, sirven de modelos de conducta política. Creo que hay un problema cuando un partido importante tiene un comportamiento como el del PP. No digamos ya el de Vox. Se está contaminando el ambiente político de una forma que puede hacer impracticable una vida política normalizada.

“La clandestinidad nos llevó al sectarismo y al dogmatismo”

Milagros Rubio, participante de la lucha antifranquista, comparte la necesidad de autocrítica generacional

Milagros Rubio acompañó a Eugenio del Río en Burlada y volverá hacerlo este 19 de diciembre en Tudela. Esta tudelana, nacida en 1952, de larga trayectoria política, tomó conciencia política a los 15 años, tras pasar un verano en Francia en casa de unos tío exiliados y como au pair un año en Inglaterra. En 1972 entró en Comisiones Obreras , y poco después en el Movimiento Comunista de España, que más tarde al descentralizarse, pasó a ser EMK. “El libro de Eugenio nos ha puesto frente al espejo, es un análisis profundo, necesario, porque tenemos que explicar con crudeza ese pasado que determinó nuestra trayectoria vital, y además es útil para las nuevas generaciones que se implican en cambiar cosas, y librarse de errores, deshacerse de sectarismos, viejas herencias y fundamentalismos, 

Rubio destaca los “aciertos y generosidad al servicio de la causa”, pero reconoce, dada la clandestinidad, la falta de información y el exceso de doctrina, dentro de unos grupos “muy cerrados y herméticos”. Hoy entiende que “hay que librarse del sectarismo o dogmatismo cuando realmente se quiere transformar cosas y enfrentarse a la realidad”. 

Ese dogmatismo derivó, por ejemplo, en violencia, de la que hace también autocrítica, pide “perdón a las víctimas” y se pregunta “cuánto contribuimos quienes callábamos, y no apoyábamos condenas en los ayuntamientos. Cuánto contribuimos a que se prolongase lamentablemente esa situación”. “Pensábamos que para conseguir esa sociedad utópica por la que luchábamos, tenía que haber una lucha revolucionaria sí o sí, y manteníamos una cierta tolerancia hacia ETA, como grupo equivocado, pero dentro de esa lucha revolucionaria”. “Nos costó ver que aquello no tenía nada revolucionario. No había justificación, era terrorismo, era asesinar. Ojalá contribuyamos a que no se repita”.