Parte de su trayectoria transcurrió en Euskal Herria, donde también se sumó a la causa soberanista. A las puertas de que el president del Parlament, Josep Rull, inicie los contactos preliminares, habla sin pelos en la lengua sobre lo que puede suceder a partir del 25 de junio.

¿Cree que habrá investidura?

—No soy adivino, pero dudo de que después de dos procesos electorales tan intensos ningún partido quiera repetir elecciones. El bloque unionista –PSC-PSOE, Comuns, PP– en el ayuntamiento de Barcelona ya mostró su vocación de cordón sanitario contra el soberanismo como ya ocurriera con Colau. Puede encontrar fórmulas para repetir y seguir con la operación de castigo a la Catalunya soberanista que está en pleno desarrollo.

¿Quién será elegido president y con qué apoyos?

—De momento, solo hay dos alternativas posibles: Puigdemont e Illa. Personalmente, creo que debemos desdramatizar y ver la situación con perspectiva. Lógicamente, los soberanistas no queremos a Illa bajo ningún concepto porque, además de figura gris, para la nación catalana sería incluso peor que lo que fue Patxi López para Euskal Herria en su momento. No será el presidente de “todos los catalanes” como dice, sino de los catalanes del 155.

¿Confía en ver a Carles Puigdemont en la investidura?

—Sí. En un panorama político catalán muy desgastado, con el descrédito institucional del Parlament y el sectarismo infantil de los partidos llamados independentistas, Puigdemont es el único elemento volátil que queda en el tablero capaz de mover las cosas. Personalmente, creo que debió volver la jornada de reflexión de las elecciones al Parlament. Quizá hubiera ganado. Ahora sí que ha llegado la hora de la verdad, un paso que podría desembocar en una reacción vengativa desmesurada del aparato del Estado contra su bestia negra, Puigdemont, que pudiera llevar a su descrédito final ante unos tribunales internacionales donde todavía no ha conseguida una sola victoria contra el procés y sus líderes.

¿La entrada de los republicanos al gobierno del Ayuntamiento de Barcelona puede ser una señal de que apoyarán al PSC?

—Esquerra es un partido que cíclicamente se pega un tiro en el pie. Parece que crece en una dirección y luego se descalabra tomando decisiones que nadie en su sano juicio entiende. Han dilapidado toda su credibilidad y han olvidado enteramente las prioridades y dinámicas del Procés dejando a la gente perdida, perpleja y cabreada.

¿Qué supondría que ERC apoyara a Illa junto a los Comuns?

—Sería un nuevo episodio de viaje atrás en el tiempo. Como si nada hubiera ocurrido entre 2007 y hoy. Un espaldarazo a una Catalunya expoliada, españolizada y sin capacidad de decisión alguna. Nos devolvería a la presidencia de Montilla. Como todo lo que marca la política catalana desde el juicio al procés, y quizás desde antes, hay una pérdida de visión sobre quién es el auténtico enemigo a batir. ERC, y en menor grado Junts, han contribuido a lavar la cara a un partido como el PSC –hoy desacomplejadamente PSOE– que hace pocos años estaba en plena marginalización.

La otra opción es la repetición electoral. Por intuición, se diría que las fuerzas soberanistas serían penalizadas. ¿Lo ve así?

—Efectivamente, las fuerzas independentistas llevan años con un cartel de “castígame” colgado del cuello. Al no haber un estado mayor independentista, actúa como una gallina sin cabeza respondiendo solo a sus intereses de partido. Van a salvar los muebles, pero no los del país, sino los del partido. Es un suicidio porque, además, en el caso de Esquerra, lo han hecho desde el Govern con una exhibición de errores y praxis de desgobierno que según como no solo es una amenaza para el independentismo, y su crédito, sino para la propia autonomía. Peor no lo han podido hacer.

Las últimas citas electorales han ido reflejando un descenso continuo del conjunto de las fuerzas soberanistas. ¿A qué lo achaca?

—A muchos factores políticos y prepolíticos. Merece un libro. Los mapas políticos no dan lugar a dudas: la mayoría del independentismo ha optado por la abstención. Lo achaco, sobre todo, a la falta de unidad, a la falta de un relato sobre lo que nos ha pasado. Ha predominado el sálvese quien pueda, música a los oídos de Madrid. El autonomismo ha conseguido convencer a gran parte de la población unionista de que los independentistas son unos irredentos irresponsables, antidemocráticos, racistas. ¡Es verdaderamente rocambolesco! Pero claro, tampoco se tuvo respuesta a Albert Rivera en su momento. Es el mundo al revés que predijo Malcolm X.

¿Cómo se puede recuperar la confianza del votante soberanista?

—Si fuera la única pregunta de la entrevista, me faltaría espacio para responder. Al Estado –con toda su carga de transición fake, impunidad franquista, cloacas, policía patriótica, consejo de estado, lawfare, falangismo latente– le ha resultado bastante barato sembrar la desunión y la confusión entre los partidos catalanes que se han disputado las migas del autonomismo en un intento de salvar los muebles. Incluso han celebrado los últimos resultados como si hubieran ganado, lo cual resulta insultante. En definitiva, no hubo una respuesta digna y unitaria a todo lo que supuso la violenta reacción del estado al 1 de octubre y eso se lo ha puesto muy fácil al Estado hoy, sea PP o PSOE quien mande. En todo caso, para mí, Puigdemont es la clave. Junto con la estrategia –lenta pero efectiva– tejida con su buen abogado Gonzalo Boye de parar todos los golpes del lawfare español, es el único que puede resultar decisivo todavía. No digo que no haya cometido errores, pero para muchos, incluso muchos abstencionistas, sigue siendo el President llegítim, el que no ha dado el brazo a torcer. Ahora debe jugar muy bien las cartas.

¿Y es posible recuperar la unidad de acción entre Junts y ERC?

—Esperemos que sí, aunque deben cambiar muchas cosas. Parecía que Junqueras, con su dimisión, hubiera aprendido del error de sus constantes cambios de rumbo y las evidentes renuncias al discurso soberanista que ha hecho, pero veo que sigue aspirando a volver a la presidencia del partido insistiendo en el discurso derrotista de los últimos tiempos que le han costado pasar de 33 a 20 diputados.

¿Usted acaba de acceder como cuarto secretario más votado al Secretariado de l’Assemblea Nacional Catalana ahora presidida por Lluís Llach ¿Cómo ve la situación de la principal organización social del independentismo?

—Con esperanza. ¡Si tenemos más socios que los tres partidos indepes juntos! Pero hay que labrar una nueva unidad interna y dinamizar las bases de nuevo. Es comprensible que en los últimos tiempos haya habido discrepancia de posiciones, incluso que se haya barajado la posibilidad de contribuir a hacer una lista cívica al Parlament. Yo soy de los que no lo veía claro por experiencias previas y para asegurar que la Assemblea continuase cumpliendo con su tarea de organización de movilización para presionar a los partidos y la sociedad. Estar presentes en un Parlament sin poder nos hubiera limitado, no proyectado, creo. Al colocar unos cuantos diputados puros en el Parlament, podría haber contribuido todavía más al fraccionamiento y a la confrontación entre independentistas. Incluso habría podido servir como excusa para los sectores más autonomistas dentro de los partidos.

¿Volverá a haber un referéndum?

—El referéndum ya lo hicimos y lo ganamos. Incluso algunos organismos internacionales lo han reconocido implícitamente. Si la ONU o UE lo exige, será señal de que habremos vuelto a un ambiente ganador de nuevo. Mientras tanto, creo que la confrontación inteligente con el Estado es la opción que debemos adoptar. Hay trabajo.