Xabier Irujo (Caracas, 1967), doctor en Historia y Filosofía, es catedrático de estudios de Genocidio en Nevada. Este jueves presentará en Pamplona en El Corte Inglés su nuevo libro, La máquina del exterminio. La industrialización de los campos de concentración nazis, publicado por Crítica, que condensa 20 años de trabajo sobre esa realidad abyecta.
Parece que sobre el Holocausto está todo contado, y no es así.
–Una de las razones de publicar ahora el libro es que pronto conmemoraremos el 80 aniversario de la liberación de los últimos campos, en abril de 1945. Se ha escrito muchísimo, sobre todo a partir del juicio de Eichmann en Jerusalén. He acudido a las fuentes, testimonios directos y fuentes históricas directas, de las unidades de las SS, de la jerarquía de los campos o de los prisioneros. También he entrevistado a muchos supervivientes. Hay cuestiones que se han repetido hasta el infinito pero se han ido desenfocando con el tiempo, por ejemplo la de los trenes, cuando el principal sistema de transporte de los prisioneros a los campos fue a pie. Pero los trenes fueron un sistema muy eficaz de exterminio, se utilizaron para matar.
Suponían un suplicio...
–¿Qué lógica tenía llevar a un grupo de personas que estaban ya padeciendo una inanición tremenda de un gueto como el de Cracovia a Auschwitz para que ahí los gasearan con el coste que suponían las operaciones de gas? Era mucho más práctico matarlos en el camino. En vagones diseñados para transportar ganado, donde cabían 50 personas, metían a 250 o 300, las encerraban, y si el transporte duraba más de cuatro o cinco días sin agua ni alimento llegaban todos muertos.
“Los trenes a los campos de concentración fueron un sistema muy eficaz de exterminio, se utilizaron para matar”
Para explicar aquel horror usted aborda la logística del exterminio.
–Situando la monstruosidad: la red de campos de la Alemania nazi y sus aliados tenía 44.000 centros de reclusión incluidos guetos, la mayor parte campos de concentración. Llegó a haber 40 millones de presos de los cuales 17 millones murieron. Teniendo en cuenta que en abril de 1942 casi el 85% de estas personas aún estaban vivas, el ratio de los últimos tres años de exterminio fue de 12.000 vidas al día. ¿Qué sistema es capaz de matar y procesar los cuerpos de 12.000 personas todos los días a lo largo de tres años? A partir de un momento se vio que era mucho más efectivo para matar personas utilizar como armas el hambre y el frío que las balas.
Y el gas...
–Lo utilizaron unos 30 campos. En números globales tenemos 42.000 instalaciones en las que no se utilizó. Gaseados murieron entre 2 y 3 millones de personas. La razón de ser de las cámaras es que uno de los grandes problemas de las ejecuciones era que generaban gravísimos trastornos mentales en los verdugos. No era como en las películas que a una persona le pegan un tiro y se muere en el acto. Eso no ocurre en la vida real, para matar a una persona de un balazo en el acto hace falta darle exactamente en el corazón o en el cerebro. La mayor parte de la gente no moría en el acto. Por eso se convertían en fosas gimientes.
Ni siquiera siendo ametrallados.
–He entrevistado a tres personas que estuvieron delante de un pelotón de fusilamiento. En dos de los casos ni siquiera recibieron un balazo. Uno de ellos era entonces un crío de siete años, que se desmayó y cayó en la fosa, donde la mayor parte de la gente caía viva, y al final del día a los que aún no habían muerto los enterraban vivos.
“De 1942 a 1945 se exterminaron a 12.000 personas al día. ¿Qué sistema es capaz de hacer algo así?”
Personas que solían llegar ya rotas.
–Se ejecutaba primero a los hombres, y después a las mujeres y niños. A los hombres se les prometía que iban a respetar la vida de las mujeres y niños, y a las mujeres y niños nunca se les decía que iban a ser ejecutadas. Por lo general los hombres eran sistemáticamente torturados antes de llegar al lugar de ejecución y generalmente los tenían tres o cuatro días sin comer, de forma que cuando llegaban prácticamente no había resistencia.
Y luego el horror de las madres con los niños.
–Era terrible. Ver cómo ejecutan a hijos, hermanos, padres, es una de las peores torturas que podemos imaginar como seres humanos. Para un proceso de ejecución estándar, por ejemplo a lo largo de toda la noche, lo cual era bastante común, cada verdugo necesitaba entre 11 y 17 pistolas diferentes, porque de tanto disparar se calentaban y llegaba un momento que no funcionaban. En las habitaciones preferían las PPK, pequeñas, porque las balas de mucho calibre podían rebotar. Pero las pistolas pequeñas no mataban en el acto a no ser que se fuese preciso, que no era el caso porque para ser capaces de llevar acabo las ejecuciones los verdugos tenían que beber como cosacos, y erraban el tiro. En una fosa con una veintena de crías de unos 16 años el guarda que estaba disparando desde la parte de arriba no le dio a ninguna, de lo borracho que estaba.
Qué espanto.
–Todas y cada una de las personas que trabajaban en los campos o en los pelotones de ejecución eran voluntarias. Nunca se obligó a nadie a participar. Si decidían que no podían seguir paraban y no había castigo. No tenemos ni un solo testimonio del personal de las SS que fuera castigado por eso.
Todo genera la perturbación de hasta dónde el alma humano puede asalvajarse de esa manera.
–Pegarle un tiro a un crío de 8 años a 20 centímetros es tan inhumano que a todos los verdugos les afectaba. Incluso el más decididamente nacionalsocialista tenía que beber mucho, porque de otra manera era imposible hacer ese tipo de cosas. Entonces, ¿por qué las hacían? Porque la alternativa era irse al frente soviético, donde la tasa de mortalidad en una unidad de infantería de las SS a partir de 1943 era del 85%. En estos sitios de ejecución vivían muy bien y además se estaban haciendo de oro, porque ¿qué no te ofrece cualquier persona detenida en un bloque de viviendas por salvar a los hijos? Diamantes, oro... todo eso mantenía a esas personas de voluntarios. Eran muy conscientes de lo que estaban haciendo.
Y luego quienes se dedicaban post mortem a sacar el oro de los dientes, utilizar el pelo para la industria, cortar miembros... No hay palabras.
–Hay una foto en el libro que hace pensar sobre esto (una caja de madera repleta de alianzas matrimoniales). Obviamente nadie las llevaba puestas en los campos. Estaban dentro de los cuerpos. Así que cada cuerpo tenía que ser abierto en canal y examinado. Esto lo hacían prisioneros de guerra, la mayoría judíos.
“Para un proceso de ejecución estándar, por ejemplo a lo largo de toda la noche, cada verdugo necesitaba entre 11 y 17 pistolas diferentes”
Se suele hablar de la responsabilidad del conjunto del pueblo alemán.
–Muchos alemanes negaron saber nada de los campos. Eran 42.000 instalaciones. ¿Cómo no podían saber nada? Eran 40 millones de personas esclavas. Una de las principales fuentes de financiación de los campos era el alquiler de trabajo. Alquilaban a estas personas a fábricas, iban a trabajar y volvían. Todos los días salían cientos, si no miles de personas, a trabajar, en las condiciones físicas en las que estaban. Por supuesto que se sabía. He entrevistado a bastantes soldados americanos, algunos de ellos liberaron los campos. Tuve la oportunidad de conocer a muchos. Nos decían que en cuanto empezaron a liberar los primeros, enseguida descubrieron dónde estaban otros por el olor. Los campos grandes los olían a 40 millas. En Birkenau, por ejemplo, la cremación era de 4.000 cuerpos al día. Es de imaginar las columnas de humo que eso generaba y la ceniza. Ahora, es verdad que no sabrían probablemente el detalle, por ejemplo que a los bebés los quemaban vivos. Además la represión fue feroz, de forma que no eran solo judíos y minorías los que estaban en los campos, había oposición política, comunistas y socialistas que tenían familia.
¿Cómo cree que ha asumido Alemania la responsabilidad o corresponsabilidad de esa sociedad? Se trata de un trauma colectivo...
–Hay muchas personas que tienen auténticos problemas sabiendo que son descendientes de gente que participó de una manera u otra en ese horror. Y personas muy satisfechas por saber que sus antepasados fueron represaliados porque se opusieron a estos horrores. Alemania ha sido desnazificada, en parte, pero la primera generación que pidió perdón activamente lo hizo en los años setenta, diez años después del juicio de Eichmann. Es decir, fueron los hijos de aquellos que participaron en estos horrores. Una persona que nació y se educó en ese cultivo ideológico del nazismo nunca dejó de serlo.
De haberse prolongado la guerra, no digamos de haber salido victorioso el nazismo, no sé de qué estaríamos hablando.
–Buff, pues imagínese. Si no hubiera sido así habrían acabado completamente con cualquier minoría, no solo los judíos. Se suele preguntar cómo es posible que el Estado de Israel esté haciendo lo que está haciendo en Gaza y en Cisjordania.
¿Es el ejemplo del maltratado que un día se vuelve maltratador?
–Más que eso. En 12 años en Europa se mató de esta manera a 17 millones de habitantes, civiles en su mayoría. Muchos más murieron en la guerra. Los supervivientes llegaron a lo que es hoy el Estado de Israel, a Palestina, y entre ellos había de todo. Odio visceral en algunos; la violencia genera violencia, y desde un principio en lo que a día de hoy se llama sionismo, hubo muy diferentes ramas, algunas con un vínculo con la extrema derecha impregnada de una religiosidad bastante fanática actuando desde el primer día. Y eso explica, por supuesto, la situación actual.
Que el mal dure tanto ya es en sí terrible.
–Sí, cuesta muchísimo darle la vuelta. Esto sigue generando ondas de violencia que se van transmitiendo y no necesariamente van perdiendo fuerza como hemos visto. El problema es la lectura que se hace de esto.
¿En qué sentido?
–Que yo haya visto nunca a Hitler se le ha llamado europeo. Hitler no es europeo, es nazi. Pero esto ocurrió en Europa. Alemania era una potencia europea. y Palestina una colonia europea. y se generó ese caldo de cultivo horrible que dio lugar a lo que tenemos hoy día. Europa tiene una responsabilidad, la que sea, pero no la leo en ninguna parte, y sin embargo sí se culpa al pueblo judío, erróneamente, de lo que está haciendo un Gobierno, el de Netanyahu. Y hay que saber diferenciar las cosas, el Gobierno de un país, el país, y el pueblo. Tenemos en Navarra el ejemplo clarísimo del 36 al 39, donde se fusiló a 3.600 personas, y no se me ocurriría decir que el responsable de esto es el pueblo navarro.
“Las personas que trabajaban en los campos o en los pelotones de ejecución eran voluntarias. Nunca se obligó a nadie a participar”
Lo mismo que los gazatíes y Hamás...
–Exactamente, se habla de los palestinos como si fueran todos los que fueron capaces de hacer aquello (el 7-O). Hay que definir y reenfocar estas cosas. Europa tiene una deuda clarísima con respecto a palestinos, judíos, pero también con respecto a lo que ha ocurrido durante 200 años de colonialismo, imperialismo y opresión de todos los colores. La inmensa mayoría de las campañas de genocidio de los últimos siglos han germinado en Europa. A día de hoy hay un antisemitismo cabalgante. Cuidado, no se puede caer tampoco en que criticar o llevar a juicio lo que está ocurriendo en Gaza y Cisjordania, que es genocidio, sea antisemita.
Me quiere contar algo de un superviviente que usted conoce.
–Llamémosle Mk. Vive en Reno. Padeció una historia tan atroz... Una de sus anécdotas es muy representativa de lo que fue el Holocausto. Él tendría 8 años, dormía en un establo y trabajaba todos los días desde las 6 de la mañana a las 6 de la tarde. Una persona lo tenía detenido en su casa utilizándolo como mano de obra esclava. El crío tenía que ponerse de pie todos los días a las 6 de la mañana. El dueño soltaba a dos pastores alemanes y le mordían. Mk me enseñó las marcas que aún tiene en la entrepierna, completamente deshecha de los mordiscos de los perros. Si lloraba, lo amenazaba con devolverlo al campo de concentración, lo cual era una muerte segura.
Entonces...
–Tenía que estar de pie, dejándole que lo mordieran sin llorar. Todos los días. Una o dos semanas después, uno de los perros ya no le mordió, ya le conocía. El niño se fue a trabajar y cuando volvió al lecho donde dormía se encontró al perro abierto en canal y el alemán le dijo: Esto lo he hecho porque este perro no ha mordido a un judío. Lo peor de la historia vino después, el hoy superviviente me dijo que estuvo toda la noche llorando porque habían matado a su único amigo (se le resquebraja la voz), que era ese perro que no le había querido morder.
No me extraña que se emocione...
–En ese momento cuando me lo contó nos pusimos a llorar. Es un hombre que habla nueve idiomas y no sabe escribir, y no le dijo nada a su mujer hasta cumplidos los 78 años.
Otro entrevistado le sorprendió.
–Fue en 2023. Le pregunté cómo dormían y me dijo que como troncos. Trabajaban de 12 a 15 horas al día y apenas comían, así que caían rendidos. Eso estaba pensado para matarte. Solo dormían 4 horas. Me dejó helado cómo me lo dijo. Joder, aquí viene algo, pensé... Y él prosiguió: sí claro, porque si dormíamos más de cuatro horas el compañero que tenías al lado te comía vivo... Y era así, estuve viendo testimonios de canibalismo y fueron una barbaridad. Lo que pasa es que eso no se cuenta. Es parte del desenfoque existente.
Por la vergüenza, ¿no?
–Claro, claro. Fue horroroso, si a eso le añades los olores... cuando una persona iba a ser fusilada vomitaba, se hacían todo encima... reacciones normales, orgánicas, y los gritos...
Todo este trabajo lo ha hecho por un sentido del deber histórico.
–Sí, y por motivaciones personales, vengo de una familia de cinco exilios, lo que supuso cinco incautaciones de todas las propiedades, presos y fusilados... Lo he hecho también por todos los supervivientes del Holocausto que he conocido. Todos ellos me dijeron que esto tenía que escribirlo, que era importante recordar, y eso es de lo poco que te hace sentirte bien.