EL 21 de marzo de 2021, Marta Bergaretxe, madre de Pertur, exhaló su último aliento sin haber visto cumplido el deseo de saber las circunstancias en que su hijo fue asesinado 45 años atrás. Y no fue porque ella, el resto de la familia y los amigos de Eduardo Moreno no hubieran intentado llegar a la verdad por tierra, mar y aire.

Sus esfuerzos, que fueron acompañados incluso de una detalladísima investigación judicial promovida por el magistrado Fernando Andreu entre 2008 y 2012, chocaron una y otra vez con el “manto de silencio” que da título a la crónica novelada de Iñaki Martínez.

Como también atestiguó un exhaustivo informe realizado en 2017 por la Cátedra de Derechos Humanos y Poderes Públicos de la UPV/EHU a instancias del Gobierno vasco, pese a la multitud de testimonios, no es posible establecer una verdad fidedigna más allá de la evidencia de su desaparición el 23 de julio de 1976.

Dos teorías

A lo largo de todo este tiempo, se han manejado dos teorías sobre lo sucedido. La que más balsámica resulta a quienes apuestan por una memoria cómoda es la que apunta a grupúsculos de extrema derecha actuando bajo el amparo o directamente a las órdenes del Estado español.

Sería verosímil a la vista de la larga lista de víctimas causadas por la guerra sucia alentada desde las cloacas de Interior.

Sin embargo, el resto de las circunstancias son más que endebles.

Para empezar, las dos reivindicaciones de estos grupos –AAA y BVE– no merecen credibilidad. Ambas fueron telefónicas y se produjeron solo después de que se hiciera pública la desaparición de Pertur.

En cuanto a la vía del neofascismo italiano, aunque se antoje muy conveniente y hasta con su punto exótico, lo cierto es que descarrila a la mínima pesquisa seria.

Así las cosas, la mayor parte de indicios otorga más peso a la idea de que, como ha ocurrido tantas veces en la historia de ETA, Eduardo Moreno fuera eliminado por sus propios compañeros.

Más allá del dato nada anecdótico de que las dos últimas personas a las que se vio con él fueran Apala y Pakito, sus enemigos acérrimos en la dirección de la organización, los precedentes evidencian que el joven ideólogo posibilista se había convertido en el mayor obstáculo para el sector de los polimilis que quería seguir matando, secuestrando y extorsionando en el postfranquismo.

“Liquidacionista”

Su apuesta por la vía exclusivamente política tras la muerte del dictador ya le había supuesto estar en la diana de los llamados Komando bereziak, recalcitrantes partidarios de la violencia que no tuvieron empacho, por ejemplo, en asesinar al empresario demócrata y euskaltzale Ángel Berazadi, provocando un enorme rechazo en la base social e intelectual abertzale y antifranquista. En la terminología que se seguiría utilizando muchas veces, Eduardo fue tildado de liquidacionista.

La denuncia sin fisuras del crimen hizo a Pertur todavía más peligroso para los que querían “seguir tirando de hierro”. La inquina se materializó en un secuestro domiciliario cuando se celebraba la conferencia de cuadros para preparar la séptima asamblea de ETA-pm. Para muchos, ese episodio fue el ensayo general para su eliminación definitiva. Quien sabe si fue así guarda silencio.

"Esos bestias"

Un mal presentimiento

Apenas dos semanas antes de su desaparición, Eduardo Moreno escribió a su pareja, Lourdes Auzmendi, una carta que resultaría premonitoria. En ella denunciaba que “esos bestias han creado un clima tal en la organización que ETA no es un colectivo revolucionario, sino un Estado-policía, donde cada uno sospecha del vecino y éste del otro”. En otra parte significativa del texto expresaba el temor a la eliminación física “a través de sucias maniobras en nombre de la disciplina”.