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Pablo Oñate RubalcabaCatedrático en Ciencia Política de la Universitat de València

Pablo Oñate: “Las redes sociales tienen el peligro del sectarismo y la radicalización”

Recuerda la pluralidad de nuestras sociedades como un planteamiento democrático básico, y analiza el papel de las redes sociales o del espectáculo en el consumo y divulgación de ideas políticas

Pablo Oñate: “Las redes sociales tienen el peligro del sectarismo y la radicalización”Iñaki Porto

Pablo Oñate (Oviedo 1966), Premio Nacional de Sociología y Ciencia Política Política 2024, estuvo presente el pasado martes en la UPNA en la apertura de curso del instituto I-COMMUNITAS, en un diálogo sobre el momento de la democracia cuando se aproxima el 50 aniversario de la muerte de Franco. De padres vascos, su currículum como investigador, consultor y académico es enorme y su discurso claro e interesante.

Se busca una ciudadanía conectada pero hay movilizaciones que no construyen democracia.

–Efectivamente, tiene que haber una ciudadanía implicada en la política. Eso permite una rendición de cuentas, exigiendo responsabilidades a los políticos. Nuestra ciudadanía hoy está más movilizada que en otras épocas, en la que estaba adormecida. Ese interés no siempre se traduce en una movilización digamos positiva, sino en buena medida de una población hastiada que protesta de manera poco cultivada, con actitudes críticas al sistema político de manera muy gruesa, y el consiguiente voto a líderes y partidos que defienden unas ideas autocráticas, no democráticas.

Nuestra mirada a la política está sacudida por la dinámica de las redes sociales.

–Sin duda. Son un instrumento, igual que el cine, la radio y la televisión, que transformaron la comunicación política y la manera de adquirir información. Pueden ser enormemente útiles para la participación, la información y la movilización ciudadana, pero en muchas ocasiones tienen un impacto negativo fomentando las burbujas y la ‘guetización’ de la comunicación política. Así los ciudadanos ya no se exponen a un debate público o intercambio de opiniones, sino que pasan a formar parte de una comunidad digital de personas que piensan igual, y eso refuerza actitudes radicales sin contrastar. Las redes sociales acaban muchas veces polarizando sin análisis crítico ni ánimo de construir consensuadamente soluciones en sociedades plurales como las nuestras. Las redes tienen ese peligro y condicionan enormemente la manera en que la gente se informa, de una forma sectaria, parcial, radicalizada y acrítica.

Eso también incluye nuestra mirada sobre los poderes.

–El incremento de la polarización es un fenómeno planetario, igual que el populismo. Conduce a que buena parte de los ciudadanos acaben erosionando el contenido democrático y los derechos y garantías. En su enfado o hastío acaban entendiendo que quien no está de acuerdo con su postura muy radicalizada no son demócratas, y no merecen participar en el debate. No tienen adversarios, sino enemigos. Y como tales, los aniquilan en el debate público. Esos ciudadanos no van a construir democracia. Si se pasa por encima de la diversidad real, de la necesidad de encontrar puntos comunes o acuerdos, a la batalla por imponer decisiones o un modo de entender la realidad social, esa ciudadanía no se está comportando democráticamente. Los niveles de polarización afectiva son altos; los ciudadanos que compran ese discurso populista polarizante erosionan las instituciones democráticas que están ahí precisamente para garantizar ese pluralismo, ese respeto a las minorías, garantías que permiten que podamos todos vivir en comunidad aportando y defendiendo nuestro punto de vista.

La captación de votos está en alimentar esa dinámica.

–Prima una tendencia de radicalismo y polarización que da réditos electorales. Un líder político que aparezca como moderado y tendente al acuerdo, reconociendo virtudes al adversario, parece débil. La dinámica contemporánea en España y fuera lleva radicalizarse, insultar o montar una bronca. Eso en el fondo no beneficia a la democracia.

A veces criticamos a los militantes de los partidos como si estuvieran abducidos. La propia política ha perdido prestigio.

–Esa manera de entender la democracia como una batalla erosiona las instituciones y la propia democracia. Alguien que se afilie a un partido me merece mucho respeto, sea cual sea ese partido, porque es una ciudadana o ciudadano implicado hasta ese punto. Todo mi respeto. El problema es el rechazo frontal. En una sociedad plural hay personas en mi línea política y personas en la opuesta. Y eso enriquece la democracia.

Pero están los dispuestos a bajar la calidad democrática.

–Hay líderes y partidos que lo fomentan. Desde Trump, ejemplo clarísimo, hasta otros tantos líderes en el continente europeo, que aprovechan ese enfado y frustración de la gente, ese deterioro de las condiciones vitales y materiales de buena parte de la población. Hay líderes que ofrecen soluciones gruesas, bastas, groseras, pero que aparentemente son eficaces. Esa ciudadanía se apunta y acepta acríticamente que se limiten derechos.

Además nos gusta mucho el espectáculo. Antes la política era mucho más sobria, con menos imagen.

–La comunicación política desde los años noventa se ha convertido en un espectáculo y se hace infotainment, mezcla de información y entretenimiento. La gente prefiere informarse en programas de entretenimiento. Y para espectáculo, qué mejor que alguien que un histriónico que diga barbaridades y dé un golpe sobre la mesa y tenga actitudes radicales, lo que atrae mucho mejor porque se comenta. En eso se ha convertido la política y la comunicación política. En el modelo de Fox News, presente en nuestras sociedades. En España se da con especial avidez ese tratamiento como un ámbito poco sosegado donde no haya análisis, y no se trate de escuchar al adversario a ver qué propone y en qué podemos hallar puntos de encuentro, sino más bien un dime de qué se trata que me opongo. Porque ya de entrada me opongo a todo lo hago que me propongas, porque tú líder es un corrupto o porque tu partido no merece estar en el Parlamento y habría que prohibirlo... Rechazamos la posibilidad de una comunicación política de diálogo, de entendimiento y de comprensión y eventualmente de colaboración. Y en último término, para eso está la democracia, para que los ciudadanos decidan si más esto o más lo otro, y cuando no hay mayorías absolutas la necesidad de un entendimiento.

¿Cómo volver a conectar a la ciudadanía o intentarlo desde un necesario cuidado del clima democrático?

–Algunas propuestas van en la línea de tratar de rebajar la crispación y la polarización radical creciente, y exigir a los líderes políticos que en lugar de sumarse al carro de los beneficios electorales a corto plazo, aislar a esos que polarizan y radicalizan practicando una democracia del entendimiento. Otros en cambio sugieren que hay que polarizar más pero en otras dimensiones. Si el debate es sobre los inmigrantes, polaricemos pero en un sentido distinto, con alternativas de políticas públicas no haciendo el caldo gordo a esos que quieren polarizar la sociedad en dos bandos totalmente distintos, estrategia de ese populismo polarizante: tratar de dividir a la sociedad en nosotros versus ellos.

Alguien dirá que esa polarización es asimétrica o que hay espacios que no caben dejar al oponente.

–Tenemos el problema de que la política contemporánea es acelerada y del muy corto plazo. Y no se levanta la vista mirando hacia el futuro, sobre una sociedad con una serie de problemas muy graves en busca de algún acuerdo. Se puede hablar, debatir, ceder, reconocer que el adversario tiene razón en cosas. Esa práctica que debería incrementarse para mantener el régimen democrático.

¿Una reforma del Senado aportaría un beneficio a nuestro sistema?

–Yo creo que sí. España necesita de manera imprescindible no solo esa, sino algunas reformas constitucionales. El Senado se estaba creando en 1977 cuando no existían todavía las comunidades autónomas. España es uno de los países más descentralizados del mundo, y en cambio tiene un Senado, la cámara territorial, que no responde en absoluto a la estructura territorial. Debería ser una de la s primeras instituciones que se tendrían que modificar. El problema es que abrir la reforma pueda plantearse cualquier disparate en este nivel de polarización. El Senado se utiliza como un instrumento más de agresión en la política cotidiana, como munición contra el Gobierno y su mayoría en el Congreso. Eso es una mala utilización de las instituciones, por la manera en la que está diseñado el Senado, con diseño preautonómico. Esa reforma sería urgente, pero quienes tienen que hacerla están más entretenidos en hacer esa guerra de guerrillas o en lugar de levantar la vista hacia el horizonte. Ahí tenemos el ejemplo del Bundesrat alemán, y funciona perfectamente, con unas actitudes distintas, colaborativas.