“Lo que pasó la semana pasada en Pamplona no tiene nada que ver con el terrorismo, pero sí con violencia”
Responsable de investigación del Memorial de las Víctimas del terrorismo situado en Gasteiz, participó en la XXIII Jornada Anual de Covite celebrada en Pamplona
Gaizka Fernández Soldevilla (Bilbao, 1981) ha centrado su oficio de historiador especializándose en la memoria sobre el terrorismo. Reflexivo y comunicativo, fue una de las voces de la jornada organizada por Covite el pasado miércoles en Iruña.
“¿Cómo recordar a las víctimas que también fueron victimarios?”. Usted intervino en esa mesa redonda.
–Personas que ejercieron violencia política material o intelectualmente en algún momento de su trayectoria y luego sufrieron un acto de violencia ilegítima que acaba con su vida. Son personajes extraordianariamente complejos. La cuestión es si recordarlos como los demás, en el mismo saco... Es un debate desde 2009 todavía no resuelto.
Concluyendo que ambas cosas estuvieron mal ya lo tendríamos...
–El problema es que hay grupos que obvian una parte. Por ejemplo, Carrero Blanco tiene una calle y un monumento en Santoña por víctima de ETA, obviando que antes era presidente de la dictadura franquista. O Melitón Manzanas o Txiki y Otaegi...
Está también la frontera entre la dictadura y el proceso democrático.
–Es una justificación de la propia historia de ETA. Pero el 5% de sus víctimas fueron en dictadura y el 95% en democracia. ETA no fue una organización que nació contra Franco, fue otra cosa. Si no, en el 77 se hubiese disuelto.
Covite abordó ‘la socialización del sufrimiento’ 30 años después. ¿Esta expresión tuvo una autoría o se dedujo de aquella estrategia miserable de ETA?
–Hay muchas declaraciones de portavoces de HB de esa época que si bien no decían ‘socialización del sufrimiento’ sí hablaron de expandirlo. No estaba el término exacto, pero sí la idea. No sé quién fue la persona concreta que puso el término. Quizás un periodista sintetizó algo que ya estaba claramente en el discurso de Herri Batasuna. Floren Aoiz y otros portavoces decían las mismas frases y papeles de ETA anteriores, ya hablaban de que matar a guardias civiles y policías ya no hacía daño, y que cada vez que un político viese a otro en una caja de pino entenderían lo que era el sufrir. Políticos, periodistas, profesores... eran objetivos más fáciles de matar, y hacía más daño, porque tenían mucha más repercusión mediática.
Y fue el comienzo del fin.
–Yo creo que fue la última gran apuesta de ETA. En el 92 cayó la cúpula en Bidart, después volvió a detener a los sucesores de dicha cúpula. ETA estaba en un momento muy crítico, y fue la primera vez en que tuvo miedo de poder ser derrotada. Y los resultados de Herri Batasuna estaban en declive. Después se intentaría el frente abertzale, que dio lugar al pacto de Estella. Fue un cambio de estrategia que a nivel electoral funcionó.
Y ello dejó un mensaje.
–Que el propio electorado de la izquierda abertzale no quería atentados, un mensaje muy duro para ETA, porque dicho electorado premiaba cuando no mataba y castigaba cuando mataba. La extensión de los atentados para doblegar al Gobierno no funcionó y consiguieron que la sociedad vasca y navarra saliese más a la calle a protestar. Con manifestaciones masivas.
¿Qué le llevó a especializarse en un asunto tan cargado de sufrimiento?
–Yo empecé estudiando a Euskadiko Ezkerra, que comienza en ETA y acaba en el PSOE, y cómo los polimilis dejaron de matar. La cuestión de fondo era el gran problema latente en la Euskadi en la que crecí. Como en Sicilia en época de la mafia. Se normalizaban los avisos de bomba, que hubiese gente con escolta, vecinos que se tenían que ir... Todo eso lo veíamos como rutina porque no queríamos mirar. Me empecé a hacer preguntas, salí de Euskadi y me di cuenta de que no en todas partes al hablar de política se bajaba la voz, ni había ese miedo. El problema no se estaba estudiando en el mundo universitario. Hoy día en cambio muchas personas están estudiando ETA desde el punto de vista histórico, sociológico, politológico.
¿Hay riesgo al recordar de vernos como una sociedad peor que otras?
–En todas las sociedades con violencia traumática hay una adaptación de no ver ni escuchar para hacer una vida normal. De ahí el silencio, el hacer como que no pasaba nada, porque si no era imposible vivir. Cuando hablan de que nuestra sociedad estaba enferma siempre me parece ofensivo. Porque había que aguantar la presión diaria, sacar adelante una familia, con un miedo importantísimo interiorizado. Por ejemplo, no hablar abiertamente de política con un desconocido. La sociedad vasca tenía que adaptarse a un problema incapaz de gestionarlo. El asunto es que en la época pos-ETA tampoco hemos sabido gestionar su memoria.
No hay semana que no se aluda a ETA. ¿Salvo en la juventud, de natural desmemoriada, no hay olvido?
–En el Memorial preguntamos hace años a la sociedad qué teníamos que hacer con la memoria de ETA. Básicamente la mitad dijo que había que pasar página y la otra mitad que había que recordar. No creo que sea tan universal el recuerdo, hay una división sobre qué hacer con ese pasado sucio. Igual que pasó con la guerra civil o con otros momentos traumáticos. El problema realmente son los jóvenes, ETA está en el debate de los políticos, pero en las familias no hablan de eso. En muchísimas escuelas tampoco.
¿Ignorancia juvenil sobre ETA o sobre casi todo?
–Sobre la historia reciente, sobre Suárez o la guerra civil. Pero nuestro negociado es ETA. Para olvidar tienes que saber, hay un desconocimiento bastante notable. Y la historia reciente permite entender miles de cosas para moverte por el mundo.
Llegará un día sin apenas presos de ETA en las cárceles. ¿Eso tendrá consecuencias en Sortu o en GKS?
–GKS es una escisión comunista ortodoxa. EH Bildu está evolucionando hacia la socialdemocracia, hacia una izquierda pragmática institucional, GKS es una vuelta atrás. No creo que GKS añore o tenga un especial vínculo con ETA. Creo que no rechazan la violencia política pero no veo una añoranza o nostalgia de ETA.
¿Y cómo ve el horizonte?
–Hice la tesis doctoral sobre Euskadiko Ezkerra. Estaba vinculada a ETA Político Militar, mataban los polimilis, EE hacía política y la autodisolución tuvo muchas contradicciones. Yo en Bildu veo algunas de estas contradicciones. Es una coalición que está apoyando Presupuestos Generales del Estado, aceptando la vía institucional, participando en todas las instituciones públicas y tiene aspiración a poder, a gobernar, lo cual es legítimo. Pero a la vez de ese cambio pragmático y más socialdemócrata, no es capaz de cortar con su pasado, y en parte por los presos, tiene como un pie en cada lado. Cuando ya no estén en la cárcel y no haya ese ancla, es muy probable que la evolución vaya más rápida. Que Bildu tenga una cadena menos y pueda actuar con más libertad. Es una hipótesis.
Hablando de inteligencia y de no repetición. ¿Hasta qué punto cabe colaborar para que EH Bildu confirme esta evolución política?
–Como ciudadano me gustaría que el resto de partidos presionasen en esa dirección. Si Bildu va evolucionando ahí hay que ayudarle y presionar para que deje los pasos atrás y vaya hacia adelante, y corte cada vez más con su pasado. Se tiene que empujar, nos compete a los políticos y al resto de la sociedad, con exigencias, pero ayudarles. Respecto a la posibilidad de una disidencia armada o algún rebrote de violencia, lo que pasó la semana pasada en Pamplona no tiene nada que ver con el terrorismo, pero sí con violencia. Hay un sector escindido de jóvenes muy radicalizados, que no ven con rechazo la violencia política. Eso está pasando en otras partes con la ultraderecha. Hay una nueva generación de europeos que tienen menos confianza en la democracia, y más tendencia a opciones autoritarias que estaban descartadas. La concreción en el País Vasconavarro es esta. Es peligrosísimo. para nuestra sociedad pequeñita y para el conjunto de Europa. ¿Qué hacer contra eso? Políticas de prevención.
ETA está en la agenda más como arma arrojadiza. Un fracaso.
–Los grandes consensos de partir del 2000 o de antes ya no existen.
Qué paradoja, en los peores tiempos había más vertebración.
–Ha ocurrido lo mismo con la Guerra Civil, en la Transición había un acuerdo de no volver a eso y hoy día ha vuelto a ser arma arrojadiza. Es un problema grave utilizar cualquier cosa instrumentalmente contra el otro en vez de llegar a acuerdos. Hemos pasado de los consensos de la Transición a la de polarización completa de hoy día. Eso es muy peligroso, porque estás abriendo abismos en una sociedad democrática y plural en la que la gente es diferente, y hay que llegar a ciertos acuerdos.
Se denuncia un doble baremo de medir a las víctimas del terrorismo. Aquí Consuelo Ordóñez no deja indiferente a nadie.
–Lo hace muy bien. Me recuerda en otro tono a lo que decía el filósofo Reyes Mate, que si uno reconoce a una víctima tiene que reconocer a todas. En una ética universal todas las víctimas de la misma manera, ya sean del GAL, de la Triple A, del Batallón Vasco Español, del yihadismo, de los GRAPO o de ETA. El Memorial está hecho para eso, incluimos a todas. No se puede diferenciar, según quién te mató no eres más o menos víctima. La única diferencia está en los casos victimarios víctimas, que hay que explicar las dos partes de su historia.
¿Y qué pasa cuando considera que hay víctimas que se equivocan?
–Tenemos el error a menudo de tomar a las asociaciones como representantes de todas las víctimas. La mayor parte no está en ellas, el colectivo es muy plural, con opiniones muy diferentes. El error es creer que alguien puede representar a todas, que unas voces son válidas y el resto no, actuar al dictado de unas o sin escuchar a ninguna. Hay que escuchar a todas las víctimas. Pero desde mi punto de vista no deben determinar las políticas de memoria. Las instituciones tienen que escuchar su voz, pero no por qué seguir exactamente ese camino, pues tienen que tener otros criterios, más objetivos, científicos o académicos. Son una voz moral que puede inspirar, pero no determinar.
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