Vicente Huici Urmeneta (Pamplona-Iruña, 1955), sociólogo, neuropsicólogo y escritor, publica ‘1978’, un recorrido de noticias y peripecias vitales a lo largo de aquel año. Periplo editado por Pamiela que ilustra la dureza y dificultad de ese tiempo. Huici, que tiene un blog dentro del portal de Deia, ha presentado su libro tanto en Bilbao como en Pamplona.

El año 78 fue importante colectiva y personalmente. Y de unos apuntes de entonces ha hecho un libro. 

–Durante la pandemia revisé me encontré con un manuscrito original mío, y seguí el mismo procedimiento que el escritor Josep Pla cuando rehizo su obra más conocida, El cuaderno gris. Cogió un original de entre 1918 y 1919, lo fue revisando, reescribiéndolo y narrativizándolo, y lo publicó en 1966. Ese s el modelo, para que más allá de la dimensión documental del libro como testimonio personal y subjetivo, fuera narrativamente atractivo, y se pudiera leer con cierta holgura sin ser pesado ni reiterativo.

Usted en el 78 vivía en Madrid, con unas circunstancias personales llamativas, terminando la mili.

–Yo había estado ya en Madrid en reuniones de una revista teórica que había salido en el 76, que se llamaba El Cárabo, similar entonces a Sistema, pero la nuestra era del PCE hacia la izquierda...

Con gente como Joaquín Estefanía, Jon Juaristi...

–O Gabriel Albiac, que entonces no eran tan conocidos, pero que luego sí lo fueron mucho. Me llevaban unos cuantos años, y suponía un lujazo, porque eran intelectual y literariamente muy buenos, como se ha demostrado, y para mí fue una auténtica escuela. Aparte de escribir algunas cosas con seudónimo por mi condición militar, leía todo lo que ellos me pasaban, y en la medida de mis posibilidades daba mi opinión. Tuve mucha suerte porque llegué al servicio militar a Leganés, y me encontré con un capitán de la compañía cuyo objetivo fundamental era que la gente analfabeta o que no tenía estudios por lo menos sacara el graduado escolar. Y como entonces yo era maestro, coincidí con él absolutamente viendo la situación con gente que no entendía casi nada de lo que pasaba más allá del cuartel. Hicimos un equipo, curiosamente.

“Que matasen de un tiro en la frente a Germán, quien había compartido pupitre conmigo, fue algo absolutamente brutal”

Pero para nada es un libro ensalzador de la mili. Su vida tenía otro enfoque sociopolítico y cultural.

–Sí, porque a las dos de la tarde me marchaba del cuartel, tras cumplir con mi misión como maestro, y volvía a un piso en Torres Blancas donde vivía con gente de Pamplona. En el libro sobre todo aparece Javier Iriarte, un hombre muy culto y animoso que me paseaba por Madrid junto con dos colegas de El Cárabo. Era una inmersión en plena Transición, donde empezaban a hacerse presentaciones de libros hasta entonces prohibidos, películas que no se habían podido ver, reuniones, manifestaciones feministas y de grupos LGTBI, las fiestas de los barrios y los preámbulos de La Movida. Junto a ello, los cambios políticos que se estaban generando, que conllevaron una violencia inusitada, porque ahora parece que todo aquello fue un proceso muy pacífico. Yo el recuerdo que tengo es el contrario: fue muy violento.

Si por algo recordamos el 78 es por sus Sanfermines reventados y por la Constitución. Germán había sido compañero suyo en el colegio.

–Sí, muy próximo, porque él vivía en la calle García Castañón y yo en Sancho el Mayor e íbamos juntos a Maristas. Hicimos buenas migas, estuvimos en un grupo de teatro y cuando ya cada uno inició su vida universitaria y su militancia política, él formó parte de la Liga Comunista y yo, no tanto por afinidad ideológica, sino por mi cuadrilla, entré en ese mundo entonces muy potente de la ORT.

Y le mataron un 8 de julio.

–Fue un golpe muy duro, que maten de un tiro en la frente a quien ha compartido contigo pupitre es algo absolutamente brutal. Asimismo, en la izquierda se pasó de una reivindicación más o menos republicana a una aceptación de la monarquía, hubo alguna renuncia a la ruptura y apuesta por la reforma desde el mundo institucional. Eso nos supuso a algunos un enorme despiste. Cómo en tan poco tiempo se pudieron producir estas readscripciones políticas y aceptar la propuesta que desde el régimen estaba emergiendo hacia una monarquía más o menos constitucional. Fue también la constatación del precio que hubo que pagar por esa reforma, emblematizada en la muerte de Germán. Y no solo la de él, sino la de muchísima gente que se oponía a ese proceso de reforma. Desde Montejurra 76 fueron continuos los enfrentamientos, detenciones, torturas...

También recuerda el asesinato del periodista José María Portell o el de Aldo Moro en Italia, o la jerga de los milis y polimilis. Se veía que ETA iba a costar mucho sufrimiento.

–Sin duda, hubo una tutela internacional en la medida en que para Estados Unidos era clave que el Estado español se resituara en Europa pero siempre bajo la tutela estadounidense. Por otro lado, en el 78, para mí y para mucha gente ETA formaba parte de la oposición.

“Veía que la intentona de la Operación Galaxia se repetiría. En el cuartel estaban indignadísimos con la legalización del PCE”

Usted dejó la ORT aquel año. Entre maoistas, la ORT, simpatizantes de ETA... en esa izquierda faltaba cultura democrática.

–Exacto, en algún momento del libro lo digo, la política estaba cambiando, habría otras formas de hacerla, y el PSOE iba a coger el capital político que se había generado. Mucha gente de la ORT y del Partido Carlista acabó en el PSOE, y sectores del trotskismo que se vincularon a un partido mayoritario de izquierdas como era el PSOE, que estaba en alza y fue muy promocionado por la socialdemocracia sobre todo alemana. Y todo lo que fue pasando de los polimilis a EIA, de EIA a Euskadiko Ezkerra, y de EE al PSOE, en un proceso que entonces se estaba iniciando. Se configuró el gran bloque de la izquierda más o menos socialdemócrata frente al otro gran bloque se fue configurando de la mano de Manuel Fraga.

En noviembre del 78 se descubrió la Operación Galaxia, y usted vaticinó que repetirían intentona. ¿Tenía esa certeza?

–Absolutamente, lo veía claramente, y además, en la vida del cuartel veía mucha gente descontenta, sobre todo estaban indignadísimos con la legalización del PCE, eso les parecía haber legalizado al demonio. Cosa que me confirmó también mi tío Miguel Javier (Urmeneta), porque él era de una promoción donde estaba ni más ni menos que Iniesta Cano, que había sido jefe de la Guardia Civil.

Madrid y Pamplona son los dos escenarios principales del libro. 

–Frente al hervor cultural e ideológico que había percibido en Madrid y esa dinámica social más activa volví a lo que se llamaba antes ‘provincia’, donde los enfrentamientos eran mucho más crudos. Había un ambiente menos aperturista, más cerrado, aparentemente muy relajado, pero con enfrentamientos continuos y con una especie de violencia subterránea.

“En Pamplona los enfrentamientos eran mucho más crudos que en Madrid. Había un ambiente menos aperturista”

Hubo una quiebra entre un sector pactista del nacionalismo y el mundo de Herri Batasuna.

–Eso es muy interesante, y ha sido objeto ya de análisis. El nacionalismo de mi abuelo Ataulfo o del PNV anterior resultó que no tuvo tanto peso como el de izquierda abertzale que surgió al calor de la industrialización, que trajo a Navarra un tipo de nacionalismo más radical, vinculado a ETA, que en un momento casi fue más relevante que el nacionalismo tradicional.

Acabamos de pasar el 50 aniversario de la muerte de Franco, en 2026 vendrá el de Vitoria y Montejurra. Va a haber mucha conmemoración y discusión.

–Sin duda, el verdadero problema es la puesta en cuestión del sistema democrático, y la defensa de las instituciones democráticas y de un liberalismo en general. Eso puede suponer que la gente se ponga de acuerdo en cosas muy básicas, y se pueda defender lo mínimo: las condiciones de vida política, para que no avance el iliberalismo, el atropello de todo tipo de instituciones.