Unas deliciosas praderas de altura, tapizadas de verde inmaculado, se acurrucan bajo una de las montañas mágicas de la vieja tierra de los vascos. Un pequeño vallecito que se eleva sobre los 1.000 metros de altitud, custodiado por los impresionantes paredones pétreos de Aldamin: se trata de Arimekorta, el sel de las ánimas.
La ruta de hoy invita a descubrir este paraje único, lleno de encantos, de belleza y de historia. Nuestro caminar puede comenzar en el parking del pequeño embalse de Londiagorta, al que se accede por una pendiente pista desde la localidad vizcaína de Zeanuri. Desde el aparcamiento, y dando la espalda al sublime pico Lekanda, una pista cementada de acceso restringido a vehículos, sale frente a nosotros, por la que caminamos decididamente, salvado un par de pronunciadas cuestas. Los paredones del Aldamin vigilan nuestro caminar mientras nos susurran la cercanía del mágico Gorbeia. A nuestra izquierda, el barranco de Lanbreabe, una sobrecogedora y profunda hoya, guarda las viejas historias del basajaun. Por estas tierras se dice que el gran señor del bosque es custodio de algunos árboles, ya que impedía que los hombres los talaran; sobre todo acebos y tejos. El tejo es el árbol sagrado para muchas culturas, entre ellas la nuestra. Para los celtas, era el árbol de la vida y la muerte, profundamente venenoso, a la vez que longevo; lo colocaron en la fecha del Samain, festividad antecesora de Halloween, en su calendario arbóreyo.
FICHA PRÁCTICA
- ACCESO: Hasta el aparcamiento de Londiagorta, llega una pista asfaltada desde la localidad de Zeanuri.
- DISTANCIA: 5 kilómetros.
- DESNIVEL: 300 metros.
- DIFICULTAD: Fácil.
Busquemos algunos de estos árboles únicos, atractivos como pocos. Precisamente en estas praderas, encontramos dos ejemplares espectaculares catalogados como singulares, además de otros muchos, incluso varios de ellos recién plantados. Para llegar a ellos, no tenemos más que continuar en ascenso por la pista, que nos llevará al comienzo del vallecito de Arimekorta. Junto a unas bellas hayas trasmochas, a nuestra izquierda, vemos el refugio de Agiñalde, “junto al tejo” en euskera, y a su vera un precioso ejemplar milenario, clasificado como árbol singular.
Donde descansan las almas
Estamos en un paraje único de esa geografía insólita que tanto nos gusta: Arimekorta. Su propio nombre ya nos habla de su peculiaridad, cercana a lo sagrado, ya que se podría traducir como “sel de las ánimas”. Un sel, korta o saroi en euskera, eran unos recintos circulares, que se lograban talando los árboles para conseguir pastos. Profundamente vinculados a la cultura pastoril de nuestras montañas, su delimitación partía de una piedra colocada en el centro del círculo, y se tomaba un radio que, podía variar según la tipología del sel.
Cuentan que los pastores que pasaban por Arimekorta, lo hacían con la cabeza descubierta en clara actitud de respeto, quizás hacia las ánimas de los antepasados que pueblan el paraje. De hecho, allí se localiza el dolmen de Arimekorta, en el que se localizaron dientes humanos y restos de utensilios de barro. Una impresionante herencia de esa manera peculiar de ver la vida por parte de nuestros antepasados, que reverenciaban los lugares donde estaban enterrados sus ancestros más lejanos en la historia.
La pista no tiene perdida y seguimos ascendiendo en marcada dirección hacia los paredones de Aldamin. Pronto, una ermita llama nuestra atención: es la ermita de Aldamiñape y un poquito más arriba vemos el refugio de Santutxuko Auzo. Sobre él, vemos una pequeña loma conocida como Aldamiñape, a la que subiremos más tarde. Pero, antes, podemos conocer uno de esos pequeños rincones de nuestra montaña que aun conserva su carácter, su esencia milenaria. A la derecha, muy cercana al refugio, encontramos la majada de Aldamiñape, un paraje milenario, testigo mudo de nuestro pasado pastoril, que de alguna misteriosa manera se hace presente en este lugar único. La majada aún conserva los tejados de tepe, antigua herencia de cuando el uso de la teja estaba vetado en las majadas comunales, por significar propiedad. Salpican el paraje unos curiosos monolitos pétreos que asemejan formas imaginativas, misteriosas como la esencia que se respira en este rinconcito. Muy cerquita, a la derecha, queda la cima de Zenigorta, que eleva sus 1.018 metros de altitud. La cima, donde hay una mesa y un refugio, nos regala unas impresionantes vistas sobre Aldamin, Anboto, el cresterío de la Dama, Saibei, o el paraje de Baltzola, incluso las sierra de Aitzkorri y Aralar asoman tímidamente en el horizonte. Abandonamos la montaña para retornar a la majada y seguir decididamente de frente, subiendo la corta cuesta que nos separa de la cumbre de Aldamiñape, de 1.050 metros de altura.
Tras disfrutar de la cumbre, descendemos de nuevo hacia el vallecito de Arimekorta, tomando de nuevo la pista pero abandonándola rápidamente hacia nuestra derecha. Llegamos así a varios refugios, salpicados de bellos ejemplares de tejos o espinos albar. Solo nos queda regresar por el mismo camino que nos ha traído hasta aquí, saboreando cada paso, vagabundeando por las praderas tapizadas de verde, sintiendo la libertad despeinándonos los cabellos,… y el alma.