Con la vitola de ser el grupo nacional que más discos ha vendido en lo que va de siglo, según recordaron en una entrevista con este mismo medio, llegaba a Pamplona La Oreja de Van Gogh para ofrecer un nuevo concierto, esta vez del todo multitudinario, después de los dos llenazos que registraron en Baluarte hace solo unos meses. En el mismísimo ecuador de las fiestas, el domingo, cuando la ciudad se queda "para los de casa" después del masificado trajín de visitantes que supone el fin de semana, se celebró la que para muchos iba a ser la actuación estelar de estos Sanfermines 2022. Y es que, a pesar de llevar más de dos décadas en lo más alto del panorama nacional (e internacional, pues sus éxitos en toda América son enormes, mayores incluso que los que cosechan dentro de nuestras fronteras). Por todo ello, una auténtica multitud se dio cita en la Plaza de los Fueros al término del espectáculo de fuegos artificiales, haciendo que fuese la actuación más concurrida de lo que llevamos de fiestas.
Los donostiarras venían a presentar su nuevo disco, Un susurro en la tormenta. Afortunadamente, el título no fue premonitorio y el clima fue de lo más benévolo, sin rastro de lluvia y con una temperatura muy agradable. Leire y los suyos tenían ganas de conectar con su público y sacarse la espina de su última visita, todavía con restricciones sanitarias a causa de la pandemia. De entrada, Pamplona respondió. Cuando el grupo salió al escenario, no cabía ni un alma, no ya en la plaza, sino tampoco en el césped ni en las barandillas. Se mirara donde se mirara, solo se divisaban caras ilusionadas. Comenzaron con Un par de girasoles, un tema de aroma country perteneciente a su trabajo más reciente, y rápidamente viraron hacia ese pop de melodías resplandecientes con Verano. Si estos temas iniciales fueron bien recibidos, los Fueros se vino abajo, literalmente, con la siguiente dupla: El último vals y París; en esta última, resultaba difícil escuchar la voz de Leire entre el griterío del público. La sonorización, todo hay que decirlo, se quedó muy corta, pero claro, debe ser difícil preparar un concierto para que se escuche con claridad en los laterales e incluso detrás del escenario.
Cuando sonó Durante una mirada, la voz de Xabi fue práctica inaudible, al menos desde la parte en la que yo estaba. Afortunadamente, en los estribillos pisaban el acelerador sonoro y vocal, por lo que el volumen aumentaba. Lo mismo sucedió con Muñeca de trapo, que tiene partes muy oscuras y rockeras. Para los que les achacan frivolidad y falta de compromiso, en la introducción de Sirenas aludieron a la importancia de mantener viva la memoria y de no olvidar jamas a las víctimas del terrorismo. Este es un tema tabú para muchos de nuestros artistas, que, en su gran mayoría, guardan silencio y hacen mutis por el foro cuando toca posicionarse, si no patinan estrepitosamente. Pues allí estuvo el grupo de pop masivo que supuestamente le canta al amor, el sol y las margaritas, dejando clara su postura.
Como si de una etapa del Tour de Francia se tratase, a un puerto elevado le sucedía otra montaña todavía más alta. Rosas fue una de las cimas más elevadas de la jornada y desató la euforia y el delirio del respetable. Entre tanta ascensión, colocaron sabiamente algún llano y alguna bajada para tomar aliente, como Deseos de cosas imposibles y Doblar y comprender, ambas más acústicas y en las que, al menos desde mi posición, se echaron en falta más decibelios.
Conquistados todos los puertos, todavía les quedaba por coronar el cielo de sus seguidores, y al mismísimo firmamento llegaron desde La playa, y en él se instalaron con piezas como Puedes contar conmigo, La niña que llora en tus fiestas (también con mensaje, "para que ninguna niña, por el mero hecho de serlo, tenga que llorar en esta ni en ninguna otra fiesta"), Jueves (a piano y voz y con los coros de miles de personas), Abrázame o, ya en los bises, 20 de enero y Cometas en el cielo, con la que dijeron adiós. Por resumirlo en una sola palabra: arrasaron.