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ESPECIAL SAN FERMÍN 2025

Gregorio Górriz, el atleta "tranquilo" que murió "como un guerrero" en el encierro más sangriento de la historia

Una carrera de Osborne el 9 de julio de 1975 mantiene hoy el récord más negro: un muerto, nueve corneados, dieciséis heridos y un pavoroso montón en la plaza

Gregorio Górriz, el atleta "tranquilo" que murió "como un guerrero" en el encierro más sangriento de la historiaJesús Viguiristi

La del 9 de julio de 1975 fue una “mañana luminosa de un julio espléndido”. Como todos los días de Sanfermines, Gregorio Górriz Sarasa se levantó temprano para ir al encierro. Soltero, de 41 años, vivía en Arazuri con su madre. Hombre “sereno”, “trabajador” –era albañil–, al que “le gustaba el deporte y no era amigo de ir por los bares”, decía su madre.

Cogía la bici y recorría los apenas diez kilómetros que le separaban del meollo de la fiesta, allá donde iba a ponerse delante de los toros. Era un “corredor buenísimo”, experimentado. Un atleta: pese a que ya no era ningún crío mantenía “unas extraordinarias facultades físicas”. Era especialista en los 10.000 metros, competidor de cross y gran fondo. Fue entrenador en el club de atletismo de la Universidad de Navarra. De él decían sus amigos que corría muy cerca de la manada, a tres o cinco metros, y que en más de una ocasión salvó a otros corredores con los quites generosos que le permitían sus piernas de fondista.

Los toros se habían ido rezagando y entraron desordenados al redondel.

Pero nadie pudo salvarle de ser el protagonista del que, ahora que se cumplen 50 años, sigue siendo el encierro más sangriento de todos, con nueve cornadas y dieciséis heridos. Unos toros de Osborne, sustitutos de otros de Ordóñez descartados por falta de trapío, repartieron hachazos de Santo Domingo a la plaza de toros, donde un tapón al final del recorrido puso la amarga guinda a una carrera de pesadilla. 

La muerte de "guerrero" de Gregorio Górriz

Uno de los toros, de nombre Navarrico y capa colorada bragada, mató de un cornadón “al bueno de Gregorio, que murió como un guerrero, en el acto y sin sufrir”, cuenta el doctor Cárlos Chérrez, médico forense, aficionado al toro y estudioso del encierro del 9 de julio de 1975.

Chérrez ha continuado la tradición de otros grandes médicos taurinos, como el doctor Luis del Campo, del que se extraen las primeras citas de este reportaje y que en 1978 utilizó “el rigor científico” para hablar de este encierro. Muchos años después, en 2022, el doctor Chérrez se tomó el trabajo de compilar, con precisión de cirujano, el número de cornadas y heridos de aquel día en un extraordinario artículo firmado en la revista del Club Taurino de Pamplona.

Montón entre el callejón y la plaza de aquel 9 de julio de 1975.

El balance fue el siguiente: un muerto, nueve corneados, dieciséis heridos. Muchos de ellos, ingresados en la misma planta del Hospital de Navarra, que llegó a pasar la factura a alguno de los heridos. “Aquel año se inauguró la UCI del Hospital y eso permitió hablar de menos muertes”, cuenta Chérrez, que añade que aquella mañana de julio, ante semejante cantidad de heridos entre corneados y amontonados, las monjas del hospital y la Policía Armada tuvieron que improvisar un triaje bastante efectivo.

Uno de los amontonados, pero no herido, fue Gabino Polite, hermano de nuestro ya mítico Carlos Polite, que narra en el artículo de Chérrez la angustia del momento. El relato pone los pelos de punta.

Escenas de pavor durante el montón del 9 de julio de 1975.

La peor cornada, la de la muerte, llegó justo al final. No es cierto, asegura Chérrez, que Gregorio fuera corneado al tratar de huir del montón; en realidad, venía delante de tres toros que se habían quedado rezagados y, al entrar por la izquierda, se topa con Navarrico, que lo empitona contra el plano fijo de la pared del callejón. Existían testimonios, claro. El de José Luis Esparza, por ejemplo. Fue mucho después cuando Javier Manero y Fermín Erbiti encontraron una fotografía inédita del momento exacto de la cornada, y que se reproduce en este reportaje. Cuenta Chérrez que Esparza la miró y se quedó atónito: sí, era la escena que él vio, la cornada más triste del encierro más sangriento de la historia, que ahora cumple 50 años.