LA entereza tiene sus límites. Txomin Laffage, el padre de Nagore, no se ha perdido ni una sola de las cinco sesiones celebradas del juicio por el presunto asesinato de su hija. Pero ayer era demasiado. Se levantó de su asiento y abandonó la sala de vistas para quedarse con el recuerdo alegre de aquella niña que le comía a besos. Estaba a punto de proyectarse algo macabro. Sí tomo asiento Raquel, la hermana de Asun Casasola, la misma mujer que tuvo el arrojo de reconocer el cadáver. El hermano de Txomin y cuatro primas de la malograda irundarra también se armaron de valor, sin dejar de mover sus piernas en un tic nervioso.

"Las fotos son impactantes", advierte el juez. Rosario Vizcay, la madre del procesado, también abandona la sala. Su hija no lo hace, pero se coloca tras la columna para no ver la proyección del vídeo en el que se analiza al detalle la descripción de lesiones y la causa de la muerte de Nagore a manos de su hermano. El padre del presunto asesino le coloca el brazo sobre el hombro derecho.

Los forenses ocupan el centro de la sala, se apagan las luces, y comienzan a describir el infierno. "Se hizo un análisis de la temperatura corporal de Nagore que nos permite saber que murió?". La descripción de la brutal agresión acaba de comenzar, y el cuerpo sin vida de la joven, envuelta en bolsas de basura tal y como la encontraron, aparece en la pantalla. Sus primas miran al suelo. José Diego Yllanes, el autor confeso de su muerte, tampoco es capaz de levantar la cabeza. El forense detalla el estudio del cadáver, y su tía Raquel se derrumba.

El rostro desfigurado de Nagore ha quedado congelado en el vídeo, y Diego Yllanes se agarra la cabeza. "¿Se encuentra en condiciones? ¿Va a vomitar?", le pregunta el magistrado. El acusado, que ha tenido algún acceso de náusea, le dice que está bien, que puede continuar. Poco después se vería obligado a tomarse una pastilla para aplacar su ansiedad.

El forense prosigue. "Aquí vemos hematomas en los ojos, hematomas en los labios, mucosa labial por traumatismo, erosiones en la ceja derecha, hematomas por objetos contundentes?". Sigue y sigue con su macabro relato, y a Yllanes comienza entonces a temblarle un pie. "¿Puede decir con qué objeto lo hizo?", le pregunta el fiscal al forense. "Podría haber sido con los puños", responde.

La hermana de Yllanes sigue tras la columna, pero está escuchando todo, al igual que una ex novia del procesado, con quien mantuvo tres años de relación, la misma que había prestado declaración media hora antes de la proyección. "Cuando me pedía mantener relaciones sexuales y yo me negaba, es verdad que al principio insistía un poco, pero si el no era rotundo al final lo admitía", testificó la chica en descargo de Yllanes, con quien dijo mantener todavía una relación de amistad, como demostró al sentarse en la sala junto a la familia del acusado.

Las primas de Nagore se balancean de un modo inconsciente, con ese movimiento pendular que acompaña a las tragedias. "¿Las lesiones fueron con ropa o sin ropa?", prosigue el fiscal. El autor confeso de aquellas heridas sigue cabizbajo, escuchando también los hematomas en extremidades superiores, como en mano y codo izquierdo, que precedieron a la muerte de la joven.

Y el horror continúa, con las imágenes de la amputación del segundo dedo de la mano derecha. Es ya demasiado, y Raquel, la tía de la víctima, vuelve a derrumbarse, al igual que el resto de sus familiares.

Los miembros amputados de Nagore siguen proyectados e Yllanes, sentado frente a la pantalla, no deja de mover el pie derecho.

"Con la venia, señoría. ¿Hubo sangrado?", pregunta el fiscal.

Yllanes comienza a llorar. El forense explica los efectos que provocan el corte con un machete y Raquel, la tía de Nagore, oculta su rostro tras el asiento, secando con sus manos las lágrimas. El fiscal sigue preguntando, y el machete sigue sin aparecer.

Llega después el prolijo relato de las lesiones internas que presentaba el cuerpo de Nagore, del cúmulo de hemorragias en los músculos de su cuello. Una de las primas de la víctima niega con su cabeza. "¿Se apretó fuertemente?", pregunta el fiscal. "Las lesiones internas indican que sí", responde el forense.

Ahora quien se balancea es Raquel, llevando constantemente su mano derecha al cuello, como si quisiera desprender a su malograda sobrina de aquel padecimiento.

Justo en ese instante, al filo de las 12.00 horas, un miembro del jurado se marea. El juez levanta la sesión por unos minutos, y cuando el chico se levanta para tomar aire, pierde el conocimiento y es Miguel Alonso Belza, el abogado de la acusación particular, quien le toma en sus brazos para que no caiga desplomado.

Son cinco días de juicio, un drama interminable recogido en cuatro paredes que comienzan a pasar factura. El miembro del jurado vuelve recuperado media hora después.

Prosigue la sesión. Rosario Vizcay, la madre de Yllanes, ha entrado en la sala. El forense sigue diciendo cómo encontraron el cadáver y, entonces, Rosario cierra los ojos y se tapa la cara.