"Me prostituyo 2 meses; luego me doy asco"
Es uno de los pocos hombres que alquila su cuerpo en Pamplona por sexo. Lo hace "porque quiero y porque es una forma rápida de ganar dinero", no una manera fácil, porque "no todo el mundo está preparado para hacer esto".
habla discretamente al principio. Sabe que vale más por lo que calla, que por lo que cuenta. En medio de la conversación, suena uno de los siete teléfonos móviles que lleva en el bolso. Es un cliente. Lo cita para el final de la entrevista. Pablo (nombre ficticio) ejerce la prostitución en Pamplona desde hace seis años, aunque "no de continuo, sino por rachas temporales solamente. Lo máximo que estoy en el puterío son dos meses seguidos. Después lo dejo porque me siento mal conmigo mismo. Me doy asco", se confiesa.
Es sincero y admite que el dinero es lo que le lleva de regreso a vender sus servicios sexuales, como le ocurre a la mayoría de compañeros y compañeras, aunque niega que sea dinero fácil. "Es muy cansado y no todo el mundo puede hacer esto. Agota mentalmente, porque a veces tienes que hacer cosas y estar con hombres que no te gustaría estar, pero ¿quién puede ganar un sueldo de 1.800 euros en una semana de trabajo? Nadie", se responde él mismo.
Llegó de Sudamérica hace nueve años, "con la idea de estar sólo seis meses, pero me gustó". Ahora suma 34 en su tarjeta de residente. Emigró para trabajar de camarero, aunque también se ha ganado el pan de cada día como gerocultor, en la construcción y "en cualquier empleo que me hayan ofrecido". Su entrada en el mercado del sexo se produjo de mano de una amiga. "Fue ella la que me propuso hacerme cargo de un piso de relax, atender el teléfono, recibir a los clientes, cobrar...". Hasta que un día, desde el otro lado del teléfono le llegó la primera proposición de trabajo. "Un cliente quería estar con una mujer y un hombre a la vez. Acepté con la condición de que él gustara y cuando vino lo hizo, así que nos acostamos. Me pagó bien", recuerda. "Aún sigo con él".
Desde entonces, Pablo dice que han pasado por su alcoba más de 2.000 hombres, recuento que almacena en una libro. Se ríe al confesarlo, carcajada que prolonga cuando afirma que su familia no conoce su realidad profesional. "No, se morirían si lo supieran". Actualmente comparte un piso con seis mujeres en un barrio del centro de Pamplona, en el que debe pagar la mitad de lo que gana acostándose con otros hombres. "Tienes derecho a la comida, pero el desayuno y la cena te lo tienes que pagar", explica.
Pablo asegura que no consume drogas, porque "es un vicio que te lleva todo el dinero que ganas, aunque si lo hiciera, sé que me llevaría mucho más", y cuida de su salud a rajatabla. "Me hago análisis de VIH cada seis meses y siempre obligo a mis clientes a utilizar protección. Si no me cuido yo, nadie me va a cuidar". En ningún caso toma Viagra. "Yo sólo tomo vitaminas, batidos de aguacate, de mango... La alimentación también es muy importante".
Recalca que vende sexo de forma absolutamente libre, pero apunta que en Pamplona hay redes organizadas que "traen a chicas, sobre todo de países del Este, para prostituirse. Les retiran el pasaporte y no se lo devuelven hasta que pagan el dinero". Es el típico modus operandi que se ha descubierto en decenas de tramas desarticuladas en anteriores ocasiones en el resto del Estado y en Navarra. "Tienen varios pisos y las van moviendo por otras ciudades, como San Sebastián, Santander, Lugo... Si no funcionan bien, las amenazan, también a sus familias, y pueden llegar a darles una paliza, como le pasó hace poco a una chica rumana, que ahora mismo está ingresada en el hospital".
dinero exprés No cree que estas redes de tratas de mujeres "se anuncien en los periódicos, porque cuesta dinero. Puede haber algún caso, pero por lo que yo conozco, la mayoría de quienes se ponen en los periódicos se prostituyen porque quieren". Son personas que han llegado a España para trabajar en otras profesiones, "pero que cuando están aquí ven en el puterío la forma más rápida de ganar dinero".
Los miles de euros que Pablo gana mensualmente los manda a la familia que conserva en Ecuador. Cobra 40 euros por veinte minutos, que se incrementan de forma exponencial. Hace unas semanas un cliente le pagó 3.000 euros por acompañarlo varios días de vacaciones. "Ha habido clientes que te ofrecen 500 euros por siete horas. En esos casos aceptas, porque sabes que no vas a estar todo el tiempo manteniendo relaciones, sino que quieren compañía, que les escuches...", comenta Pablo para dar más peso a esta idea recurrente en torno a la prostitución.
Y de un plumazo reafirma otros dos tópicos que rodean al sexo de pago al asegurar que la mayoría de los hombres que requieren sus servicios "son casados y con familia. Además gente bien posicionada, con dinero, como banqueros, abogados, arquitectos, ingenieros... En algunos casos las esposas saben que lo hacen y lo admiten, y otros no. Algunos lo hacen como una fantasía, por cambiar, y otros porque no pueden decirle a la familia cómo son realmente".
Pablo defiende la legalización del sexo de pago, porque "serviría para controlar a quien se dedica a esto, tanto a las chicas como a los chicos, porque hay muchos que están contagiados de sida y no se hacen análisis para no hacer frente a la realidad", aunque reconoce que "la sociedad es muy hipócrita. Ojos que no ven, corazón que no siente".
Para acabar la conversación, reconoce que "a veces acabo de tener sexo y corro a bañarme por ese maldito olor y te preguntas hasta cuándo. Así que vivo el día a día, sin mirar para el pasado y sin arrepentirme, porque no sirve de nada. Lo hecho, hecho está". A Pablo tampoco le gusta imaginarse dentro de 10 años, porque "mañana puede atropellarme un carro. No sé dónde estaré".
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