Paso gran parte del día en una de las calles más envilecidas de esta ciudad sin rebeldía. En nuestra privada e invisible banlieue de Pamplona. En una calle de 340 metros de vacío, de abandono, de penumbras y de orfandad institucional. En una calle tan degradada que casi adquiere dignidad mística. En una calle que en tiempos fue paso y paseo obligado de canallas, pendencieros, bebedores, gentes de mal vivir y de agradecidos con la vida. Hace años fue calle jolgoriosa, gremial, amigable y bodeguera. Entonces, los roces y los socorros mutuos vecinales paliaban los estados del alma mucho más que los psiquiatras de hoy. En la Jarauta, calle histórica de ilustres apellidos, los Ituren y los Mutiloa compartían juerga y pelea con los muchos canteros, carpinteros, basteros y cordeleros que en el siglo XVII se encomendaban a santa Ana, patrona del barrio, a la cual se veneraba las tardes de los sábados.
En esta calle, antes llamada Pellejerías y renombrada en 1906 en honor del que fuera alcalde de Pamplona en 1881, Joaquín Jarauta, vivió la famosa funambulista pamplonesa Remigia Echarren, nacida en 1853. También aquí pasó su infancia Sabicas, el magistral guitarrista navarro globalizador del flamenco moderno. Y también nació Corpus Dorronsoro, concejal socialista de Pamplona asesinado con nocturnidad y alevosía el 17 de julio de 1936.
Sin embargo hoy, la calle sostiene su indolencia entre la nostalgia resentida y el olvido municipal. La Jarauta solo suena si suena la 69. Cuando no es así, esta calle se consume en su propia penuria y descomposición, como si viviera intervenida por la deflación de la vida diaria. Una calle en punto muerto aislada del impulso que el casco viejo pamplonés está tomando.
Y es que, la Jarauta actual, en coma urbanístico, social y económico, se muere de inanición, de pena y de abandono. Aquí, en esta calle de antiguas bodegas, vinos amargos y tragos largos que se inicia junto a nuestro Flatiron particular -el Condestable-, agonizan 26 locales cerrados a cal y canto; 33 edificios, algunos con notable solera y reconocida hidalguía, muestran su penuria vergonzante, cuatro bares históricos, entre ellos el Roncal o el 84, el de la copla, han echado el cierre por defunción mientras solo nueve comercios malviven entre las sombras de una calle condenada a una agonía sin desenlace. Por aquí pasean cada día numerosas biografías rotas por la pobreza y por la vida amarga, dura e imposible. Como si no fueran hijas de la historia. En esta calle exiliada de sí misma, se concentra el 35% de la población más precaria y excluida del casco viejo pamplonés. Tal vez por eso esta calle padece este fatídico olvido municipal. Solo una urgente intervención vecinal, comercial e institucional salvará su presente. Y solo por eso, deberíamos hacer algo ya.